Wagnerianismo «hitleriano»

 

Nunca se pudo comprender el Tercer Reich sin comprender antes la música de Richard Wagner. Desde que Adolf Hitler inició su carrera política, el nacionalsocialismo y posteriormente la misma Alemania tomaron forma estética al compás de las notas del genial compositor alemán del siglo XIX que tan cautivado dejó en vida al Führer.

Si en algo se caracterizaban la música de Richard Wagner y el nacionalsocialismo eran por sus coincidencias a la hora de comprender el mundo, normalmente desde un punto de vista muy romántico, exaltador de los valores nacionales y promotor de la cultura alemana. Pero uno de los ámbitos con mayor paralelismos era en el misticismo, inspirado normalmente en las antiguas leyendas nórdicas, en los objetos de poder cristianos como el Santo Grial y en la filosofía pagana o budista.

Richard Wagner, compositor del siglo XIX que sin vivir la época del Tercer Reich, su música se hizo impresionantemente popular.

Adolf Hitler desde muy joven se había vuelto adicto a las composiciones musicales de Wagner. Cuando era sólo un pobre mendigo que intentaba sobrevivir en Austria, acudía con los pocos ahorros que tenía a la Ópera de Viena para deleitarse con la primera obra del músico alemán, Rienzi, el último de los tribunos. Al igual que la ideología hitleriana, Rienzi glorificaba a las viejas hazañas del pasado, en este caso las del héroe romano Cola de Rienzo del siglo XVI. Según relató Hitler «allí empezó todo», dijo refiriéndose a sus visitas a la Ópera de Viena. Cuando por fin se convirtió en Führer al llegar al poder, no dudó en establecer una coincidencia histórica de Rienzi con él mismo al haber sido estrenada por Wagner un 20 de Abril, exactamente el día en que Hitler nació.

Lohengrin, otra de las grandes composiciones wagnerianas, hacía referencia a las leyendas del Santo Grial y la Última Cena de Jesucristo que tanto gustaba a las SS combinar con temas del mundo mágico germánico como por ejemplo las gestas del Caballero del Cisne. Algo muy similar ocurría con Parsifal, pieza en la que de nuevo aparecía el cáliz como un objeto sagrado. Otro paralelismo fue la definición que hizo Hitler de «obra de arte total», su proyecto que debía fusionar la política y el arte en el Tercer Reich, sorprendentemente el mismo término que Wagner empleó en Gesamtkuntswert en donde la música se amasó con el teatro, la poesía y otras disciplinas.

Indudablemente la obra que cautivó a los nacionalsocialistas, como a todo al pueblo alemán en el siglo XIX, fue la tetralogía de El Anillo de los Nibelungos, composición dividida en El Oro del Rin, La Valkiria, Sigfrido y El Ocaso de los Dioses. La temática abrazaba numerosos poemas épicos germanos de la Edad Media y mitos vikingos, así como notables influencias dogmáticas de los filósofos Friedrich Nietzsche y Arhtur Schopenhauer con las hipótesis del superhombre y las conjeturas científicas que los teóricos del nacionalsocialismo habían adoptado en contrapeso de la visión cristiana de la vida. Curiosamente el héroe de la trama musical, un guerrero de estirpe germana pura llamado Sigfrido, muere víctima de unos seres mitológicos codiciosos de riqueza, feos y oscuros que los seguidores de Hitler identificaron como masones y judíos.

Hitler saluda amistosamente a Winifred Williams Wagner, la nuera del compositor.

Hitler intentó desde los primeros momentos de su Tercer Reich, asociar su revolución con la ópera wagneriana. Para ello contó en primer lugar con el yerno del compositor, el inglés Houston Stewat Chamberlein, quién participó en las campañas propagandísticas de los alemanes para asociar la figura de Wagner con el nacionalsocialismo. La nuera del músico, Winifred Williams, otra inglesa, fue la que hizo el mejor favor a Hitler al prestar para el Estado el edificio de la Ópera de Bayreuth, el cual se convirtió en un museo de carácter público sobre el genio que recibió miles de visitas procedentes de todo el país y Europa.

Siempre la música de Wagner acompañaba a todos los eventos relacionados con el Tercer Reich. El Anillo de los Nibelungos nunca dejaba de sonar en las sesiones del Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes (NSDAP), así lo dejó reflejado la directora de cine Leni Reifensthal en su film sobre las marchas de los Camisas Pardas en El Triunfo de la Voluntad como banda sonora. Uno de los capítulos de los Nibelungos, en este caso Sigfrido, se escuchó en el funeral al segundo cargo de las SS, Reinhard Heydrich, tras ser asesinado por comandos checos en 1942. Tan famosa se hizo esta pieza musical, que las Waffen SS llegaron a bautizar a una de sus formaciones militares con este nombre: la 38ª División SS de Granaderos «Nibelungen». Incluso en las últimas semanas de vida del Tercer Reich, cuando Berlín estaba a tiro de la artillería soviética, los Nibelungos no dejaron de tocar entre las ruinas humeantes de la capital.

Curiosamente tras el suicidio de Hitler el 30 de Abril de 1945, el cuerpo del Führer fue incinerado en el jardín de la Cancillería junto a la partitura original de Rienzi. Jamás el final del Tercer Reich pudo estar tan relacionado con Wagner, ya que en su último capítulo de los Nibelungos el genio vislumbró la derrota del nacionalsocialismo con un término tan propicio al que bautizó como El Ocaso de los Dioses.

 

Bibliografía:

Rubén Amón, Música para los dioses, Wagner. Bandera cultural del III Reich, ídolo del nazismo, Revista La Aventura de la Historia (2013), p.65-69
http://www.forosegundaguerra.com/viewtopic.php?p=21654