Política Exterior y el Imperio Italiano

La política exterior de la Italia Fascista se basó en convertir al país en una potencia hegemónica sobre el Mar Mediterráneo dentro de un espacio de influencia que el nacionalismo latino consideró su «Marenostrum», aunque también a nivel mundial y marítimo compitiendo con Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos y Japón. Así fue como el fascismo primero se preocupó en sus discursos de reclamar los «territorios irredentos» habitados por italianos que en muchos casos le habían sido prometidos por vencedores al término de la Primera Guerra Mundial, pero al mismo tiempo en una expansión colonial sobre África y los Balcanes.

Cuando Benito Mussolini se hizo con las riendas de Italia tras la Marcha sobre Roma de los Camisas Negras que encumbró en el poder al Partido Nacional Fascista (PNF), la nación ya poseía algunos dominios coloniales en África y Asia. Básicamente el denominado Imperio Italiano, supuestamente heredero del extinto Imperio Romano, se extendía sobre las provincias de Tripolitania y Cirenaica en Libia, sobre las colonias de Eritrea y Somalia en el África Oriental, sobre las Islas del Dodecaneso en Grecia y sobre las concesiones latinas en China de Tianjin, Shangai y Wuhan. A este «Imperio de Ultramar» hubo que sumar la anexión de los distritos de los Alpes arrebatados al Imperio Austro-Húngaro tras el final de la Primera Guerra Mundial de Trieste, Trentino, Alto Adigio, Zara e Istria.

Motoristas del cuerpo de élite «Bersaglieri» durante tiempos de la Italia Fascista y la edad de oro militar del denominado Imperio Italiano.

El «irredentismo italiano» patrocinado por la Italia Fascista proponía la búsqueda de un espacio vital en todos aquellos lugares con presencia de latinos que hablasen la lengua italiana. Los territorios reclamados eran Niza, Saboya y la Isla de Córcega a costa de Francia, la costa de Dalmacia en Croacia y ciertas porciones de Eslovenia a costa de Yugoslavia, la Isla de Malta a costa de Gran Bretaña y la Isla de Corfú a costa de Grecia, además de poseer intenciones expansionistas sobre el Etiopía, Albania y el Protectorado Francés de Túnez, e incluso en menor medida se estudiaba la posibilidad de albergar aspiraciones en Egipto, el Sudán, Montenegro y Kosovo.

Imperio Italiano de 1918 a 1939.

Inicialmente la Italia Fascista gozó de muy buena salud en política exterior cuando Benito Mussolini se apropió de la Jefatura del Gobierno, ya que entre sus primeras medidas estuvo retirar al Ejército Italiano de la región de Adalia al suroeste de Anatolia, una provincia que los italianos habían obtenido de Turquía tras el colapso del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial, pero que como no entraba dentro de su esfera de influencia, el Duce no estaba interesado en mantenerla optando en su lugar por establecer una estrecha relación con la República Turca del Presidente Mustafá Kemal Atatürk en 1923 Contrariamente orientó su agresividad a los enemigos naturales de los turcos en los Balcanes, tanto griegos como eslavos, ya que ese mismo año las fuerzas italianas provocaron el Incidente de Corfú, durante el cual Grecia fue humillada y obligada a pagar indemnizaciones al Gobierno de Roma. No obstante al año siguiente, el 3 de Marzo de 1924, la diplomacia permitió que la Sociedad de Naciones otorgara la razón a Italia respecto al pleito que mantenía con Yugoslavia, logrando los italianos anexionarse la ciudad de Fiume en la costa dálmata de Croacia.

Soldados italianos y griegos durante el Incidente de Corfú.

Salvo por la excepción de Fiume, a nivel internacional el «irredentismo» no fue prioritario para la Italia Fascista porque en la década de 1920 los esfuerzos de Benito Mussolini se centraron en reforzar lazos con las democracias occidentales como Francia o el Reino Unido, recibiendo grandes elogios de todo Occidente que veían en el fascismo como un método de contención al comunismo de la Unión Soviética, como por ejemplo manifestó el futuro Primer Ministro Winston Churchill, pero también el líder independentista Mahatma Gandhi que se trasladó desde la India para ser recibido por una escuadra de niños de la Obra Nacional Balilla. De hecho el Duce subsanó el problema interno con los católicos que databa de la Unificación Italiana del siglo XIX cuando el 11 de Febrero 1929 firmó con el cardenal Pietro Gasparri y el Papa Pío XI el Tratado de Letrán mediante el cual se ponía fin a la hostilidad con la Iglesia a cambio de reconocerse al Vaticano como un estado independiente y otra serie de concesiones que incluyeron la excepción del servicio militar para los sacerdotes italianos, la legalización del partido político Acción Católica, la salvación de la Banca de Roma, la creación de la Universidad Católica de Milán y una indemnización por todos los daños sufridos durante las décadas precedentes por valor 750 millones de liras. Hasta en los Estados Unidos se interesaron por las políticas corporativistas de obras públicas para salir de la «Gran Depresión», consultando gente cercana al Presidente Franklin Delano Roosevelt a algunos técnicos fascistas e incluso recibiendo a uno de los «cuadriunviros» del régimen, Italo Balbo, quién pilotó un hidroavión de Roma a Chicago donde fue agasajado por cientos de miles de personas en el Lago Michigan y posteriormente en la Casa Blanca.

Tropas coloniales de Eritrea durante la pacificación de El Fezzan en Libia.

Con el inicio de la década de 1930 el Imperio Italiano solucionó la cuestión de Libia porque después de muchas décadas la provincia meridional de El Fezzan fue pacificada y unificada al completo, gracias en parte a las políticas brutales del general Rodolfo Graziani hacia los libios y a que capturó y ejecutó al líder rebelde Omar Mukhtar. También la movilización del Ejército Italiano junto a los Alpes fue esencial para evitar que la Alemania Nacionalsocialista de Adolf Hitler se anexionara Austria, por aquel entonces dentro de la esfera de influencia de Italia, algo que Benito Mussolini consiguió suscribiendo con Gran Bretaña y Francia el Pacto de Stressa como medida defensiva en caso de una agresión del Tercer Reich. Simultáneamente el Duce estableció magníficas relaciones con la China Nacionalista del Kuomintang, vendiendo gran cantidad de armamento al Ejército Chino que luchaba contra el Partido Comunista Chino dentro del contexto de la Guerra Civil China, llegando incluso a regalar un avión al Presidente Chiang Kai-Shek.

La Guerra Ítalo-Etíope de 1935 fue el punto de inflexión de la Italia Fascista en su política exterior porque con la inesperada agresión del Ejército Italiano a Etiopía desde las vecinas colonias de Eritrea y Somalia, en seguida la Sociedad de Naciones se aprestó a condenar la acción y hasta sancionar económicamente al Imperio Italiano. Como Benito Mussolini jamás pensó que la ofensiva de sus fuerzas militares contra los etíopes tendría consecuencias a nivel internacional, no dudó en abandonar todas sus alianzas anteriores e incluso sacó al país de la Sociedad de Naciones. Hecho esto tuvo las manos libres para proseguir con sus conquistas en Abisinia, avanzando sus divisiones sobre el territorio africano, derrotando a las muy inferiores tropas etíopes y bombardeando su aviación a los contingentes enemigos con gases tóxicos ilegales. Gracias a la superioridad numérica y material, el Ejército Italiano entró triunfal en la capital de Adis Abbeba y forzó la huida del «Negus» Haile Selassie, apropiándose oficialmente de toda Etiopía el 9 de Mayo de 1936 que desde entonces pasó a formar parte del África Oriental Italiana al frente del recién entronizado para la ocasión Emperador Víctor Manuel III.

Soldados italianos en un parapeto con sacos terreros durante la Guerra Ítalo-Etíope de 1935.

La salida de Italia de la Sociedad de Naciones y el deterioro de sus relaciones con el Reino Unido y Francia hicieron que los italianos se echasen en brazos de su tradicional enemigo, la Alemania Nacionalista de Adolf Hitler. Así fue como tanto el Duce como el Führer mantuvieron una serie de reuniones en Roma y Berlín a través de las cuales quedaron maravillados el uno del otro con ostentosos desfiles de los Camisas Negras y las SS. De hecho ambos acordaron en 1936 intervenir en la Guerra Civil Española para ayudar al Bando Nacional del general Francisco Franco y el movimiento filofascista de la Falange contra los revolucionarios de la Segunda República, mandando el Ejército Italiano al denominado Cuerpo de Tropas Voluntarias (Corpo Truppe Volontarie o CTV) compuesto por 70.000 soldados italianos que lucharon sobre toda la geografía de España, a veces logrando victorias como la defensa de la Isla de Mallorca o la Batalla de Málaga, pero encajando sonoros fracasos como la Batalla de Guadalajara, aunque su aviación fue clave para que los nacionales ganasen el control aéreo y causaran el terror a la retaguardia como por ejemplo en los bombardeos de Durango o Barcelona.

Cuerpo de Tropas Voluntarias Italianas en España.

El acercamiento de la Italia Fascista a la Alemania Nacionalsocialista acabó derivando en el Pacto Anticomunista o «Pacto Antikommintern» para aislar a la Unión Soviética y responder a una eventual agresión comunista, una iniciativa a la que inmediatamente se sumaron otras naciones autoritarias como Japón, Hungría y España. Gracias a estas nuevas amistades la figura de Benito Mussolini fue muy importante en 1938 para evitar una guerra entre el Tercer Reich, Gran Bretaña y Francia como consecuencia de la Crisis de los Sudetes porque medió entre Adolf Hitler, el Primer Ministro Neville Chamberlein y el Presidente Édouard Daladier para proceder pacíficamente a la desmembración de Checoslovaquia. Una vez suscritos los Pactos de Munich con los que Alemania se anexionó la región de los Sudetes, la alianza entre el Eje Berlín-Roma todavía se reforzó más con el surgimiento de una coalición militar dentro del Pacto de Acero que en 1939 firmaron el Ministro de Exteriores Galeazzo Ciano y el Ministro de Exteriores Joachim Von Ribbentrop.

Alianza Ítalo-Germana. De izquierda a derecha Benito Mussolini, Adolf Hitler, Galeazzo Ciano, Joseph Goebbles, el Rey Víctor Manuel III y Rudolf Hess.

Algunas de las consecuencias nocivas de la aproximación de Italia a Alemania fueron la adopción de leyes raciales y antisemitas parecidas a las del nacionalsocialismo con la finalidad de buscar el apoyo del Tercer Reich ante una eventual expansión latina en el Mar Mediterráneo. Así fue como tras ensalzarse a la raza italiana en artículos como La Difensa della Raza (La Defensa de la Raza) del periodista Telesino Interlandi o Manifiesto de las Ciencias Racistas publicado en el diario Giornale d’ Italia, inmediatamente se aprobaron las denominadas Leyes Raciales que prohibían a los judíos ciertos derechos, les vetaban acceder a numerosos a trabajos y les imponían otra serie de limitaciones. Aunque la medida no afectó a los 7.000 judíos afiliados al Partido Nacional Fascista ni tampoco a los veteranos de la Primera Guerra Mundial, deterioró la imagen política italiana en el exterior, especialmente en Estados Unidos, cuando ni siquiera Benito Mussolini creía en tales dogmas al manifestar lo siguiente: «Me importa un comino esa teoría del antisemitismo».

La última expansión de la Italia Fascista en la «Era de Entreguerras» fue la invasión de Albania en los Balcanes, una esfera de influencia pérdida en la década de 1920 que a raíz de la alianza suscrita por Alemania pudo subsanar, pues sintiéndose Benito Mussolini intocable tras sus pactos con el Führer, se atrevió a un desembarco el 7 Abril de 1939 sobre los puertos albaneses de la costa del Mar Adriático. Bastó poco menos de una semana de breves combates contra el Ejército Albanés para que finalmente éste capitulase y las tropas italianas entraran victoriosas en la capital de Tiranna la jornada del 12, no mucho tiempo después de la huida del Rey Zog I. A partir de entonces el país se convirtió en un «semiprotectorado» o «estado títere» dependiente de la Corona Italiana bajo el nombre del Reino de Albania que estuvo al frente del Partido Fascista Albanés liderado por el Primer Ministro Xhafer Ypi.

Tropas italianas entrando en Tiranna, capital de Albania.

El 1 de Septiembre de 1939 el Tercer Reich invadió Polonia y al cabo de tres días, la jornada del 3, tanto el Reino Unido como Francia declararon hostilidades a Alemania con el consiguiente estallido de la Segunda Guerra Mundial. La Italia Fascista en un principio adoptó una postura de estricta neutralidad hasta su ingreso en la contienda del lado de las potencias del Eje el 10 de Junio de 1940, siendo durante este breve período de paz una de las etapas más prósperas del Imperio Italiano que en cuestión de menos de dos décadas se había extendido sobre Etiopía, Albania, Libia y Fiume, haciendo realidad muchas de las reclamaciones del «irredentismo» y resucitando el espíritu del «Viejo Imperio Romano».

 

Bibliografía:

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