Españoles en los Gulags

La Unión Soviética no hizo excepciones con los neutrales durante la Segunda Guerra Mundial y tal cosa incluyó a España. Desde inicios del conflicto, el comunismo persiguió con eficacia a todos aquellos que se le opusieron, saltándose las convenciones internacionales de cualquier clase, sin importar que el oponente fuera neutral o amigo. Así fue como tanto los republicanos exiliados en Rusia, como luego los voluntarios de la División Azul, sufrieron la crueldad de los gulags soviéticos.

Terminada la Guerra Civil Española (1936-1939) con la victoria de la España Nacional frente a la Segunda República, en la Unión Soviética se encontraban exiliados un total de 4.195 republicanos españoles (891 políticos, 192 alumnos en aviación y marinería, 130 profesores y 2.982 niños). Como consecuencia de su derrota en la contienda, ninguno podía regresar a su patria porque la nueva España de Francisco Franco tomaría represalias contra ellos. Ante este panorama, lógicamente quedarse en la URSS era lo más sensato en apariencia, sin saber que con el tiempo aquello también se convertiría en una opción mucho más peligrosa.

Entre las alternativas que se ofreció a los republicanos españoles nada más comenzar la Segunda Guerra Mundial en 1939 estuvo la de regresar a España, permanecer en la URSS o exiliarse a un país democrático liberal. Algunos viajaron hacia el extranjero vía Turquía y luego a Francia y México, pero la mayoría prefirió arriesgarse y afincarse en Rusia por el atractivo ideológico que la propaganda había vendido de esa nación durante la Segunda República. Así fue como todos los españoles fueron dispersados por diversas ciudades y pueblos de la Unión Soviética, salvo la excepción de los pilotos y marineros a los que los alojó provisionalmente en centros militares como Kirovabad, Planiernaya, Mónino y Odessa.

Los problemas entre soviéticos y españoles comenzaron cuando algunos de los pilotos y marineros realizaron gestiones secretas con embajadas extranjeras para intentar salir del país. Básicamente se trató de una serie de solicitudes a diversos países de Europa, Estados Unidos y Latinoamérica, incluyendo sorprendentemente Alemania y España, aunque esta última rechazó el regreso a 27 españoles que suplicaron perdón. Como consecuencia de estos inesperados movimientos sin consentimiento del Estado, la Policía Estatal del NKVD detuvo en Mónimo a 8 pilotos y en Odessa a 6 marineros. Estos 14 españoles fueron acusados falsamente de espionaje e inmediatamente deportados a Siberia, falleciendo algunos de ellos durante el viaje en tren debido a las malas condiciones salubres y el frío.

Cuando el Tercer Reich invadió la Unión Soviética en 1941, todos los extranjeros en territorio ruso fueron considerados por las autoridades comunistas como «espías» al servicio del Eje. El 27 de Junio los primeros 45 españoles, todos marineros, fueron detenidos en Odessa. Al día siguiente, el 28, otros 26 hispanos (25 pilotos y un profesor llamado Juan Bote García) fueron arrestados en Tolstopaltsevo. Como si fueran ganado, los españoles iniciaron el viaje en un tren de la marca Stolypin hacia los gulags de Novosibirsk, Krasnoiarsk, Gorki y Petropavlovsk. Como castigo por su condición de extranjeros fueron condenados a trabajos forzados 14 horas al día, a veces a temperaturas de -65º grados bajo cero, aunque por ser oriundos de un país neutral al menos obtuvieron ciertas ventajas como disponer de días libres los domingos, más gramos de pan (600 para los buenos trabajadores, 900 para jefes de obra, 300 para los enfermos y 100 para los castigados) y una dieta de sopa con col, remolacha, zanahoria y azúcar. Menos suerte sin embargo tuvieron los trasladados a las obras de un canal de agua que trataba de unir las ciudades de Norilsk y Dudinka a través del Río Yeniséi porque sólo en los dos primeros meses fallecieron ocho españoles por agotamiento. De hecho entre finales de 1941 y principios de 1942 la mortandad se incrementó cuando el resto de hispanos fueron enviados a Kazakhistán, concretamente a los centros penitenciarios de Karagandá, Karabas, Spassk y Kok-Usek.

La División Azul compuesta por 60.000 voluntarios del Ejército Español y la Falange que combatieron contra el Ejército Rojo en el Frente Oriental, también sufrirían las calamidades de la cautividad. Por ejemplo tras la Batalla de Krasny Bor a inicios de 1943, un total de 94 divisionarios atrapados por los soviéticos fallecieron en los 25 kilómetros de una auténtica marcha de muerte sobre el hielo que estuvo acompañada de maltratos y malnutrición. Los restantes supervivientes y otros soldados capturados en diversos choques que ascenderían hasta un total los 464 prisioneros hechos a la División Azul, serían alojados en los campos de concentración de Borovichí, Makarino y Norilsk, y en varios centros penitenciarios de Kazakhstán, donde todos fueron castigados a trabajos forzados, incluyendo los oficiales.

Curiosamente los comunistas que se habían infiltrado en la División Azul para salir de España, ni siquiera se salvaron de la deportación al gulag cuando 75 de ellos se entregaron al Ejército Rojo pensando que iban a recibirles con los brazos abiertos. De igual forma los 44 exiliados republicanos que se habían refugiado en la embajada española durante la Batalla de Berlín en Mayo de 1945, resultaron apresados y enviados como prisioneros a la URSS. Únicamente escaparon algunos comunistas españoles por cuenta propia, aunque otros fueron interceptados en el intento como José Tuñón Albertos y Pedro Cepeda Sánchez, que se habían ocultado en las maletas de dos diplomáticos argentinos.

Hasta 1946 apenas hubo noticias acerca de los republicanos presos en los gulags cuando el comunista francés Francisque Bornet, que milagrosamente había sido liberado y repatriado a Francia, explicó que más de 100 hispanos se encontraban recluidos en Kazakhistán. Indignados los exiliados españoles en Francia, México y otros países del bando de los Aliados por lo que estaba sucediendo, formularon una protesta creando la Federación Española de Deportados e Internados Políticos. A través de este mecanismo las fuerzas de izquierda entre las que se encontraban el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y los anarquistas de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), realizaron una intensa campaña propagandística contra el comportamiento de la URSS. Sin embargo y en el lado contrario, el Partido Comunista Español (PCE) apoyado por el Kremlin intentó frenar las gestiones contra sus otros rivales en el exilio, asegurando que los presos eran «falangistas disfrazados». Evidentemente nadie creyó la mentira porque tras ser puestos en libertad 88 españoles del gulag de Kok-Usek entre los que había 34 marineros, 29 miembros de la embajada berlinesa, 24 pilotos y un profesor; la verdad salió a luz cuando fueron retenidos en el puerto de Odessa y abordados por guardias de la NKVD que les obligaron a firmar un documento, en el cual tenían que renunciar a abandonar el país y quedarse a vivir forzosamente en la URSS. De los 88 reos firmaron los papeles 47 y otros 41 se negaron, siendo estos últimos deportados a los campos de concentración de Cherepovéts y Borovichí.

A partir de 1947 los prisioneros republicanos de izquierda y los soldados de la División Azul fueron agrupados en los gulags de Borovichí y Makarino, viéndose obligados a convivir entre ellos para sobrevivir a pesar de haber sido enemigos en el pasado. Entre las calamidades que tuvieron que soportar estaba el trabajo diario desde el amanecer hasta el anochecer (incluyendo las talas de leña los domingos), las escasas raciones, el frío polar y unos barracones sin calefacción que les generó problemas pulmonares como consecuencia del humo procedente de la quema de abedul. Afortunadamente a partir de 1948 la situación de los españoles mejoró en algunos aspectos porque recibieron paquetes enviados por la Cruz Roja y la Iglesia Evangélica Alemana, así como pagas por su trabajo de entre 150 y 200 rublos.

Las malas condiciones de los españoles en 1949 se volvieron tan insoportables, que tanto los republicanos como los divisionarios iniciaron una huelga al contemplar como se repatriaban a los prisioneros de guerra finlandeses, italianos, franceses e incluso alemanes, pero no a los hispanos. De nada sirvieron las protestas porque los guardias de la NKVD las reprimieron con fiereza, castigando a los responsables a horas extras en las minas de carbón. Sin embargo la mano dura no surgió el efecto esperado porque en 1951 proliferó una segunda huelga cuando se prohibió recibir a los reos correspondencia desde España, una norma que sorprendentemente no se aplicó a otros prisioneros de distinta procedencia internacional.

Mientras tanto en España, el Gobierno de Francisco Franco fue acusado por parte de la Falange y algunos sectores del Ejército Español, de cierta dejadez y escasa iniciativa para repatriar a sus compatriotas, aunque lo cierto era que las gestiones para sacar a los españoles de la URSS eran casi imposibles, especialmente con el inicio de la Guerra Fría y la división de Europa mediante el Telón de Acero que separó el bloque comunista del bloque capitalista. De hecho los primeros contactos se realizaron sin éxito mediante el embajador en Roma, José Antonio Sangróniz; y luego tras la promesa del almirante Luis Carrero Blanco a Moscú de conceder la amnistía a todos los republicanos españoles que compartían el gulag con los soldados de la División Azul. Sin embargo sería la muerte de Iósif Stalin en 1953 y el aperturismo de la URSS hacia el exterior, el motivo por el que finalmente se puso en libertad a todos los hispanos que fueron sacados de los campos de trabajo, transportados al puerto de Odessa y embarcados a bordo de un buque fletado por Grecia de nombre Semíramis que dejó atrás el Mar Negro y puso rumbo a la Península Ibérica.

A las 17:35 horas del 2 de Abril de 1954, el navío griego Semíramis atracó en el puerto de Barcelona. A bordo había 286 repatriados españoles, entre los que se contaban 248 soldados de la División Azul y 38 republicanos de izquierda (19 marineros, 12 pilotos, 4 niños de la guerra y 3 miembros de la embajada berlinesa). Junto a los muelles, una masa de gente y familiares los esperaba para recibirles de dos maneras: a los divisionarios como si fueran héroes y a los exiliados con una cariñosa bienvenida de reconciliación.

Otras siete repatriaciones más se produjeron entre Diciembre de 1956 y Mayo de 1959. Las seis primeras fueron a bordo del barco Crimea (Krym) hacia Castellón y Valencia, mientras que el séptimo a bordo del Ordzhonikidze hacia Almería. Con estos navíos un total de 2.774 españoles, la mayoría republicanos, volvieron a España para quedarse.

Aproximadamente los gulags de la URSS albergaron a un total de 4.970 españoles entre 4.506 republicanos y 464 nacionales. De todos estos perdieron la vida alrededor de 300 hispanos, lo equivalente a un 14’6% del total (uno de los porcentajes más bajos en comparación a otras nacionalidades cautivas).

Curiosamente una de las lecciones aprendidas por parte de todos los represaliados españoles por el comunismo en la URSS, fue que los viejos enemigos, tanto republicanos como nacionales, tuvieron que aprender a convivir y a luchar juntos frente a las adversidades. Sin duda alguna y ante este difícil reto al que tuvieron que enfrentarse para sobrevivir, muchos compatriotas entendieron que en los gulags comenzó la reconciliación de las » dos Españas».

 

Bibliografía:

-Xavier Moreno Juliá y Secundino Serrano, Españoles en el Gulag, Revista Historia y Vida Nº527 (2012), p.31-47
-Carlos Caballero Jurado, Atlas Ilustrado de la División Azul. «Los prisioneros españoles una comparación», Susaeta (2010), p.237