Diario del soldado rumano Cristea Manole

 

Eurasia 1945 tiene el honor de presentar uno de los documentos más especiales que han pasado por sus archivos. Se trata del diario del soldado rumano Cristea Manole, un auténtico fenómeno que combatió sobre el Frente Oriental en el ejército de Ion Antonescu, pasó sus penurias en el horror del gulag soviético y por último se alistó en la División «Tudor Vladimirescu», una formación de voluntarios rumanos que obtenían la libertad a cambio de luchar por el comunismo.

El equipo aprovecha para otorgar agradecimientos a Mihai Marinescu, el nieto del héroe, ya que sin su colaboración no hubiese sido posible publicar este diario. Precisamente él, queriendo hacer honor a la memoria de su abuelo, dió a conocer el manuscrito a Eurasia 1945 y tuvo la gentileza de traducirlo del rumano al español.

A continuación, Eurasia 1945 invita a leer durante los próximos 30 o 45 minutos Mi vida durante la II Guerra Mundial de Cristea Manole, un relato que no dejará indiferente a nadie.

 

MI VIDA DURANTE LA II GUERRA MUNDIAL

CRISTEA MANOLE

Adjudu-Vechi

RUMANÍA

Quién lee esto tiene que confiar que es verdad y que así me ocurrió durante la II Guerra Mundial que empezó en 1941 y acabó en 1945.

 

Nací en el pueblo Adjudu-Vechi, cerca de la pequeña ciudad de Adjud el 13 de Marzo de 1921. Mis padres eran gente simple, sin estudios algunos. Tenían algunas tierras y se ocupaban de la agricultura y el criado de animales. Algunos de los terrenos eran herencia de sus padres y otros se los otorgó el Estado tras la guerra de 1916, 1917 y 1918.

Yo víne al mundo tras aquella guerra (la Primera Guerra Mundial). En el año 1928 entré en la escuela primaria de cuatro cursos hasta el año 1933. No me dejaron continuar más con los estudios. Mis padres pensaban que ya tenía buena edad para trabajar y que tendría que ayudar con las tareas en la agricultura. Así opinaron ellos sin darse cuenta del futuro de su hijo. Estuve viviendo, creciendo y trabajando en casa de mis padres hasta cumplir los 18 años en 1939.

Se acercaban malos tiempos para nuestro país. Los rusos querían Besarabia y se sentía la amenaza de la guerra. Entonces se iniciaron en el país las concentraciones masivas y los preparativos para la guerra. El “Imperio Alemán” había ocupado Polonia y se organizaba para entrar en la URSS.

A nosotros, los chicos de 18 años, nos apuntaron a una instrucción“pre-militar” (preparatoria antes de ir al servicio militar obligatorio). Todos los domingos y festivos hacíamos instrucción militar y labores para el país a lo largo de la semana. Estábamos a la disposición del Estado para todo lo que hacía falta, trabajando de ese modo hasta 1941. Durante aquel período levantamos varias obras de ferrocarril y estaciones de tren. Mientras tanto mis padres trabajaban la tierra sólos sin poder beneficiarse de mi ayuda.

Fotografía de Cristea Manole (derecha) con un camarada.

El 22 de Junio de 1941 comenzó la guerra con la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas). Las Armadas Rumanas del gran Mariscal Antonescu, aliado con Hitler y en colaboración con Mussolini, declararon la guerra a la URSS. Rumanía lo hizo bajo el pretexto de liberar Basarabia.

La guerra se prolongó mucho tiempo, aunque para nosotros era suficiente liberar Besarabia sólamente. Pero Hitler aconsejaba a Antonescu seguir con la guerra prometiéndole que Transilvania dejaría de estar bajo control húngaro.

Comenzó el año 1942. Nosotros aún estábamos en la fase pre-militar. La guerra continuó y se llegó a conquistar Besarabia, pero la Armada Rumana tuvo que seguir por orden de Antonescu, colaborando con Alemania e Italia para vencer definitivamente a la URSS Comunista.

A nosotros los nacidos en 1920 y 1921 nos incorporaron al servicio militar obligatorio de golpe un 10 de Febrero de 1942. Lo normal era que fuesen sólo los chicos nacidos en un año. Me tocó el 10º Regimiento «Dorobanti» en la 6ª División de Focsani. Teníamos al comandante Mihael Lascar, un hombre muy severo y disciplinado que antes había sido el comandante de la División de Cazadores de Montaña “Vanatori de Munte”.

Empezamos a prisa y corriendo el período de aprendizaje con instructores alemanes. Tenían mucho interés en llevarnos cuanto antes al frente. Los oficiales rumanos asistían al nuevo programa de instrucción y enseñanza, que por cierto fue muy útil. Dicho programa nos fue impartido por los alemanes que conocían muy bien sus propias tácticas de guerra.

Durante toda la temporada de instrucción y aprendizaje nos teníamos que mover por el cuartel militar a paso rápido en todo momento, incluso cuando íbamos a tomar el desayuno. Nos habían dotado con ropa gruesa de invierno, pero no teníamos permiso para usarla. Sólamente salíamos para hacer ejercicios de simulación de guerra con la ropa ligera. Los bolsillos estaban cosidos para que no nos pudiéramos meter las manos. Sobre la cabeza llevábamos una boina pequeña que no mantenía nada el calor. Nos pareció un entrenamiento muy severo porque aquel invierno de 1942 resultó especialmente frío con muchas heladas. Nuestras orejas sufrieron tanto las bajas temperaturas que durante toda la primavera y principios de verano se desprendían capas de piel muerta. De esta manera y tan fugazmente hicimos el curso e instrucción de guerra, el cual acabó en Junio de 1942, concentrándose después los reclutas más mayores y aquellos que tenían el servicio militar acabado.

Con todo preparado para la guerra, el 15 de Agosto salimos de los cuarteles militares y nos dirigimos a la estación de ferrocarril de Focsani. Tras unas horas de espera subimos a los trenes y sobre las 15.30 de la tarde partimos. A las 18:00 paramos en Adjud. Mientras las locomotoras se alimentaban con agua, los cocineros sirvieron la mesa en los vagones. Después partimos hacia Bacau, luego a Román, Pascani y a continuación en dirección a Cernauti. Aquí hicimos una parada y cambiamos nuestro dinero en marcos alemanes. Acto seguido entramos en Polonia, seguimos hacia el Este y cruzamos a Rusia. Tras unos días de tren llegamos a Kíev. Continuamos hacia Kharkov y a luego a Voronezh, donde nos comunicaron que los alemanes nos habían cambiado la asignación de la línea de frente y tuvimos que modificar el rumbo hacia el sur. Pasados unos días nos acercamos al Río Don, momento en que aparecieron aviones enemigos.

Al llegar a una pequeña estación todos bajamos y partimos a pie cargados con todo el equipo. Hacía mucho calor porque era final de Agosto, lo que nos hacía movernos con mucha dificultad. Teníamos que cargar con las armas, las mochilas, la tela de la tienda de campaña con sus palos, máscara antigás, palas, picos y encima el equipo de invierno. Se veía que nos preparaban para estar más tiempo en el frente de lo previsto. Teníamos munición individual de 50 cartuchos de fuego. La marcha en estas condiciones duró unos días, hasta que nos alcanzaron unos carros y pudimos deshacernos de todas las cargas pesadas. Ahora nos movimos con más rapidez y después de dos días más llegamos a una región del Río Don en forma de herradura.

Mapa 1. Recorrido desde Rumanía al Frente del Don.

Aquí se agrupó toda la 6ª División del comandante Mihael Lascar. Nos dieron un descanso de tres días hasta que por fin se reunieron todos los soldados de diferentes trenes. Después del primer día, los oficiales marcharon a realizar un reconocimiento del frente. Cuando volvieron notamos que estaban muy preocupados debido a la peligrosidad de esta región en forma de herradura. Mientras los alemanes se retiraban de la posición, nosotros los rumanos teníamos que ocuparla. La incertidumbre era cada vez mayor porque existía un peligro real de ser rodeados. Como no podíamos cambiar las cosas no nos quedó más remedio que rezar a Dios y tener esperanza de escapar con vida de esta situación.

Entramos en el mes de Setiembre de 1942. Los enemigos estaban relajados y no nos molestaban demasiado. De vez en cuando se escuchaba el sonido solitario de alguna metralleta. Esta tranquilidad duró unos días. Después de una semana empezaron a atacar con mucha fuerza para sacarnos de nuestro escondite, aunque nosotros resistimos muy bien. Cada día atacaban con más fuerza y aunque aguantábamos debidamente, en algún momento llegamos a pensar que nos iban a vencer.

Las noches se alumbraban con la luz de los tiros por todo el largo del frente que tenía forma de semicírculo, y nosotros, la 6ª División, nos situábamos en la punta, de tal manera que recibíamos fuego frontal, de la izquierda y también de la derecha.

Una mañana de Septiembre nos atacaron con muchos soldados y retrocedimos unos 4-5 kilómetros. Por lo menos tuvimos la suerte de recibir la ayuda de dos regimientos de infantería que contraatacaron y pudimos volver a nuestra posición del frente. Aquella soleada mañana de Septiembre, yo personalmente me encontraba parapetado con el cañón anticarro sobre una colina de piedra rodeada de pequeños hoyos. Había una diferencia de nivel de unos 10 metros entre mi posición y la llanura del frente. Desde aquí podía seguir todos los movimientos de las tropas de infantería. En ese momento no podía usar el cañón, ya que los combates eran cuerpo a cuerpo, haciéndose uso de bayoneta. Estos enfrentamientos eran horrorosos, de una crueldad que uno no es capaz de imaginar. Usaban la bayoneta pinchando a la izquierda y después golpeaban a la derecha con culata del arma para impedir que el enemigo arremetiese por detrás. Con esta táctica pudieron rechazar el ataque y les hicieron retroceder. Los soldados que nos ayudaron pertenecían al 37º Regimiento de Infantería «Bacau» y al 2nd Batallón del 15º Regimiento «Piatra Neamt». Lucharon con tanta dedicacióny tanta sangre fría que arriesgaron en todo momento sus vidas.

Después de aquel ataque tuvimos una semana de tranquilidad. Durante todo este tiempo cada bando recogía sus muertos para enterrarlos. Finalizada esta semana de descanso, nos atacaron de nuevo intentando romper la línea y penetrar hacia el interior, sin embargo nosotros estábamos muy atentos y no toleramos que nos venciese el cansancio. Los ataques continuaron todo el mes de Septiembre y Octubre. Cada día intentaban romper nuestras líneas, pero nosotros los rumanos resistíamos bien, aunque cometiendo grandes sacrificios.

Entrado Noviembre de 1942, los rusos trasladaron muchos soldados hacia parte alta de la herradura del río. Llegaron también dos divisiones de caballería de cosacos. Nos atacaron simultáneamente por la izquierda y por la derecha. Eran tantos que no pudimos resistir, por lo que el 17 y 18 de Noviembre quedamos rodeados. Inmediatamente empezaron a fortalecer la línea de separación con tanques y caballería, de tal manera para que no pudiéramos salir del círculo. De siete divisiones de infantería, escaparon sólo dos, concretamente las situadas en los flancos. Las otras cinco quedaron atrapadas.

Con cada día que pasaba nos quedábamos sin comida y suministros básicos. Pero teníamos la moral muy alta, pensábamos que pronto llegarían las ayudas alemanas o algunos aviones rumanos que nos lanzasen comida. Sin embargo pasaron los días y no apareció nadie. Nos decíamos uno a otro que pronto vendrían. Pero daba la impresión de que nadie estaba pensando en nosotros, pobres oprimidos. Estábamos llorando de hambre y desesperación, implorando a Dios al que pedimos perdón por haber venido a estas tierras desconocidas contra nuestra voluntad. Tantos jóvenes sirviendo al país se habían quedado atrapados, olvidados por todos sin ninguna ayuda. Ahora éramos nadie, caídos en la desesperación y pensando en el final de nuestra corta vida.

Para el 23 de Noviembre llevábamos días sin comer, desde el 17. No podíamos aguantar más. Estábamos olvidados. No teníamos más remedio que rendirnos.

Finalmente cedimos todo el armamento y toda la munición, los caballos y los carros con su entera dotación. Ahora éramos presos. Los rusos nos alinearon y empezamos la marcha hacia destinos desconocidos. Nos movíamos con mucha dificultad. Nos quedaba muy poca fuerza después de tantos días sin comer, pero los rusos nos golpeaban y nos empujaban para que andásemos de prisa. Anduvimos así unos cuatro días con mucha dificultad. Los que desfallecían se quedaban por el camino, ya no se levantaban más. La mayoría de los centinelas eran tártaros que habituaban a pegar a los que se caían para que se levantasen, pero no podían porque no tenían fuerzas. Se quedaron ahí para siempre, muertos, y si seguían con vida, les fusilaban para asegurarse que no se sobreviviese ninguno.

El día 27 de Noviembre llegamos a un pueblo y nos dieron de comer un trozo de pan y una cabeza de pez salado. Era la primera comida desde el día 17. Me pregunté cómo pude resistir tanto tiempo de marcha y sin comer nada. Nos movíamos como unos borrachos sin control alguno de nuestro cuerpo. Los tártaros nos golpeaban y nos empujaban con las armas para avanzar más rápido. Nos parecíamos a unos flacos perros vagabundos que marchaban sin fuerza alguna.

Llegamos a una estación de tren. Allí había vagones preparados para nosotros. El día 30 de Noviembre subimos en los coches. Día tras día y noche tras noche el tren atravesaba las estepas rusas hacia las montañas Urales. No paraba nunca, sólo alguna vez cuando la locomotora necesitaba reposar para alimentarse con agua y después seguir su rumbo con fuertes silbidos. Llegamos a llamarlas “las vacas de Stalin”. Después de días de atravesar las estepas, observamos montañas con bosques de abetos y pinos. El tren continuó su rumbo paralelo a estas montañas hasta llegar a una cantina situada en un campo. Paramos unas horas. Vinieron unos rusos, abrieron los vagones y nos bajaron del tren llevándonos a dicha cantina. Allí nos dieron de comer una taza con una comida que se parecía a una galleta hervida y caldo. Nos pareció muy sabrosa, aunque escasa después de haber pasado seis días sin haber probado alimento. A continuación nos llevaron de vuelta al tren, en donde nos subieron en los vagones y nos cerraron con candados. El tren reinició su camino paralelo a los montes sin freno durante días y noches.

Mapa 2. Recorrido desde la rendición en el Frente del Don hacia el gulag en los Montes Urales.

El día 8 de Diciembre, el tren se detuvo en la puerta de un campo de concentración. Era el Campo Central Nº58, ya que tenían otros más. Un pelotón de rusos abrieron los vagones y uno a uno nos empezaron a empujar para bajar rápido. Nos encontrábamos hambrientos y en estado de congelación, apenas nos podíamos mover. Viendo que tardábamos mucho, subieron a los vagones y nos forzaron a descender uno por uno. Algunos cayeron mal y se hicieron mucho daño, no logrando levantarse. A estos les agarraban y arrastraban hasta el campo.

Dos rusos nos mostraron los barracones de madera donde teníamos que “alojarnos”. Pero todos estaban llenos de presos y ni ellos mismos tenían camas suficientes. Los rusos nos dejaron en el exterior, delante de dichos barracones y se largaron. Como fuera no se podía estar, cada uno entramos al interior y ocupamos el sitio que encontramos, por debajo de las camas o en cualquier rincón libre. Había tanta gente dentro que parecía un hormiguero. Toda la noche nos dábamos codos unos a otros, nos empujamos y arañábamos como los gatos. No se podía dormir porque no había sitio para tumbarse bien y nos pisábamos uno a otro en aquel infierno oscuro. No veíamos la luz hasta las 9:30-10:00 de la mañana, y a las 14:00 horas ya estaba oscureciendo. Era imposible moverse y durante la noche algunos orinaban ahí mismo encima de otros. Los que no aguantaban más salían fuera y se tumbaban en el suelo, pero por la mañana les encontrábamos muertos o congelados. Muchos enfermaban debido a tanta suciedad y al frío. Cada mañana sacaban entre 20 y 25 muertos de la barraca. Algunos tenían disentería y perdían el conocimiento. Se parecían a unos animales llenos de barro que daba asco tocar y sacar fuera.

La comida era pésima y baja en calorías. A las 5:00 de la mañana teníamos 200 gramos de pan de centeno o cebada y 250 gramos de sopa aguada de legumbres o pescado que parecía podrido. La próxima y última comida de la jornada era a las 16:00 horas y consistía en lo mismo. Todos los días nos sacaban fuera y nos contaban para saber cuantas raciones de comida tenían que preparar. A diario morían entre 60 y 70 presos en el campo.

Era Enero de 1943. Un invierno con temperaturas que bajaban hasta los menos 40-41 grados bajo cero. Las barracas de madera carecían de cualquier calefacción o fuego. Los más fuertes salían fuera y se entrenaban, pero los enfermos de disentería sufrían tirados en el suelo. Los piojos les andaban por encima como las hormigas en un hormiguero, pero ellos ya no tenían fuerza para atenderlos y apartarlos, por lo que les observaban con la mirada perdida, dejando que hiciesen lo que quisieran. Rezaban e imploraban a Dios para morirse cuanto antes y que acabara todo el sufrimiento. Pero estos enfermos no aguantaban demasiado. En tres o cuatro días fallecían. Morían tantos que los carros de la prisión a diario no podían llevar todos los cadáveres del día anterior.

Para lavar la ropa en el campo de concentración, los rusos tenían una especie de hornos cilíndricos hechos de chapa de hierro y rodeados de unas paredes de ladrillo. Nos llevaban a una habitación próxima a estos hornos, nos metían dentro y nos quitaban toda la ropa para lavar. En dicha habitación, hecha de madera, hacía mucho frío debido a la ausencia de calefacción alguna. La única fuente de calor provenía de la pared que cubría el recinto de los hornos, un poco más caliente. Todo el proceso de lavado duraba tres horas, teniendo nosotros que esperar desnudos. El problema radicaba en que no todos teníamos sitio para pegarnos a la pared caliente. Los más sanos y fuertes se mantenían cerca, pero los más débiles y enfermos se quedaban arrugados de frío en los peores rincones. Éramos como el ganado cornudo, los más fuertes empujaban y tiraban al suelo a los débiles.

Llegamos a estar tan delgados que se nos agarraba la tripa a la espalda. Esqueletos andantes, sólo huesos y piel. Mucha hambre pasé el tiempo que estuve preso. Ni a mi enemigo más grande le deseo una vida igual que la que tuve yo entre los 21 y 25 años; en guerra contra los rusos, después preso y de nuevo a la guerra en contra de la Alemania Nazi hasta el final del conflicto. Sólo Dios con su gran bondad me ha cuidado a mí, miserable pecador, y me ha sacado de todos los problemas de una vida llena de necesidades y dificultades. Gracias mi Señor. Gracias Virgen María que me has apoyado y mantenido alejado de todos los peligros.

En este campo de concentración había varias nacionalidades, no sólo rumanos, también alemanes, italianos, húngaros y polacos. Cada uno nos lamentábamos en nuestro idioma. De todos, los italianos eran los más frágiles y no aguantaban bien el hambre. Así transcurrió el invierno 1942-1943, en martirio y sufrimiento. No teníamos más remedio que sufrir porque habíamos luchado contra su país a causa de las ideas de Antonescu.

A finales de Marzo, el invierno todavía era muy duro, con mucha nieve y temperaturas que alcanzaban hasta 40 grados bajo cero. Nosotros los presos, estábamos sufriendo de frío en estas barracas de madera sin ningún fuego. La única buena noticia, si es que se le puede llamar así, es que éramos menos y por tanto ahora teníamos bastante sitio e incluso camas para poder dormir. Siendo tan débiles pensábamos que cualquier día los carros nos llevarían también a nosotros al hoyo. Para primavera habían muerto casi más de la mitad de todos los presos.

Llegado el mes de Mayo, nos hicimos ilusiones pensando que con el calor íbamos a poder dormir y descansar mejor. Pero no fue así. Dentro de la madera de las barracas y del musgo que había crecido sobre la madera, habían aparecido nidos de garrapatas. Cuando sintieron el calor salieron como las hormigas. Como no teníamos luz de ningún tipo, ni de lámpara, ni eléctrica, no nos dejaban en paz en toda la noche. Teníamos que salir fuera a pasear para alejarnos de ellas. Nos rascábamos tanto que teníamos la piel roja y nos asustamos mucho. Eran mucho peor que los piojos. Y si esto no era suficiente, apareció una enfermedad contagiosa por todo el campo de concentración: el tifus exantemático. Ahora morían más, la mayoría de ellos eran los fuertes y sanos. Yo era flaco como un esqueleto y no se me pegó el tifus. La Virgen María me cuidó de esta enfermedad. Más tarde nos vacunaron para evitar el contagio.

Muchas veces nos preguntábamos que culpa teníamos nosotros para aguantar tanto sufrimiento, horror y muerte. De todos los jóvenes, quedamos con vida un 20%. Me duele el corazón y lloro dentro de mí por mis camaradas, mis amigos, mis compañeros y paisanos que murieron y se quedaron en tierras lejanas. ¡Qué Dios les perdone!

Una mañana de Agosto de 1943, nos juntaron a todos los rumanos. Abrieron las puertas de la prisión y nos trasladaron a otro campo de concentración situado a unos 8-10 kilómetros donde había sólamente presos de Rumanía. Aquí los rumanos trabajaban con un equipo en la tala de troncos en el bosque, otro fabricaba cucharas y otro ollas y cuencos de barro. Los que no trabajaban estaban enfermos y sin fuerzas. Tras nueve meses en el campo de concentración central número 58, al llegar a este nuevo me sentí más contento. No sé, puede porque quizá eran todos rumanos. Me daba la impresión de que precisamente los rumanos eran más resistentes a la hora de realizar cualquier trabajo que les encomendasen.

Llegó Septiembre y empezó a refrescar más. Las mañanas eran ya bastante frías. Comenzamos a hablar entre nosotros y a preguntarnos que haríamos cuando viniese de nuevo el invierno. No nos sobraba ninguna camisa en buen estado porque estaban todas rotas y podridas de tanto meterlas en los hornos de lavado. De piojos y garrapatas no podíamos escapar ni en este campo. Empezamos suavemente a entrenarnos por el patio de la prisión. En nuestras cabezas nos hacíamos muchas preguntas, pasábamos de la esperanza a la desesperación y no podíamos descansar. Nos volvíamos locos al pensar en el futuro que nos aguardaba.

Un día entraron en el campo dos oficiales y una mujer, como nosotros estábamos más póximos a ellos nos ordenaron avisar a todos los presos para reunirse en la tribuna. Ejecutamos la orden inmediatamente, sacando fuera a todos los cautivos. Los tres subieron a la tribuna, la mujer en el medio y los oficiales a un lado y al otro nos obligaron a guardar silencio. En seguida nos callamos todos. Se levantó aquella mujer y por sorpresa empezó hablar en nuestro idioma, en rumano: «Hermanos rumanos, escuchadme! Quiero comunicaros una noticia que es para el bien de vosotros. Veo que estáis muy tristes y en muy malestar. Hemos pedido al camarada Stalin la posibilidad de formar una división de voluntarios rumanos, y el camarada Stalin ha estado de acuerdo. ¿Qué opináis? Si os quedáis aquí, os dejaréis los huesos en estas tierras. Nosotros os aconsejamos que no os lo penséis demasiado y os apuntéis como voluntarios. Vamos a liberar nuestro país y a nuestras familias, a nuestros hermanos. El camarada Stalin nos dará todo lo necesario para un digno combate». Entonces nosotros contestamos que no podíamos entrar de nuevo en la guerra en el estado en que nos encontrábamos. Ella nos contestó que era cierto, por eso antes de ir a la guerra debíamos pasar una temporada haciendo instrucción. Durante este tiempo recibiríamos el mismo menú que los soldados rusos. Sólo tendríamos que organizarnos cada uno en nuestra especialidad militar para luego recibir armamento de fabricación rusa. Siguió diciendo: «Ahora los que queráis y os decidáis, ¡levantad las manos!» Y tras contar vieron que la mitad deseaban y la otra mitad no. Continuó hablando: «Pero creemos que hasta el final todos váis a querer. Bien, os los agradecemos. Ahora os dejamos las hojas de inscripción. Los que deseáis tenéis que cumplimentar estas hojas con vuestros nombres, nombre del padre y de la madre, lugar de residencia, función que desempeñaba en la guerra y el grado de cada uno». Después nos agradecieron y los dos acompañantes se presentaron como oficiales del servicio de Estado Mayor de la URSS. La mujer era Ana Pauker, de origen rumana. Después de la charla se marcharon a otro campo de concentración.

Muchos de nosotros pasamos a cumplimentar las hojas de manera voluntaria. Tras la inscripción parece que nos animamos un poco más y empezamos a pensar que pronto dejaríamos de ser presos, comenzándonos a hacer en nuestras cabezas todo tipo de preguntas: «¿Hemos hecho bien? Puede que sea peor…». Nos estábamos reprobando a nosotros mismos en silencio. Los que no habían cumplimentado las hojas, ya fuesen los jefes de pelotón o algunos de los compañeros, nos abuchearon y echaron la bronca asegurándonos que no habíamos hecho bien. A partir de ese momento no pudimos dormir por el sentimiento de culpabilidad. No sabíamos que era mejor, irse de nuevo a la guerra o quedarse preso. Los pensamientos volaban a nuestras familias y caímos en la desesperación de no poder volver a ver más a los seres queridos. En esta incertidumbre pasamos los días por el patio de la prisión.

A mitad de Noviembre un tren se paró frente a las puertas de la cárcel. Depositó un grupo de vagones y luego la locomotora continuó hacia otro campo. Nos llenamos de alegría. Por fin habían llegado los vagones y nos iríamos. Entraron dos oficiales con un registro de todos aquellos que se habían inscrito voluntarios. Entonces, empezando en orden alfabético, subimos 40 presos por cada vagón. Hasta la caída de la noche no se terminaron de cargar los coches. Al día siguiente llegó la locomotora con otros vagones de otro campo de concentración que engancharon a los nuestros también. La felicidad se podía ver en nuestros rostros porque nos íbamos, pero la verdad es que no sabíamos hacia dónde.

El día 16 de Noviembre de 1943 dejamos los campos de concentración. Todos repetíamos: «Adiós cárcel llena de horror y sufrimiento». Estuvimos viajando en estos vagones durante 9 días hasta llegar al lugar de destino, en el bosque Ryazan. Allí bajamos de los coches, sumando entre todos los voluntarios unas 14.000 personas. Nos ordenaron en filas y después de una marcha de unos 5-6 kilómetros, llegamos a un cuartel militar muy cuidado y bonito. Estábamos muy contentos. Luego nos organizamos en regimientos, batallones, pelotones, cada uno según su especialidad militar.

Al principio la instrucción transcurrió muy mal porque todos estábamos muy flacos, débiles y en muy baja forma. Una semana más tarde nos proporcionaban herramientas de trabajo, picos y palas, y nos llevaron a una distancia de 4 kilómetros de nuestra base militar. Nos marcaron la tierra indicándonos donde teníamos que empezar la excavación. Cada compañía debía construir su propio cuartel, por lo que empezamos a hacer zanjas en la tierra. Los cuarteles debían ser algo más o menos de 1 metro de profundidad bajo la tierra y otro metro hacia arriba, pero lo suficientemente grandes para poder entrar todos. Era finales de Noviembre. Nos enviaron materiales y vigas de madera para poder cubrir las zanjas. Las maderas una vez colocadas las taponábamos con musgo y encima poníamos tierra. Estuvimos trabajando hasta el 25 de Diciembre. Todas las unidades acabaron los trabajos en Navidad. Luego juntamos todas las herramientas y las devolvimos al cuartel militar. Ahora estábamos listos para empezar la instrucción militar.

Empezamos el adiestramiento el día 2 de Enero de 1944 con oficiales rusos que nos enseñaron tácticas de guerra y trampas. Como veían que no obtenían los resultados esperados debido a nuestra debilidad y mala forma, pidieron subir las raciones diarias de comida. Pronto tuvimos el mismo menú que los soldados rusos, tres comidas al día. Poco a poco empezamos a recobrar nuestra salud. Cada semana nos llevaban a la sauna y a las duchas, por lo que al cabo de un tiempo nuestra piel empezó a regenerarse.

Durante dos meses estuvimos entrenando en el bosque Ryazan. Nos cansábamos más por la nieve que no tanto por los entrenamientos, ya que era a finales de Marzo, cuando el invierno era más cruel. Muchos se resfriaron y acabaron en el hospital de campaña.

Un día nos llegó la orden de salida. Era el 31 de Marzo de 1944. Preparamos todo lo necesario y nos dirigimos hacia la estación de ferrocarril. En unas horas estábamos embarcados. Al día siguiente el tren salió en dirección al Río Nistru. El viaje duró muchos días y tuvimos que pasar la Semana Santa en los vagones. La tarde del 23 de Abril bajamos del tren.

Mapa 3: Recorrido desde la liberación del gulag hacia la frontera entre Rumanía y Ucrania.

Aún nos separaban 18 kilómetros hasta el Río Nistru. Pero entonces nos dijeron que debíamos detenernos en esta posición. Realizamos una instrucción haciendo hincapié en cómo atravesar ríos ayudándonos de cualquier material flotante, ruedas de coches, trozos de madera y por supuesto pasando con todo el equipo. Después protagonizamos simulaciones de lucha a cuerpo con bayoneta. Todos los días se repetía el mismo programa. Pasaron unos meses y llegamos a aburrirnos de siempre lo mismo.

La tarde del 23 de Agosto cenamos y nos fuímos a dormir. A las 24 horas nos despertaron y nos anunciaron que teníamos que irnos. En seguida llevamos todo el equipo, cañones, carros con munición y todo lo necesario para dirigirnos en dirección a Nistru. Por la mañana nos acercamos a la orilla y pasamos al otro lado por un puente provisional. Habíamos entrado en nuestro país, Rumanía, exactamente en la ciudad de Soroca. Atravesamos la urbe y nos dirigimos hacia la ciudad de Balti. El sol se levantaba suavemente del horizonte, momento en que vimos a la aviación enemiga. Corriendo nos ocultamos entre unos frutales. Allí nos quedamos hasta que se hizo de noche y pudimos continuar la marcha rumbo a Iasi. Por el día nos escondimos de nuevo de los aviones alemanes, ya fuese en los bosques o en las huertas. Al caer la noche, cuando entramos en Iasi, observamos que toda estaba en ruinas por culpa de tantos bombardeos.

De Iasi salimos hacia Podu Iloaiei, luego a Vaslui. Tomamos la carretera y avanzamos a un ritmo muy rápido de unos 10 km/h. Era 27 de Agosto y nos separaban de la línea de frente unos cuatro días de marcha. Ya se había hecho de día cuando salimos de Vaslui y nos vimos atacados por unos soldados alemanes que se retiraban dispersos y en desorden por unos campos de maíz. Pero se equivocaron al atacarnos, pues todos nosotros contraatacamos a su posición y la mayoría resultaron muertos. Sólo unos pocos escaparon internándose por los maizales. En seguida aparecieron aviones alemanes que vinieron a cubrirles su retirada, por lo que esta vez fuímos nosotros los que nos escondimos en los campos.

Seguimos nuestra marcha pasando por Barlad, Tecuci y atravesamos el Puente de Cosmesti atravesando el Río Siret. Cruzamos el campo en dirección Focsani (que fue nuestro punto de partida en la guerra hacía unos años) y continuamos hacia Ramnicu Sarat. Muchas veces teníamos que escondernos durante el día para que la aviación alemana no nos viese, por tanto reiniciábamos la marcha sólamente de noche. Tomamos la ruta Ploiesti, después Campina, Predeal, Brasov, Feldioara para seguir por las tierras de Transilvania hasta alcanzar al enemigo.

Por fin nos tocó combatir en la línea del frente de Medias. Día tras día había lucha, pero siempre el enemigo se retiraba. Una mañana se replegaron hasta la ciudad de Oradea, así que en cuanto nos dimos cuenta, salimos a la carretera y empezamos también la marcha hacia el mismo lugar. De repente nos sorprendió la aviación alemana y nos provocó muchas bajas entre muertos y heridos. Nos tuvimos que parar y transportar a los heridos al hospital, enterrando a los muertos todos juntos a un lado de la carretera. Después salimos a perseguir al enemigo y ocupamos un campo muy llano en la línea de frente, con mucha visibilidad, demasiada diría yo. A nuestra derecha teníamos una división de rusos. Estos consiguieron ocupar parte de la ciudad y encontraron bebidas alcohólicas. Formaron en grupos y empezaron a beber y a cantar como si fuera una boda. Creo que por culpa de tanta bebida se olvidaron completamente de la guerra. Los alemanes se dieron cuenta de ello, e iniciaron un duro ataque en esa dirección. Les empujaron hacia atrás con mucha rapidez. Luego nosotros, los rumanos, nos encontramos con el enemigo de frente y dos divisiones de alemanes que habían penetrado por el flanco derecho del sector ruso, por lo que nos asaltaron desde atrás. Nos asustamos tanto que todos comenzamos a retirarnos huyendo cada cual hacia donde le pareció. Además aparecieron aviones alemanes lanzándonos bombas y fuego de ametralladora. Dieron vueltas por encima de nosotros como cuando los halcones están siguiendo a una presa. Estábamos tan horrorizados que sólo queríamos llegar a un lugar seguro cuanto antes para escondernos. Gracias a Dios pude atravesar corriendo toda la llanura hasta que encontré a un campo de maíz, donde me escondí una vez entré en su interior. Los alemanes consiguieron capturar un batallón.

Los que habíamos escapado nos agrupamos y formamos la línea de frente a unos 8-10 kilómetros en Oradea. Nuestro general Nicolae Cambrea estaba entre nosotros e iba pasando de uno a otro animándonos a cada uno con buenas palabras en un tono muy paternal. Sorpresivamente volvieron los aviones alemanes atacándonos justo por encima a lo largo de la línea de frente. Tras aquel ataque, el general Cambrea fue herido y quedó mutilado del brazo derecho. En equella situación, fue sustituido por el coronel Mircea Haut. Este fue él que nos condujo hasta el final de la guerra. Tantas pérdidas de vidas y tantos heridos que habíamos sufrido aquellos días fueron por la culpa de aquellos rusos borrachos que olvidaron su deber en un momento tan importante.

Cada día atacamos a los alemanes pero no logramos sacarles de su posición. Tras dos semanas de asaltos, solo habíamos conseguido echarles atrás unos 5-6 kilómetros. La suerte se volvió de nuestra parte cuando nos llegó ayuda de una división de caballería de cosacos. Estos contribuyeron a la liberación de la ciudad de Oradea. Salieron a atacar de madrugada con toda su fuerza y nosotros les seguimos detrás lo más rápido que pudimos. En nuestro camino encontramos árboles que nos bloqueaban el paso y campos de minas, pero marchamos adelante. Había que ocupar Oradea. Las luchas duraron todo el día, pero al llegar la noche ya teníamos la ciudad. En ese momento los cosacos se retiraron y nos dejaron seguir a nosotros. Habían sufrido muchas pérdidas porque iban con los caballos directamente hacia el enemigo en una confrontación directa y sin esconderse. Casi la mitad de ellos murieron en el asalto.

Cristea Manole en uniforme.

Nosotros continuamos avanzando. El tercer día llegamos a un río en donde los alemanes opusieron mayor resistencia, por lo cual durante toda la jornada tuvimos que atravesar unas cuantas veces el río, atacando y otras veces retrocediendo, aunque al caer la noche conseguimos cruzar al otro lado y avanzar lo sufiencte. Los siguientes dos días logramos acercarnos hasta las proximidades de la ciudad de Debrecen. En aquel lugar marchamos con mucha dificultad porque el enemigo estaba muy bien situado. Lo estuvimos intentando varias ocasiones, pero no conseguimos hacernos con la ciudad. Entonces pedimos ayuda y nos fue enviada una división para apoyarnos. Cuando esta llegó, nos preparamos para un ataque por sorpresa durante la noche. Partimos de madrugada en silencio y sin pronunciar ninguna palabra, arrastrándonos por el suelo. En el otro lado había mucha tranquilidad. Puede que a esa hora ellos estuvieran descansando. Al llegar a su posición empezamos a dar gritos de guerra y comenzamos a usar las metralletas. Entonces se despertaron aturdidos y corrieron, mientras nosotros les seguíamos de cerca para hacerles retroceder. En cuanto se hizo de día, estábamos metidos en una lucha muy dura. Resistieron a nuestro ataque y llegamos a una confrontación directa con la bayoneta. No había escapatoria. Eran ellos o nosotros. La muerte se podía oler en el aire. Al final ganamos, pues nuestros rumanos eran los más fuertes y crueles luchando con la bayoneta. No existía perdón, había tanta crueldad y odio, aunque también miedo porque no dejaban con vida al que alcanzaban.

Después del ataque ocupamos la ciudad de Debrecen. A pesar de la victoria, habíamos sufrido muchas pérdidas en vidas humanas y heridos. No quisimos seguir luchando porque no teníamos equipo para enterrar a los muertos, en cambio los rusos sí. Nuestros caídos se abandonaban y se podrían ahí donde caían, convirtiéndose en alimento de los perros y pájaros. Viendo esto, nos dieron unos días libres, nos sacaron de la línea de frente y nos sustituyeron por la división que llegó para ayudarnos. Agrupando a todos los muertos hicimos un cementerio en las afueras de la ciudad de Debrecen. Contamos alrededor de 2.000 fallecidos.

Pasados los días libres, regresamos a la primera línea y la división de ayuda se quedó en reserva. Avanzamos hacia el Río Tisa y entramos en una zona pantanosa con mucha humedad y barro. Todos íbamos como los cerdos que se bañan en el fango. Era Octubre y llovía a diario. Hacíamos zanjas de defensa bien camufladas, pero como la lluvia no paraba, se llenaban todas de agua. Cuando pasaba la aviación enemiga, para ocultarnos saltábamos en el interior y nos hundíamos. Llevábamos días mojados sin poder secarnos y la piel estaba arrugada de tanta humedad, pero teníamos que seguir, no se podía hacer otra cosa.

Con muchas dificultades conseguimos superar el Río Tisa por un puente provisional construido por los pioneros, pero en el otro lado nos esperó más de lo mismo, un terreno pantanoso, charcos y barro. No podíamos mover los cañones, encorvados tirábamos con todas nuestras fuerzas, pero se movían muy poco. Nos maldecíamos a nosotros mismos por la suerte que teníamos. Ese martirio duró unas dos semanas, cuando por fin conseguimos salir a un lugar más seco y rígido que nos permitió movernos mejor.

Entrando en Hungría, encontramos tierra muy cuidada con varios cultivos, frutales y viñas. Llegamos a un pueblo llamado Miskolc que lo conquistamos en un solo día. Pero teníamos que seguir avanzando todos a diario porque así nos lo ordenó el coronel Mircea Haut que sustituía al general Cambrea.

A finales de Noviembre los alemanes pasaban con los aviones tirando papeletas en donde nos aconsejaban entregarnos, pues ellos nos asegurarían buena vida. Entramos en el mes de Diciembre continuamos con los ataques en territorio húngaro. Nuestro comandante no nos dejaba ningún descanso, ya que probablemente deseaba el grado de general. Llegaron las Navidades de 1944 y casi habíamos controlado todo el territorio húngaro. El suelo estaba cubierto de nieve, hacía frío y siempre nevaba. Nos preguntábamos que haríamos aquel invierno y si seríamos capaces de resistir. Estábamos atormentados de cansancio, pues no se podía dormir, en todo momento había que estar atento y al más mínimo ruido nos asustábamos. Hasta Berlín quedaba mucho y un entero invierno por delante. Alguna vez se me pasaba por la cabeza que sería mejor que me hiriesen para salir del combate. Pero Dios lo quiso así y pude resistir hasta el final de la guerra sin daño alguno. Cuando firmamos el contrato de inscripción voluntaria, se nos dijo que nuestra participación sería sólo en el territorio de Rumanía. Pero nuestros comandantes nos obligaron a seguir. No sé por qué, puede que para obtener grados más altos.

Un día salimos a atacar y nos acercamos bastante a los alemanes, pero ellos realmente nos dejaron hasta que nos separó poca distancia, justo después empezaron todos a disparar. Por suerte nosotros ya conocíamos sus costumbres y nos escondimos rápido tras los montículos de tierra, en charcos o en cualquier hoyo. Era Enero y hacía mucho frio. Teníamos que aguantar en aquella posición todo el día y noche, pues éste era el deber del soldado.

Nos aproximábamos a la frontera con Checoslovaquia y recibimos orden de atacarla. En cuanto entramos en Chequia observamos un relieve con colinas, aunque muy favorable para la agricultura. Había pueblos bonitos con calles rectas y casas alineadas muy cuidadas, cuyos patios disponían de una fuente con agua. Además casi todos los habitantes tenían maquinas para trabajar la tierra. Al penetrar en aquel país, nos ordenaron respetar a la gente y nos prohibieron apoderarse de sus bienes. No podíamos llevarnos ni comida para los caballos. Pero no nos faltó de nada, ya que la gente nos regaló alimentos a nosotros y a nuestros animales.

Era final de Febrero de 1945. Desde el día 23 de Agosto pasaron siete meses. Siete meses de guerra en primera línea. Perdímos toda la esperanza. Pensábamos que íbamos a morir todos poco a poco.

Nada mas entrar en Marzo, una división cercana a nuestra izquierda se quedó atrás a mucha distancia. Entonces la división de apoyo nos sustituyó para mantener la línea. Pero entonces los habituales sacrificados voluntarios de la División «Tudor Vladimirescu», tuvimos que volver a ayudar a la otra división que no podía pasar el Río Hron. Los rusos también habían enviado refuerzos a la zona, mucha artillería, gente especializada en puentes flotantes, constructores y también unas máquinas lanzacohetes llamadas Katyusha. La artillería se colocó en tres filas. Cada cañón tenía que disparar 300 proyectiles cuando los observadores lo ordenasen. Todo se preparó por la tarde-noche. Por fin a las 6:00 de la mañana empezó el ataque. Toda la artillería abrió fuego. Era la primera de la serie. La infantería con las velas de humo flotando en el río intentó cruzar al otro lado. Los ingenieros armaron el puente con mucha prisa. La artillería no paraba de disparar. Había tanto humo que ya no se veía el Sol. No se sabía si era de día o de noche. Finalmente la infantería logró pasar al otro lado obligando al enemigo a retirarse. Sobre las 8:00 de la mañana todavía no se veía la luz por culpa del humo. Cuando el puente estuvo listo, se dió orden al convoy de pasar a la otra parte. Pero nada más llegar al medio de la infraestructura, los alemanes tiraron tres proyectiles aislados que alcanzaron directamente al puente. Todos los carros y coches situados encima se cayeron al río. Pobres constructores, tuvieron que empezar de nuevo el montaje de su obra. La artillería recibió orden de tirar cada vez más lejos. Después los lanzacohetes. Cuando acabaron el nuevo puente, todo el convoy consiguió pasar a la otra orilla, esta vez sin problemas.

Por la tarde cuando el fuego de artillería cesó y el humo era menor, empezó a observarse la luz del Sol. Después de ayudar a esta división a pasar el río, nosotros, los voluntarios de la División «Tudor Vladimirescu» volvimos a nuestra posición inicial. Disfrutamos de unos días de tranquilidad, ya que tuvimos que esperar la llegada de otras divisiones en los flancos. Una vez aparecieron seguimos atacando y dirigiéndonos hacia las montañas de Tatra. En nuestra subida por las serpentinas nos encontrábamos campos de minas y árboles tirados que nos bloqueaban el paso. Salían a atacarnos con tanques y máquinas blindadas, pero nuestra artillería anticarro no siempre les dejaba y les produjo mucho daño. Bastaba con apuntar a las ruedas para que se quedasen fuera de combate. Viendo ellos nuestra fuerte resistencia, perdían las ganas de atacar con los tanques. En estas montañas el armamento más eficaz que teníamos eran los morteros calibre 81′ 4 milímetros. Con estos podíamos disparar en cualquier dirección. Dicho mortero al que llamábamos «Brandt» lo llevaban tres personas. Uno en la espalda portaba la placa base, el segundo el sistema de orientación y apoyo, mientras que el tercero el tubo. Lo más difícil fue cuando subimos por las serpentinas, pues el enemigo nos esperaba arriba y nos dió caza a todos. El que era alcanzado se iba rodando hacia abajo sin poder frenar. Pero una vez logramos subir a la cumbre, lo siguiente fue más fácil. Ellos se retiraron bajando las cuestas y ya no presentaron ninguna resistencia.

Día tras día a lo largo de las serpentinas, atacando en la subida y persiguiendo al enemigo en la bajada, pasamos por la ciudad de Cyeszin, Ostrava y luego Opava. Después recibimos orden por teléfono para atacar junto a las montañas de los Sudetes. Pero aquí nos encontramos con la división que se situaba a la derecha y que ahora había penetrado en nuestra posición.

Habían llegado todos a la frontera de Alemania y el frente era más estrecho. Todos querían entrar en el Tercer Reich. Ahora atacábamos juntos con la otra división desde el noreste y en dirección sureste. Desde el noroeste atacaban los franceses y los ingleses y desde suroeste los americanos. Todas las divisiones del este, nosotros y los rusos, nos amontonamos y por la fuerza ocupamos la ciudad de Liberec y más adelante Zittau. Los alemanes ya no podían resistir como antes. Llegamos a Dresde, una ciudad bonita con el Río Elba atravesándola por el medio. Después ya no pudimos continuar. Era mes de Mayo. Venían desde la retaguardia un montón de soldados soviéticos con todo tipo de armamento, tanques, lanzacohetes, blindados… Pasaban los convoyes uno tras otro. Tuvimos que aguardar un día entero para que circularan ellos delante. Nos aburrimos de tanta espera, preguntándonos por qué esta columna no víno antes cuando nos hacía más falta.

Mapa 4. Recorrido desde la frontera con Rumanía hacia Dresde en Alemania.

En unos días Alemania capituló. Nosotros, los sacrificados de la División «Tudor Vladimirescu» que procedíamos de los campos de concentración rusos en los Montes Urales, estábamos ahora aislados. Nadie nos preguntaba nada. Nos sentíamos abandonados.

Era Mayo de 1945 y volvíamos a casa. Regresamos a pie porque las vías de ferrocarril estaban destrozadas. Caminamos hasta la ciudad de Miskolc. Allí se junto toda la división de voluntarios. De los 14.000 que éramos al principio sólo quedamos unos 4.000. Entonces nos comunicaron que iban a enviar soldados “sueltos” de otras unidades para que la división se completase.

El día 18 de Mayo subimos en trenes y salimos dirección a Rumanía. El 19 entramos ya en Oradea y continuamos hacia Cluj, Sibiu, Ramnicu Valcea, Piatra Olt, Pitesti y luego Bucarest. Llegamos a la capital el día 25 de Mayo de 1945. Nos concedieron dos días para trabajos administrativos: limpieza personal, limpieza del armamento… Ahora parecíamos otros, afeitados, limpios y ordenados, no como en la guerra, sucios, hambrientos y mal vestidos.

Se iniciaron los programas para irnos de vacaciones 15 días, empezando el día 1 de Junio de 1945. Pero no podían ir todos a la vez. Primero se iban los casados y con niños. Después los casados y por ultimo los solteros. A mi personalmente me tocó la tercera serie entre el 1 y 15 de Julio.

Marchando con el tren hasta Adjud (pequeña ciudad cercana de Adjudu-Vechi, pueblo de origen a sólo 4 Kilómetros) todo me parecía cambiado. Adjud ya no era la misma ciudad. Habían pasado cuatro años desde que me fuí de la casa de mis padres. En Adjud bajé del tren y me dirigí andando hacia un caminito, una senda que atravesaba el campo que separaba las dos poblaciones, Adjud y Adjudu-Vechi. Estaba muy impaciente por ver a mis padres. Entrando en el pueblo, unas mujeres que trabajaban el campo dejaron todo y me siguieron para contarme que mi hermana se había cambiado de casa unas tres calles más lejos que la anterior. Entonces rápidamente me dirigí hacia su nuevo hogar para verla a ella y a sus niños. Tenía dos hijos más desde que yo me marché. Cuando salí tras una rápida visita, en la calle delante de la casa había un grupo de mujeres y niños que me seguían los pasos, acompañándome. Mientras yo me acercaba, alguien avisó ami madre. Víno corriendo por la calle con la cara llena de lágrimas. Estaba tan cansada y emocionada que ni podía tenerse de pie. Al verla corrí hacia ella y le besé la mano, entonces ella también me besó la cara. La cogí del brazo y nos fuimos juntos a casa, aunque ella no se podía tranquilizar porque todo el rato lloraba. Yo le aconsejé que dejara de llorar: «Creo madre que bastante lloró cuando no sabía nada de mí. Tranquilízase y alégrase que he vuelto a casa sano y salvo». Entonces empezó a relajarse poco a poco.

Al llegar a casa no me dió tiempo a lavarme, ni a comer, ni a cambiarme de ropa, pues había venido tanta gente que parecía una boda. Se acercaban a ver a un pobre hombre que estuvo tantos años en la guerra y que se salvó de milagro. Al poco tiempo, apróximadamente una hora y media, víno también mi padre, cansado, sudando y con lágrimas en los ojos. Había estado en el campo trabajando con la guadaña y le habían avisado que su hijo perdido había vuelto a casa. Mientras tanto siguieron llegando a nuestro hogar todos los familiares y gente del pueblo. Estuvieron entrando y saliendo individuos hasta que se hizo de noche. También en los próximos días siguieron viniendo más personas, hasta de los pueblos vecinos, preguntándome si sabía algo de sus hijos o de sus maridos que habían ido a la guerra, aunque yo sinceramente no sabía que decirles porque me fuí sólo y nunca me encontré a nadie conocido.

Cuando acabaron los 15 días de vacaciones, tuve que volver a Bucarest, pues aún no había cumplido todo el servicio militar. En la capital hicimos guardia y patrulla por todos los puntos importantes de la metrópoli. Alguna vez nos tocaba defender al Gobierno de Petru Groza cuando los estudiantes se manifestaban en contra de éste. Se empezaron a hacer desmovilizaciones y los soldados ya se fueron marchando a casa al terminar el servicio militar, aunque al principio fueron los más mayores. Yo acabé el 10 de febrero de 1946. Habían pasado exactamente cuatro años desde que me fuí a la guerra el 10 de Febrero de 1942.

Sólo puedo agradecer a Dios y a la Virgen María que me ayudaron y apoyaron en todos los momentos difíciles y que me han defendido de todos los peligros para de esta manera llegar sano y salvo a casa.

¡Bendito seas mi Señor y ten misericordia de mí. Amén!

Cristea Manole. Muchos años después con su uniforme de veterano.

DATOS:

Distancia total aproximada andando: 3.000 km

Distancia total aproximada en tren: 8.500 Km