Kamikazes

 

Kamikaze, también conocido como «Viento Divino», fue el arma desesperada de Japón por ganar la Segunda Guerra Mundial. Consistente en pilotos suicidas que estrellaban sus aviones contra los barcos de Estados Unidos a cambio de entregar su vida, los kamikazes pasarían a la Historia por el terror infligido a sus enemigos y por el respeto tanto de su patria como de los seguidores del Código Samurái del Bushido.

Preludio

Crítica era la situación de Japón en la Segunda Guerra Mundial durante el verano de 1944. La desastrosa Campaña de las Islas Marianas junto al hundimiento de gran parte de la Flota Imperial Japonesa en la Batalla del Mar de Filipinas, puso de manifiesto que el Imperio Japonés había cavado su propia tumba después de tres años de contienda tras el ataque sobre Estados Unidos en Pearl Harbor en 1941. Aquella crisis nacional generada por las continuas derrotas fue la que llevó a Japón a tomar una drástica decisión para ganar la guerra: emplear pilotos suicidas que estrellasen sus aviones contra los barcos de guerra estadounidenses, algo mucho más efectivo que soltar bombas, las cuales no solían impactar en el objetivo.

A nivel estratégico la misión de un kamikaze era la de un piloto que por voluntad propia aceptaba morir por su país, en este caso chocando su avión cargado de explosivos contra las partes más vitales de los buques aliados (especialmente los portaaviones y concretamente sobre las zonas más vulnerables del ascensor de cubierta o la torre de mando), lanzándose en picado desde una altura de entre 5.500 y 6.500 metros o bien volando a ras del agua para evitar los radares y ascendiendo a continuación a los 3.000 metros para luego enfilar hacia el objetivo. Con esta teoría militar los expertos en la materia calcularon hundir un barco enemigo por avión colisionado, algo que implicaba infligir graves pérdidas a la flota de Estados Unidos con unas bajas propias muy pequeñas.

Voluntario kamikaze con el pañuelo «hachimaki» en la cabeza se dispone a afrontar su destino. La muerte era segura, pero también su sacrificio.

Curiosamente la idea de los kamikazes no la inventaron los japoneses, sino los italianos varios años antes de la Segunda Guerra Mundial. Todo ocurrió en 1935 cuando la Italia Fascista de Benito Mussolini invadió Etiopía y Gran Bretaña como respuesta a la agresión envió al Mar Rojo una escuadra de buques de guerra con misión intimidatoria. A pesar de que finalmente no se produjo ningún conflicto entre Italia e Inglaterra, durante aquellos días de gran tensión el propio Duce propuso la creación del Cuerpo de Aparatos Suicidas, un escuadrón encargado de colisionar sus aviones contra los barcos ingleses a sabiendas de que un enfrentamiento naval contra la Marina Real Británica (Royal Navy) sería catastrófico. Por suerte para los italianos nunca se llegó a tal extremo, aunque los japoneses tomaron nota.

Visión Filosófica

Takijiro Onishi, contraalmirante japonés de la I Flota Aérea, fue el ideólogo original de la táctica kamikaze junto con el comandante Asaiki Tamai del 201º Grupo Aéreo y el capitán Rikehei Inoguchi que propusieron la creación de una Unidad de Ataque Especial (Tokubetsu Kogeki Tai o «Tokkotai»). Fundamentalmente se inspiraron en el tifón que hundió a las dos flotas del Imperio Mongol durante los años 1274 y 1281 cuando se dirigían a invadir Japón, una causa natural atribuida en el imaginario colectivo a la Diosa del Sol Amaterasu para proteger al país con su viento divino «kamikaze» (también denominado «Shimpu»). A este pensamiento también se sumó la creencia de que la familia imperial de los Yamato, a la cual pertenecía el Emperador Hiro-Hito y sus ancestros desde hacía más de 2.000 años, eran considerados genealógicamente descendientes de la misma Amaterasu, lo cual hacía más factible cualquier interpretación acerca de un arma milagrosa que salvara la situación de la guerra.

Respecto al enfoque filosófico que la religión del Shinto otorgó a los aviadores suicidas, un kamikaze consistía en un piloto de caza que cargaba su avión con explosivos y que voluntariamente estrellaba su aparato contra los buques de guerra estadounidenses para hundirlos a cambio de entregar su vida. Una vez muerto, su espíritu o «kami» viajaría al Santuario de Yasukuni en Tokyo (templo levantado en el siglo XIX por el Emperador Meiji en honor a los patriotas japoneses caídos en diversas guerras) en donde el fallecido moraría y la familia de este recibiría los máximos honores. Sin embargo el shintoísmo no era la única religión de Japón, por lo que también se tuvo que adaptar y actualizar una visión kamikaze al budismo, la cual afirmaba que sacrificando la vida por el bien de la comunidad, al espíritu le sería mucho más fácil alcanzar la iluminación del «nirvana». Incluso hubo numerosos católicos entre los voluntarios, quienes llevando un ejemplar de la Bíblia en su avión, confiaban en que su espíritu entrase en el paraíso.

Varios fueron los rituales de los japoneses cuando partían a una muerte segura, aunque el más común fue recitar una oración justo antes de ingerir un cuenco de sake o vino de arroz durante una ceremonia llamada «Mizu Sakazuki» en la que se brindaba con el jefe de escuadrón. Normalmente se llevaba atado un pañuelo «hachimaki» a la cabeza, siempre con el disco solar «hinomaru» de la bandera de Japón o el círculo brillante «kyokujitsuki» de la Marina Imperial Japonesa, así como el dibujo de un crisantemo o diversos nombres de espíritus «kamis» inscritos, linajes familiares o personajes históricos como el samurái Kusunoki Masashige, famoso durante los años 1294-1336 por haberse convertido en un símbolo de la guerra y el honor. A esta vestimenta solía acompañar una katana, una pistola del modelo Nanbu, una bufanda, un trozo de arroz con tofu y un cinturón «Senninbari» que diseñaban a propósito las madres de los suicidas (las cuales recibían como recuerdo de sus hijos un sobre de papel con un poema, un mechón de sus cabellos y sus uñas cortadas). Por supuesto el grito de guerra empleado para tal fin fue el clásico «¡Banzai, Banzai!».

El Arma Definitiva de Japón

A pesar de el propio Emperador Hiro-Hito se mostró bastante incómodo ante la posibilidad de utilizar kamikazes, el Alto Mando del Ejército Imperial Japonés quedó deslumbrado con la idea de emplear pilotos suicidas. De hecho fue el propio Primer Ministro Koiso Kuniake quién aprobó la propuesta de autorizar el uso de kamikazes. Así lo dejó patente el vicealmirante Takijiro Onishi en su discurso del 17 de Octubre de 1944: «Nuestro único medio de detener al enemigo es estrellar nuestros cazas Zero, portadores de bombas de 250 kilos, contra las cubiertas de vuelo de sus portaaviones».

Numerosas fueron las armas empleadas por los kamikazes. El mítico Zero, también conocido como «Caza Samurái», fue el aparato más utilizado para misiones suicidas. Otros aviones de considerable importancia fueron los cazabombarderos Nakajima B5N, Aichi D3A Val o Yokosuka D4Y; así como los bombarderos medios Mitsubishi G4M, Ki-21, Mitsubishi Ki-67 o Yokosuka P1 Y1. También se fabricaron bombas volantes a reacción, los misiles suicidas Okha, de los cuales se produjeron 852 unidades. Incluso llegaron a idearse kamikazes navales dentro de los minisubmarinos «Kaiten» con 1.500 kilogramos de TNT, lanchas explosivas «Shinyo» o buzos-mina «Fukuyuru».

¿Quienes eran los kamikazes?

El perfil del kamikaze estaba constituido por jóvenes de 25 a 35 años (en algunos casos adolescentes de 17) procedentes de la Fuerza Aérea Imperial Japonesa. Aunque inicialmente la mayoría de los pilotos eran licenciados recién salidos de las escuelas de vuelo, pronto acabaron reclutándose cadetes e incluso voluntarios de las universidades. A todos ellos les unía el ideal ultranacionalista, el patriotismo, la lectura del Código Samurái del Bushido y la lealtad al Emperador y el Clan Yamato. Sin embargo el elemento que más predominaba en todos estos voluntarios era la cultura del colectivo basada en el sacrificio personal por el bien familiar y de la comunidad, algo muy arraigado en la sociedad japonesa bajo el nombre de «Yamatodashi».

Grupo de pilotos kamikazes escuchando las órdenes del instructor.

Tan profundo era el sentimiento de morir en favor del colectivo en Japón, un término conocido como el «Rippanashi», que la mayor parte de los kamikazes procedieron de todas las clases sociales, niveles culturales del país y diferentes religiones (shintoísta, budista y cristiana) con tal de acudir a la defensa de la patria. Curiosamente la mayor parte de los kamikazes fueron jóvenes de un alto nivel intelectual, con una elevada capacidad crítica, licenciados en varios idiomas y conocedores de la política nacional e internacional. Además de la profesión de pilotos, muchos de los suicidas fueron ingenieros, abogados, economistas, escritores, filólogos, etcétera…

Jamás entre los kamikazes se aceptó a todos aquellos voluntarios que fuesen hijos únicos en la familia con la finalidad de evitar romper la estirpe. No obstante hubo casos de personas en esta situación que insistieron, como por ejemplo una madre indignada que escribió una carta a un jefe militar, a quién le reprochó no haber autorizado a su hijo suicidarse por el Emperador, algo que obligó a este mando a rectificar y convertir al solicitante en kamikaze. Otros ejemplos parecidos ocurrían cuando se prohibía a un piloto convertirse en kamikaze, lo que llevó a muchos a robar aviones para cumplir su sueño de inmolación. Tales incidentes obligaron a los mandos militares a elaborar un «cuestionario kamikaze» para conocer la voluntad real de cada candidato.

Hubo un reducido número de kamikazes que a diferencia de la mayoría no fue del todo voluntario a las misiones suicidas. Muchos eran jóvenes que comprendían que la guerra estaba perdida y que si se convirtieron en kamikazes fue por el simple hecho de que en Japón todos los hombres habían de acatar una serie de obligaciones colectivas sin posibilidad de negarse para no dañar el orgullo propio y el de la familia. De este modo cada vez que un oficial preguntaba a los cadetes quién deseaba ser kamikaze, la inmensa mayoría levantaba la mano sin dudarlo, incluyendo esta minoría pesimista que lo hacía con tal de cumplir con su deber. Así fue como en alguna ocasión poco habitual se obligaba a los posibles candidatos indirectamente como cuando los mandos preguntaban «¿quién no se ofrece voluntario?», lo que forzaba a enrolarse a todos aquellos que no deseaban morir. Otras veces en cambio los oficiales apuntaban a sus hombres como voluntarios sin tan siquiera pedirles permiso, como le sucedió al piloto Kuroda Kenjiro. Incluso en una ocasión se dio el caso de que un piloto llamado Ryo Yamada se negó a convertirse en kamikaze, lo que le costó la degradación y su traslado como nuevo soldado raso a un puesto de riesgo en el frente.

Menos comunes fueron los casos de kamikazes que regresaron con vida de sus misiones y por ello fueron duramente castigados. Por ejemplo un joven kamikaze llamado Kenichiro Oonuki fue alcanzado por fuego de un caza norteamericano cuando estaba a punto de estrellar avión, por lo que su aparato perdió la dirección y se vio obligado a aterrizar forzosamente en una isla cercana con la intención de reparar su aparato y suicidarse más tarde. Sin embargo nada más tomar tierra los soldados japoneses le acusaron de cobarde y sin juicio previo le encerraron en una prisión donde sufrió tortura y vejaciones. Por suerte al terminar la Segunda Guerra Mundial, Oonuki sería liberado y devuelto a casa para relatar su increíble experiencia de haber sido un «kamikaze superviviente».

Estreno en las Filipinas

Filipinas sería el escenario en donde entrarían en acción los kamikazes. Bajo el nombre de Cuerpo Especial de Asalto por Impacto, el vicealmirante Takijiro Onishi en persona organizó cuatro grupos de kamikazes organizados en las Escuadrillas «Yamato», «Shikishima», «Ashahi» y «Yamazakura» integradas cada una por 41 pilotos y 26 cazas Zero A6M5 equipados con bombas de 250 kilogramos.

Al producirse la Batalla del Golfo de Leyte en Octubre de 1944, más de un centenar de kamikazes situados en el Aeródromo de Mabalacat corrieron a sus aviones para estrenar el nuevo arma. Justo antes de embarcar se anunció un comunicado especial con las siguientes palabras: «Ya no somos lo suficientemente poderosos para enfrentarnos al enemigo en combates aéreos y no nos queda otra salida que impedir el despegue de los aviones americanos. Por tanto hay que inutilizar las pistas de los portaaviones, aunque sólo sea durante una semana. Pienso que el único modo de alcanzar nuestro objetivo es cargar los aviones de caza con bombas de 250 kilogramos y estrellarlos contra el objetivo. ¿Qué piensan ustedes de ello?». Aunque al principio hubo estupefacción entre los pilotos, finalmente todos acabaron cumpliendo con su deber.

Oficialmente el 24 de Octubre de 1944 se produjo la primera acción kamikaze de la Historia. Todo ocurrió después de que dos cazas japoneses Zero que volaban a toda velocidad impactasen contra el remolcador militar estadounidense USS Sonoma y contra el transporte de tropas LCI-1.065, los cuales fueron destruidos y hundidos contabilizándose un marinero muerto. Así fue como los japoneses cosecharon un gran éxito, aunque los norteamericanos todavía no comprenderían lo que había ocurrido hasta el día siguiente.

El 25 de Octubre de 1944, un solitario caza Zero al mando del teniente Yukio Seki sobrevoló los alrededores del portaaviones estadounidense USS Saint-Lo. Tal y como era de prever, los marineros intentaron derribar al aparato con las ametralladoras antiaéreas, dañando el fuselaje del que surgió una estela de humo. Sin embargo cuando el Zero se alejó y la tripulación pensó que había pasado el peligro, el aparato dio media vuelta y de nuevo enfiló hacia el portaaviones. Fue entonces, cuando sin comprender los marineros la maniobra del japonés al ver que no corregía el rumbo del vuelo, el piloto Yukio Seki repentinamente soltó su carga de bombas al mismo tiempo que en línea recta estrelló su aparato contra la pista del portaaviones causando una inmensa explosión, matando a varios tripulantes e incendiando las bodegas y el hangar. Solamente unos minutos más tarde el portaaviones USS Saint-Lo se hundió muriendo 114 marineros y resultando heridos otros 300.

El portaaviones USS Saint-Lo siendo alcanzado de lleno por un kamikaze.

«Devil Diver (Avión Diablo)» fue como apodaron los supervivientes del USS Saint-Lo al avión japonés suicida. Sin embargo los norteamericanos seguían albergando dudas acerca de que los japoneses fueran capaces de hacer algo así, por lo que achacaron el incidente a un piloto no experimentado que de manera accidental había chocado contra el buque. Desgraciadamente para ellos, después de que varios kamikazes impactasen contra otros navíos, los estadounidenses descubrieron la terrible realidad.

Junto a los aviones también entraron en acción los minisubmarinos kamikaze bautizados como «Kaiten» que marineros suicidas tripulaban hasta chocarse por debajo de la línea de flotación del casco de los barcos enemigos. Así sucedió el 20 de Noviembre de 1944 cuando un «Kaiten» se inmoló en el agua hundiendo al petrolero USS Mississinewa y matando a 63 de sus marineros.

Otro de los grandes resultados de los aviones kamikazes fue hundir el 4 de Enero de 1945 al portaaviones USS Ommaney Bay en el Golfo de Lingayen después de provocar a la tripulación del navío 95 muertos. De hecho hasta el 31 de Enero de 1945 la lista de buques hundidos por los kamikazes durante la Campaña de Filipinas fue la siguiente: los tres destructores USS Abner Read, USS Mahan y USS Reid; el dragaminas USS Long; el submarino USS SC-744; los dos torpederos USS PT-300 y USS PT-323; los cuatro mercantes SS William Ladd, SS John Burke, SS Lewis Dyche y SS Ward; el petrolero USS Porcupin; y los seis transportes de tropas LSM-20, LSM-318, LST-432, LST-738, LST-460 y LST-749.

No todos los impactos de los kamikazes acabaron en hundimientos porque la mayoría de choques únicamente dañaron en mayor o menos medida a los barcos enemigos. Por ejemplo entre los portaaviones gravemente dañados estuvieron el USS Suwanne en el que perecieron 150 personas y 100 más resultaron heridas o el USS Cabot en el que fallecieron 62 marinos. Respecto a los portaaviones con daños considerables estuvieron el USS Santee con 16 muertos, el USS Salamaua con 15 muertos y 8 heridos, el USS Manila Bay con 14 muertos y 52 heridos o el USS Kalinin Bay con 5 muertos y 55 heridos. Por último con daños ligeros se contabilizaron el USS White Plains con 11 heridos, el USS Marcus Island y el USS Savo Island.

Grandes fueron las pérdidas navales norteamericanas causadas por los kamikazes en Filipinas. Se hundieron un total de 21 barcos repartidos en 2 portaaviones, 3 destructores, 1 dragaminas, 2 torpederos, 1 submarino, 2 petroleros, 4 cargueros militares, 1 remolcador y 7 transportes de tropas; además de ser dañados 81 barcos, entre estos 9 portaaviones. Sin embargo las pérdidas en kamikazes fueron mucho más altas para los pocos resultados obtenidos porque 378 aviones se estrellaron contra objetivos y 102 escoltas resultaron derribados en el intento de protegerlos.

«Banzai» en Iwo Jima

Cuando se produjo la invasión de Estados Unidos a la Isla de Iwo Jima en Febrero de 1945, los japoneses enviaron kamikazes a las Islas Ryûkyû agrupados en la Escuadrilla «Azusa». Reunidos en la Isla de Hachijo Jima, un buen puñado de aviones volaron hacia la zona de la batalla.

Caza Zero en vuelo rasante sobre el mar para suicidarse contra la línea de flotación del acorazado y así tener más posibilidades de hundirlo.

Inesperadamente la tarde del 21 de Febrero de 1945, varias oleadas de aviones kamikaze aparecieron sobre la Isla de Iwo Jima. El primer avión, un bombardero Mitsubishi G4M Betty, se estrelló contra el portaaviones USS Bismarck Sea causando en el buque una zozobra y por tanto posterior hundimiento con 218 muertos a bordo. Simultáneamente dos cazas Zero chocaron contra el portaaviones USS Saratoga, al cual destrozaron su cubierta superior y abrieron una brecha bajo su línea de flotación matando a 123 marineros. Poco después el dragamians USS Keokuk fue impactado por un torpedero Nakajima B5N que le provocó 17 muertos; exactamente igual que el portaaviones USS Lunga Point y la barcaza LST-477 que recibieron daños ligeros por colisiones mal efectuadas.

Malos resultados volvieron a encajar los kamikazes en la Batalla de Iwo Jima. A costa de numerosos aviones perdidos, únicamente hundieron a un portaaviones, dañaron dos más y averiaron embarcaciones menores matando a 358 norteamericanos.

Oleadas en Okinawa

La Batalla de Okinawa fue el último intento de la fanática resistencia japonesa antes del ocaso final de Japón. Para ello el Imperio del Sol concentró a su mayor flota aérea de kamikazes consistente en más de 1.000 hombres, aviones y cohetes a reacción Okha con la única intención de estamparse contra barcos enemigos. Sin embargo por aquel entonces Estados Unidos ya había tomado cartas en el asunto y había adoptado una nueva táctica consistente en dispositivos de pantallas de baterías y ametralladoras antiaéreas para cubrir sectores del cielo, lo que conjuntamente con grandes concentraciones de cazas Corsair y Hellcats harían inviable cualquier intento nipón de aproximarse a los barcos. Por si fuera poco la falta de pilotos en Japón había obligados a los militares a escoger voluntarios sin apenas experiencia ni horas de vuelo suficientes, lo que sumado a la falta de aviones por culpa de la destrucción de las industrias japonesas a manos de las fuerzas aéreas aliadas, hacía realmente difícil que los kamikazes lograran las esperanzadoras expectativas planteadas por Tokyo.

Mientras la Flota Estadounidense (US Navy) se aproximaba a Okinawa el 19 de Marzo de 1945, los buques aliados fueron interceptados por un grupo de aviones kamikazes. Primeramente el portaaviones USS Wasp encajó el impacto directo de un Zero sobre la cubierta que le provocó daños graves y mató a 101 miembros de su tripulación. Sin embargo peor destino sufrió el portaaviones USS Franklin después de que un kamikaze chocase violentamente contra el casco, haciendo escorar al buque y provocando su completa destrucción, lo que causó la muerte a 724 marineros y dejó heridos a otros 265.

Secuencia fotográfica. Derecha: Un kamikaze segundos antes de impactar contra el destructor estadounidense USS Columbia. Izquierda: El avión japonés explotando en medio del destructor en el que murieron 13 personas y 44 más quedaron heridas.

Bajo el nombre de «Operación Kikusui» jornada tras jornada de la Batalla de Okinawa los aviones kamikazes se estamparon uno a uno contra los barcos estadounidenses y británicos. Por ejemplo el 1 de Abril de 1914 un kamikaze hizo blanco sobre la barcaza de tropas LST-884 que se dirigía a desembarcar en la Isla de Okinawa, a la cual hundió de manera inmediata provocando 20 muertos y 21 heridos. Lo mismo le sucedió al carguero militar USS Hindsale que se hundió con 16 marinos a bordo después de un choque certero.

Suceso trágico tuvo lugar el 11 de Mayo de 1945 cuando dos kamikazes se estrellaron en el portaaviones USS Bunker Hill causando 404 muertos y destruyendo 48 de sus aviones aparcados en cubierta. También ese mismo día otros kamikazes inutilizaron al portaaviones USS Enterprise, forzando a su retirada con 14 muertos y 34 heridos. Tanto el USS Bunker Hill como el USS Enterprise estarían fuera de combate durante el resto de la Segunda Guerra Mundial.

Una de las particularidades de la Batalla de Okinawa fue la puesta en práctica de los misiles suicidas a reacción Okha armados con 1.200 kilogramos de explosivo. Su estreno se gestó el 12 de Abril de 1945 después de que uno de los Okha volando a una velocidad de 950 kilómetros por hora gracias a su turborreactor se estrelló desde una altura de 6.000 metros contra el destructor USS Mannert Abele, al cual partió en dos trozos como consecuencia de la energía cinética del misil, hundiéndose rápidamente con 73 muertos a bordo. A partir de este éxito los Okha realizarían un total de 74 misiones en las que causaron daños considerables a los dos destructores USS Jeffers y USS Stanlay, incluso generaron problemas técnicos graves en el acorazado USS West Virginia.

Básicamente los kamikazes se centraron en los portaaviones durante toda la Batalla de Okinawa. Entre los buques dañados estuvieron el USS Bellaeu Wood que con el timón averiado encajó 92 muertos y 54 heridos y 12 de sus aviones destruidos; el USS Ticonderoga sufrió 143 muertos y 202 heridos; el USS Hanckok 62 muertos y 71 heridos; el USS Randolph 25 muertos y 106 heridos; el USS Essex 15 muertos y 44 heridos; el USS Kitkun Bay 16 muertos y 37 heridos; el USS Sangamon 11 muertos y 25 heridos; y el USS Intrepid 8 muertos; mientras que los USS Bennington, USS Wake Island, USS Kadashan Bay y USS Natoma Island contabilizaron daños ligeros sin bajas humanas.

Gran Bretaña por primera vez fue víctima de los ataques kamikaze en la Guerra del Pacífico durante la Batalla de Okinawa. Por ejemplo el portaaviones británico HMS Formidable fue el buque más castigado cuando dos kamikazes que explosionaron en su cubierta destruyeron 18 de sus aviones provocando la muerte a 8 marineros y 51 heridos. También al HMS Victorious le fueron destruidos 4 aviones Corsair, además de contabilizar 3 muertos y 16 heridos; así como el HMS Indefatigable sufrir 8 muertos y 16 heridos; mientras que los HMS Ilustrious y HMS Indomitable únicamente tuvieron daños ligeros. No obstante a lo largo del conflicto jamás un kamikaze consiguió hundir un buque de la Marina Real Británica porque a diferencia de los portaaviones estadounidenses, los británicos disponían cubiertas de asfalto mucho más duras y por tanto menos proclives a incendiarse que no las de madera de los norteamericanos.

Buques menores hundidos por los kamikazes durante la Batalla de Okinawa fueron los diez destructores USS Bush, USS Colhons, USS Pringle, USS Little, USS Morrison, USS Luce, USS Drexler, USS Twiggs, USS Bates y USS Barry; los dos dragaminas USS Emmons y USS Swallow; los tres cargueros militares SS Hobbs Victory, SS Logan Victory y SS Canadá Victory; y los ocho transportes de tropas LST-447, LCS-15, LSC-33, LSM-59, LSM-135, LSM-190, LSM-194 y LSM-195.

El portaaviones estadounidense USS Bunker Hill ardiendo tras la explosión de un avión suicida.

Finalizada la Batalla de Okinawa el 22 de Junio de 1945, se produjeron más de 1.900 ataques kamikaze en los que murieron el mismo número de pilotos suicidas. Sin embargo a diferencia de otras batallas, en esta ocasión los navíos destruidos a los Estados Unidos fueron muy numerosos: 1 portaaviones, 11 destructores, 2 dragaminas, 4 cargueros y 9 transportes de tropas. También entre los barcos angloamericanos dañados se sumaron 19 portaaviones, 1 acorazado y otros 202 buques de diversos tipos; siendo las bajas humanas de 4.900 muertos y 4.800 heridos entre tropa y marinería.

Últimas Operaciones

A partir del verano de 1945 la Escuadrilla «Shinten» de Tokyo empleó algunos kamikazes como fuerza de choque contra los grandes bombarderos B-29 estadounidenses que lanzaban incursiones sobre las ciudades de Japón, ya fuese mediante impactos suicidas contra su fuselaje o intentando cortarles las hélices con las alas. Mientras tanto en el mar, los minisubmarinos continuaron causando estragos como cuando un «Kaiten» suicida se estrelló el 24 de Julio contra el destructor USS Underhill al que hundió con 112 personas a bordo.

Oficialmente el último ataque de un kamikaze japonés durante la Segunda Guerra Mundial tuvo lugar el 29 de Julio de 1945. Todo ocurrió cuando un avión suicida colisionó violentamente contra el destructor USS Callaghan, al cual hundió provocando 47 muertos.

Caídas las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki en Agosto de 1945, Japón contaba con 9.000 aviones de los que entre 3.000 y 5.000 iban a emplearse como kamikazes. Así pues, cuando el Emperador Hiro-Hito se apoyó en los sectores del Gobierno proclives a poner fin a la guerra el 14 de Agosto, el vicealmirante Takijiro Onishi junto a otros militares inmovilistas más radicales, propusieron enviar al suicidio a 20 millones de personas con la idea de que seguramente de ese modo Japón vencería de una vez por todas a los Estados Unidos. Horrorizado el Emperador y su Gabinete al saber acerca de aquella absurda operación, impidieron que fructiferase dicha idea. Onishi entonces escribió una carta pidiendo perdón a los miles de jóvenes kamikaze que él mismo había enviado a la muerte, así como a sus familias, para después suicidarse rajándose el vientre mediante el ritual del «sepukku», una muerte que se prolongó en una agonía de 16 horas. Semanas más tarde, el 2 de Septiembre de 1945, el Eje se rindió y la Segunda Guerra Mundial terminó para siempre.

Despedida de chicas jóvenes a un avión kamikaze. Para el piloto será su último vuelo.

Conclusiones

Muy elevadas fueron las pérdidas que los kamikazes causaron a la Flota Aliada. Resultaron hundidos un total de 53 navíos de guerra repartidos en 4 portaaviones, 16 destructores, 3 dragaminas, 2 torpederos, 1 submarino, 8 cargueros militares, 2 petroleros, 16 transportes de tropas y 1 remolcador; mientras que también fueron dañados otros 373 buques entre los que se contabilizaron 31 portaaviones. Respecto a las bajas entre tropa y marinería sumaron los 7.000 muertos y 10.000 heridos.

Fallecieron un total de 2.198 pilotos kamikaze durante la Segunda Guerra Mundial. De todos estos pilotos suicidas únicamente el 18% impactaron contra barcos enemigos y un porcentaje mucho más reducido causó algún hundimiento. Esta cifra demostró el fracaso absoluto de unos pilotos que de no haberse malgastado, hubiesen sido mucho más útiles como aviadores de caza en el defensa aérea de la nación.

Indiscutiblemente el empleo de kamikazes fue un error tal y como se elaboró el planteamiento de su utilización. Sin embargo todos los que entregaron su vida por la patria, ganaron justificadamente el tener su nombre inscrito en el Santuario de Yasukuni. Varios años más tarde, en 1966, un total de 500 kamikazes serían condecorados a título póstumo, en 1973 se les erigió un monumento y en 1975 se abrió un museo en su honor. Sin duda alguna, pocas acciones en la Historia Militar, merecieron unas agallas y una valentía de tal calibre como los kamikazes.

 

Bibliografía:

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Manuel Florentín, Kamikazes. Vosotros ya sois Dioses, Revista La Aventura de la Historia Nº202 (2015), p.58-63

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Editores de S.A.R.P.E., Crónica Política y Militar de la Segunda Guerra Mundial. «La Epopeya de los Kamikaze», S.A.R.P.E. (1978), p.1.897-1.911