Bombardeo Atómico de Hiroshima

El 6 de Agosto de 1945 el rumbo de la Historia Universal cambió para siempre cuando un bombardero B-29 «Superfortress» de la Fuerza Aérea Estadounidense arrojó una bomba atómica sobre la ciudad de Hiroshima. En el devastador ataque perdieron la vida más de 180.000 civiles y prácticamente toda la metrópoli quedó arrasada hasta los cimientos, sin obviar los letales efectos posteriores de la radiación nuclear. Como consecuencia de este mortífero bombardero el Imperio Japonés no tuvo más remedio que solicitar la paz con los Aliados y por tanto poner fin a la Segunda Guerra Mundial.

Proyecto Manhattan

Bastante antes de la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, el Presidente Franklin Delano Roosevelt había invertido en el año 1939 algo más de 2.000 millones de dólares para la investigación de la energía nuclear y sus ventajas para proporcionar energía a Norteamérica. Influenciados los norteamericanos por el científico de origen alemán Albert Einstein, autor de la teoría de la relatividad que había realizado importantes descubrimientos acerca de materiales como el uranio y el plutonio, el Gobierno Estadounidense financió el proyecto con fines energéticos para uso civil, por lo menos hasta que el 7 de Diciembre de 1941 se produjo el ataque de Japón a Pearl Harbor y comenzó la Guerra del Pacífico, instante en que la carrera nuclear pasó a depender del Ejército Estadounidense (US Army).

Bajo el nombre de «Proyecto Manhattan», un equipo de investigadores al mando del general Leslie Groves y del físico Robert Oppenheimer comenzaron a experimentar en un complejo de alta seguridad en la Base de Los Álamos en Nuevo México, así como en otro centenar de instalaciones secundarias que fueron diseminadas por todo Estados Unidos para despistar a los espías alemanes y de otras potencias del Eje. Precisamente la Alemania Nacionalsocialista había sido la pionera en el desarrollo de la energía nuclear por delante de Norteamérica hasta el año 1943 cuando se produjeron dos sucesos muy decisivos: en primer lugar que comandos británicos destruyeron durante una misión la producción de agua pesada en la Base de Telemark sobre Noruega; y en segundo lugar que Adolf Hitler relegó la investigación atómica en favor de los misiles V-1 y V-2 que cayeron sobre Londres. Gracias a estos acontecimientos los Estados Unidos no sólo se adelantaron a los científicos del Tercer Reich, sino que también dejaron muy atrás a los otros programas nucleares desarrollados por Japón y la Unión Soviética que todavía se hallaban en una fase muy primitiva.

Coronel Paul Tibbets que lideró el bombardeo atómico sobre Hiroshima.

Oficialmente el 17 de Diciembre de 1944 fue creado el 509º Grupo Mixto (509th Composite Group) que se erigió como el primer escuadrón atómico de la Historia dentro de la Fuerza Aérea Estadounidense (United States Air Force o USAF) y compuesto por bombarderos cuatrimotores B-29 «Superfortress», también conocidos como «Superfortalezas Volantes». Al mando del coronel Paul Tibbets, un excelente piloto de 29 años que había combatido sobre los cielos de Europa y el Norte de África, su equipo de vuelo estuvo conformado por el comandante Tom Ferebee, el teniente Jacob Beser, el capitán William Parsons, el navegante Theodore Van Kirk, el copiloto Robert Lewis, el mecánico Wyatt Duzenbury, el mecánico ayudante Robert Shumard, el operador de radar Joe Stiborik, el radiotelegrafista Richard Nelson, el oficial de electrónica Morris Jeppson y el artillero de cola George Caron, además de disponer de un personal de tierra integrado por los militares Walter McCaleb, Leonard Markley, Jean Cooper, Frank Duffy, John Jackson, Harold Olson y John Lesniewski.

Aunque la existencia del 509º Grupo Mixto en 1945 se encontraba en fase experimental porque los científicos del «Proyecto Manhattan» todavía no poseían la bomba atómica, sus miembros recibieron un entrenamiento especial y muy distinto al de los demás pilotos y técnicos de la Fuerza Aérea Estadounidense (aunque nunca comprendieron la finalidad debido a que por motivos de seguridad nadie les avisó del arma que estaban fabricando). Mientras tanto fuera de la Base de Los Álamos, la contienda proseguía en el Océano Pacífico con unas bajas cada vez más elevadas para Estados Unidos, ya que durante la reconquista de las Filipinas, así como también durante la Batalla de Iwo Jima y la Batalla de Okinawa, sin obviar los mortíferos ataques suicidas de los «aviones kamikaze», las pérdidas estadounidenses tanto humanas como materiales se contaban por decenas miles, algo que la opinión pública no podía tolerar. A pesar de que en Mayo los Aliados alcanzaron la victoria en Europa tras la capitulación de Alemania y la caída de Berlín, los mandos occidentales calcularon que invadir enteramente Japón, en concreto las cuatro grandes Islas de Honshû, Kyûshû, Shikouku y Hokkaidô, costaría aproximadamente 1 millón de vidas norteamericanas, 250.000 británicas y más de 10 millones de japonesas, todo eso sin incluir los territorios que aún estaba bajo control del Imperio del Sol Naciente en China, Manchuria, Mongolia, Corea, Sajalín, Formosa, Nueva Guinea, Indonesia, Malasia, Singapur, Indochina, Thailandia, Micronesia, Islas Bonin, etcétera, que implicaría la muerte de otro millón de vidas, siendo la posible suma de víctimas en torno a los 2 o 3 millones.

El coste tan alto a pagar para doblegar a Japón fue el principal motivo por el que tanto apoyo y financiación recibió el «Proyecto Manhattan», pues el empleo de un arma tan mortífera podría inducir a una capitulación incondicional del Imperio Japonés y poner fin de una vez por todas a la Segunda Guerra Mundial. No obstante también existía otra razón de peso que defendió el Presidente Harry Truman (sustituto del Presidente Franklin Delano Roosevelt tras su repentina muerte) cuando entendió el peligro comunista al que se enfrentaba el mundo occidental después de que la Unión Soviética se hubiese apropiado de Polonia, Checoslovaquia, Rumanía, Hungría, Bulgaria, Yugoslavia y Albania. Con la pérdida de Europa Oriental en favor de Iósif Stalin, ahora se corría el riesgo de perder vastos territorios de Asia, pues como según lo acordado en el Tratado de Yalta la URSS entraría en la Guerra del Pacífico tres meses después de haberse materializado la derrota del Tercer Reich, los norteamericanos temían el apoyo del Ejército Rojo al Partido Comunista Chino de Mao Tse-Tung para apoderarse de China y otros lugares del Lejano Oriente. Ante esta amenaza tan real y después de entrever las intenciones del Kremlin en la Conferencia de Yalta, el Gobierno de Washington convirtió en algo prioritario proceder a la rápida derrota de Japón para evitar una segunda gran expansión de la ideología comunista en esta ocasión sobre la región Asia-Pacífico.

A las 5:00 de la mañana del domingo 16 de Julio de 1945, un artefacto de plutonio colgado desde una torre en suspensión sobre la Base de Alamogordo en Nuevo México, fue desprendido desde la cúspide de la infraestructura para protagonizar una caída de 30 segundos hasta que impactó contra el suelo, produciéndose a continuación una gigantesca detonación que derivó en la primera explosión de una bomba atómica en la Historia. El resultado del experimento se tradujo en un inmenso hongo de fuego y en una violenta onda expansiva que fue captada a más de 400 kilómetros de distancia, así como en la liberación de un brillante resplandor de luz que cegó a todos los observadores del Ejército Estadounidenses, además dejar aturdidas a varias personas y animales. Una vez cosechado el éxito con aquel artefacto que ya podía ser empleado militarmente, los científicos norteamericanos que por aquel entonces ya poseían otras cuatro bombas atómicas (dos de uranio y dos de plutonio), hicieron que Estados Unidos se convirtiera de forma automática en la primera potencia del mundo.

Inmediatamente a la detonación de la bomba atómica en Alamogordo, el Presidente Harry Truman fue informado acerca del éxito por el Secretario de Guerra Henry Stimson mientras estaba teniendo lugar la Conferencia de Postdam con el Primer Ministro Clement Atlee del Reino Unido y el mandatario Iósif Stalin al frente de la Unión Soviética. Así se lo transmitió a sus dos mayores socios con el siguiente mensaje: «Los bebés han nacido». A partir de ese instante, los tres líderes, a quienes pronto se sumó un representante del Presidente Chiang Kai-Shek enviado por China, redactaron en Julio de 1945 la conocida como Declaración de Postdam, mediante la cual exigieron una rendición incondicional de Japón, pues de lo contrario y según palabras de los máximos dirigentes del bando de los Aliados «el país se enfrentaría a una rápida y total destrucción».

Preparativos

El 19 de Julio de 1945 el bombardero B-29 del coronel Paul Tibbets aterrizó en la Isla de Tinian sobre el archipiélago de las Islas Marianas, reuniéndose su tripulación con los demás cuatrimotores del 509º Grupo Mixto en el Aeródromo de North Field que curiosamente había sido construido por los propios japoneses antes de la Segunda Guerra Mundial. Una vez en el lugar, todos los pilotos recibieron una instrucción especial que incluyó vuelos hasta el mismo Japón, donde desprendieron bombas convencionales desde alta cota sobre el territorio metropolitano nipón. Mientras se practicaban las últimas fases del adiestramiento, el 26 de Julio amarró en la Isla de Tinian el crucero pesado USS Indianapolis que después de haber viajado más de 9.000 kilómetros desde San Francisco descargó en los muelles a la bomba atómica de uranio bautizada como «Little Boy», así como al radiólogo James Nolan y al ingeniero Robert Furman.

La misma jornada en que fue depositada la bomba «Little Boy» en la Isla de Tinian, el 26 de Julio, los Aliados enviaron un ultimátum a Japón en el que exigieron la rendición incondicional del país o de lo contrario se procedería a la destrucción total de todas sus ciudades, e incluso se dejó entrever la posibilidad de una agresión por parte de la Unión Soviética. No obstante y pese a la gravedad de la amenaza, el Gobierno de Tokyo encabezado por el Primer Ministro Kantaro Suzuki rechazó la oferta el 28 de Julio, no por una razón de incondicionalidad como especificaba el texto, sino porque exigían una cláusula en la que se garantizase la inviolabilidad de la figura sagrada del Emperador Hiro-Hito. Solamente el Ministro de Asuntos Exteriores Shinegori Togo trató de convencer al gabinete sin éxito porque el sector más militarista y radical impuso sus tesis de librar una «batalla final», algo que irremediablemente condenaría a Japón.

Crucero pesado USS Indianapolis transportando la bomba atómica Little Boy a la Isla de Tinian.

La noche del 30 de Julio de 1945, se produjo el único revés encajado por Estados Unidos durante la operación para bombardear Hiroshima cuando el crucero pesado USS Indianapolis que días antes había transportado la bomba «Little Boy» hasta la Isla de Tinian, fue localizado por el periscopio del submarino japonés I-58 al mando del capitán Mochitsura Hashimoto. Acto seguido y sin dudarlo un instante, la tripulación del sumergible nipón disparó un torpedo que impactó bajo la línea de flotación del crucero, causándole una eslora y una explosión que provocó su inmediato hundimiento y la muerte instantánea de 300 marineros. Sin embargo lo peor vendría después porque un total de 580 náufragos quedaron a la deriva en medio del Océano Pacífico sin que nadie acudiese a rescatarles, ya que los mandos para mantener el secreto del arma nuclear habían clasificado al USS Indianapolis como «inexistente». A raíz de tal motivo los supervivientes permanecieron a flote tres días mientras poco a poco sufrieron una muerte lenta y terrible, bien porque exhaustos se ahogaron, perecieron de insolación o como les ocurrió a más de un centenar fueron devorados por tiburones. Cuando finalmente el calvario terminó el 2 de Agosto después de ser descubiertos por aparatos de reconocimiento que mandaron destructores e hidroaviones a rescatarlos, más de 500 marineros perdieron la vida, lo que sumado a los fallecidos en el momento del siniestro, elevaron la cifra a 880 víctimas mortales. Sorprendentemente las repercusiones del incidente serían enormes, pues con el hundimiento del USS Indianapolis los norteamericanos temieron la posibilidad real de que los japoneses conociesen al detalle todo el «Proyecto Manhattan», algo que obligó a adelantar el lanzamiento de la bomba atómica sobre Japón.

El lugar de la elección para arrojar la bomba atómica sobre Japón generó infinidad de dudas y controversias a los militares y científicos implicados en el «Proyecto Manhattan». Inicialmente la ciudad favorita era Kyôto primero por su simbolismo ancestral y segundo porque nunca había sido bombardeada por la aviación convencional, algo que permitiría ver con mejor claridad los efectos dejados por el arma tras explosionar sobre una metrópoli intacta; aunque también sobre la mesa se barajaron las cuatro opciones de Hiroshima, Kokura, Nîgata y Nagasaki. Después de mucho deliberar los expertos descartaron Kyôto por el hecho de albergar uno de los principales centros históricos y culturales de Asia Oriental, lo mismo que Nîgata por situarse demasiado lejos en el extremo más septentrional de la Isla de Honshû. Con estas urbes fuera de la lista las alternativas se redujeron a tres, siendo finalmente desechadas Kokura y Nagasaki debido a que ya habían sufrido alguna incursión, para escoger de manera definitiva Hiroshima.

Hiroshima era una ciudad al sur de la Isla de Honshû que poseía medio millón de habitantes y cuyo trazado era de 4 millas de largo por otras 6 millas de largo, estando dividida en cinco istmos que se conectaban a través de puentes y franjas sobre afluentes y canales del Río Ota, algo que le valió el apodo de «la ciudad de los cinco dedos». Justo en el casco urbano se erigía el Castillo de la Carpa construido en la Edad Media, el cual se hallaba rodeado por una conglomerado de edificios entre los que estaban el Ayuntamiento, el Cuartel General del Ejército Regional, la Sede de la Kempei-Tai (Policía Secreta), el Salón de Promoción Industrial, la Clínica Shima, el Puente Aioi y la casa del alcalde Senkichi Awaya, así como el Cuartel General del II Ejército Imperial con instalaciones y barracones para albergar a los 40.000 soldados al mando del mariscal Shunroku Hata. Al este de la metrópoli se situaba la Estación de Hiroshima junto al Monte Futaba; mientras que al sur, delimitando con la Bahía de Hiroshima, se localizaban el Parque Eba, el Aeropuerto Nacional y un dique artificial con las Industrias Mitsubishi.

Bombardero B-29 «Enola Gay» aparcado en el Aeródromo de Tinian, Islas Marianas.

El 5 de Agosto de 1945, el coronel Paul Tibbets al mando del 509º Grupo Mixto en la Isla de Tinian, pintó bajo la cabina de su avión B-29 «Superfortress» las palabras de «Enola Gay» en honor al nombre de su madre, algo que generó ciertas las risas entre el personal de la Policía Militar. Aquella misma tarde, a las 16:15 horas, los tripulantes del aparato fueron convocados a una reunión secreta en una sala incomunicada del resto de la base, donde los mandos les informaron que a la mañana siguiente, el día 6, arrojarían una nueva bomba de alto explosivo sobre la ciudad de Hiroshima (sin mencionar nada de la energía nuclear). Al mismo tiempo al otro lado del mundo, el Presidente Harry Truman que se encontraba surcando el Océano Atlántico a bordo del crucero USS Augusta después de haber concluido la Conferencia de Postdam en Europa, dio luz verde a la misión para lanzar la bomba atómica sobre Japón.

El Vuelo del «Enola Gay»

La madrugada del 6 de Agosto de 1945, entre las 1:12 y 1:15 horas, los tripulantes del B-29 «Enola Gay» al mando del coronel Paul Tibbets fueron despertados y levantados de la cama, para acto seguido vestirse a toda prisa y ser recogidos por camiones que los llevaron hasta la pista del Aeródromo de Tinian, donde en aquellos mismos instantes aguardaban otros dos cuatrimotores que les acompañarían en la misión, concretamente el B-29 «Great Artiste» y el B-29 «Número 91», cuya misión sería fotografiar el lanzamiento para su posterior estudio científico en los laboratorios de Estados Unidos. De hecho como fase previa a la operación, a las 1:37 horas ya despegaron tres bombarderos de reconocimiento con el siguiente cometido: el B-29 «Straigh Flush» se dirigió a comprobar la cantidad de nubes sobre Hiroshima, el B-29 «Jabit III» a Kokura y el B-29 «Full House» a Nagasaki. Incluso también sobre la 1:51 horas partió el B-29 «Top Secret» con la finalidad de sobrevolar la Isla de Iwo Jima y esperar al B-29 «Enola Gay» por si surgía algún problema técnico o de repostaje durante el vuelo hacia Japón.

Nada más presentarse la tripulación del B-29 «Enola Gay» en el Aeródromo de Tinian, una descarga de flashes y haces de luz sorprendieron a los protagonistas porque decenas de fotógrafos, periodistas y cámaras de cine fueron invitados a la base para grabar el acontecimiento histórico. Lo inesperado de aquella multitud que no solo dejó asombrados a los miembros del cuatrimotor, sino a los técnicos y mecánicos que estaban aplicando los últimos retoques al aparato, causó cierta confusión entre los pilotos que tuvieron que posar para una curiosa sesión fotográfica de grupo delante de su propio avión. Una vez concluida la ceremonia, todos subieron al B-29 «Enola-Gay» y cerraron las escotillas, siendo el coronel Paul Tibbets el último en asomarse por la ventanilla quién sin él saberlo sería captado por un fotográfo en una instántanea que se haría famosa tras ser publicada unos días más tarde en Estados Unidos.

A las 2:27 horas de la madrugada el B-29 «Enola Gay» activó los cuatro motores de hélice y rodó sobre el Aeródromo de Tinian para colocarse en posición de despegue a las 2:35. Después de estar calentando las máquinas durante diez minutos, a las 2:45 horas el coronel Paul Tibbets expresó: «¡Vámonos!». Inmediatamente el aparato se desplazó sobre el asfalto a gran velocidad y avanzó sobre la pista mientras el horizonte se hacía cada vez más pequeño. Como a cada segundo que transcurría el aparato consumía más terreno, el copiloto Robert Lewis, presa de un ataque de pánico al comprobar que con las revoluciones actuales no sería suficiente para despegar y que encima su compañero no reaccionaba, en un acto reflejo puso las manos sobre los mandos para tirar, aunque justo en ese instante Paul Tibbets le propinó un manotazo en el brazo para que no lo hiciese. Fue en ese momento cuando el recorrido estaba a punto de acabarse que Tibbets accionó bruscamente el volante al borde del agua y el B-29 «Enola Gay» alzó el vuelo para ascender a 3.500 metros de altitud y perderse en la oscuridad de la noche rumbo a Hiroshima.

Dos minutos después de haber abandonado el B-29 «Enola Gay» la Isla de Tinian, a las 2:47 horas de la noche despegó el B-29 «Great Artiste» y acto seguido, las 2:49, el B-29 «Número 91». Los tres aparatos pronto volaron sobre la suave brisa del Océano Pacífico mientras en el interior del B-29 «Enola Gay» el capitán William Parsons y el mecánico Wyatt Duzenbury comenzaron a manipular la bomba «Little Boy» y activar las cargas a las 3:00 horas en punto, uniéndose poco después al trabajo el oficial Morris Jeppson que insertó la pólvora a las 3:20. A continuación los cuatrimotores pasaron por encima de las Islas Bonin y a las 5:52 horas sobre la Isla de Iwo Jima, donde adoptaron una formación en V (también conocida como «punta de flecha»).

Nuevamente a las 6:30 horas, el oficial de electrónica Morris Jeppson en el B-29 «Enola Gay» volvió a revisar la bomba «Little Boy» para comprobar que todo estuviese en orden, antes de desatornillar los obturadores verdes e insertar los rojos (curiosamente sus manos serían las últimas que tocarían el arma). Después de aquella revisión, la bomba atómica quedó completamente activada y preparada para ser detonada, justo casi en el preciso instante en que ante los ojos de los pilotos apareció en el horizonte las costas de la Isla de Kyûshû. A partir de ese instante y por miedo a ser interceptado por cazas enemigos, el coronel Paul Tibbets ascendió el aparato hasta los 9.000 metros de altura y puso rumbo directamente a la Isla de Honshû a poco menos de una hora para el lanzamiento.

A las 7:09 horas de la mañana, las alarmas antiaéreas de Hiroshima alertaron a la ciudadanía cuando el B-29 «Straight Flush» al mando del comandante Claude Eatherley efectuó un vuelo de reconocimiento sobre la ciudad. Sorprendentemente como las baterías antiaéreas no respondieron a la amenaza ni tampoco la caza japonesa, la tripulación pudo llevar a cabo su misión sin incidente alguno porque tras sobrevolar cómodamente la urbe en seguida transmitió un mensaje al B-29 «Enola Gay» en el que se le informaba de que el objetivo estaba despejado de nubes, que hacía un magnífico sol y que la visibilidad era de entre 15 y 20 kilómetros. Así fue como a las 7:31 horas, el coronel Paul Tibbets, quién hasta entonces había estado a la expectativa de posibles cambios, dirigió la proa de su cuatrimotor hacia Hiroshima.

Pintura sobre el B-29 «Enola Gay» alcanzando las costas de Japón el 6 de Agosto de 1945.

La mañaba del lunes 6 de Agosto de 1945, la ciudad de Hiroshima amaneció como un día laboral típico del inicio de semana. A pesar de que la alarma tras el vuelo del B-29 «Straight Flush» había inquietado a los ciudadanos, en cuanto dejó de sonar a las 7:31 y la gente salió confiada de los refugios antiaéreos, todo comenzó a funcionar con normalidad con las calles repletas de multitudes marchando hacia el trabajo, el transporte público abarrotado y las aceras agolpadas de niños encaminándose hacia la escuela. Al mismo tiempo, el alcalde Senkichi Awaya desayunaba con su esposa, sus hijos y su nieta; mientras el mariscal Shunroku Hata, rezaba por el bien de su familia a los dioses shintoístas, exactamente igual que hacían otros oficiales del II Ejército Imperial Japonés.

A las 8:11 horas de la mañana, los ciudadanos de Hiroshima vieron aparecer en dirección sur, exactamente sobre las aguas de la Bahía de Hiroshima, a otros tres bombarderos norteamericanos del modelo B-29. Se trataba del B-29 «Great Artiste» y el B-29 «Número 91» que volando en los dos extremos de la formación, flanqueaban a modo de escolta al B-29 «Enola Gay». El coronel Paul Tibbets, nada más vislumbrar la ciudad, se dirigió hacia el casco urbano para localizar su principal objetivo a modo de orientación, en concreto el Puente Aioi sobre el Río Ota. Lamentablemente en esta ocasión los japoneses apenas se percataron de los aviones porque a diferencia del vuelo del B-29 «Straight Flush», las alarmas no sonaron y encima los vigilantes creyeron erróneamente estar ante un segundo reconocimiento aéreo.

En cuanto el B-29 «Enola Gay» sobrevoló el trazado urbano de Hiroshima, el coronel Paul Tibbets ordenó a todos los miembros de la tripulación ajustarse las gafas protectoras contra rayos ultravioletas, justo antes de activar la luz verde que indicaba la señal de ataque. A continuación, a las 8:15 horas, se abrieron las compuertas de carga para quedar colgando mediante una serie de enganches metálicos la bomba «Little Boy», mientras los otros dos aparatos, el B-29 «Great Artiste» y el B-29 «Número 91» dejaron caer unos calibradores de onda expansiva en paracaídas (con la misión de comprobar posteriormente el efecto del arma). Una vez estuvo todo el protocolo de seguridad completado, el piloto bombardero Tom Ferebee que desde su respectiva mirilla se encontraba calibrando el disparo, apenas tardó en reconocer al Puente Aioi y en tenerlo en su ángulo de tiro, por lo que sin pensarlo un instante apretó el gatillo y la bomba atómica de 10.000 libras de peso se desprendió de sus cables a las 8:15:17 horas.

Con la bomba atómica «Little Boy» descendiendo en caída libre sobre Hiroshima, el B-29 «Enola Gay» que acababa de liberarse del temido artefacto, giró bruscamente 150º y ascendió a toda velocidad para alejarse lo más rápidamente posible del lugar. De similar manera y justo mientras la bomba abría un pequeño paracaídas con el que emitió un sonido cortante en el viento que pudieron escuchar los habitantes de la ciudad, el B-29 «Great Artiste» y el B-29 «Número 91» se desplazaron a sendos lados de la metrópoli para activar sus cámaras de video y lentes fotográficas a la espera de recoger un momento que supuestamente debía ser histórico.

A mitad de su recorrido la bomba «Little Boy» ya pudo ser observada por los ciudadanos de Hiroshima con forma de un diminuto objeto negro cayendo en picado desde el cielo. De hecho cuando el artefacto estuvo a sólo 1.500 metros del suelo, el interruptor barométrico se disparó, la presión del aire accionó el detonador sobre las cargas convencionales de TNT y la cápsula cónica de uranio 235 golpeó a un barril de alto explosivo que instantáneamente se fusionó. A raíz de tal cantidad de energía, el primer átomo de uranio fue intensamente bombardeado, seguido poco después por un segundo átomo y luego por un tercero hasta provocar una reacción en cadena y hacer tan inestable la situación dentro de la bomba que finalmente a las 8:16 horas detonó a 580 metros de la superficie, dando comienzo a la Edad Atómica.

La Bomba Atómica

A las 8:16:43 horas del 6 de Agosto de 1945, justo a una altura de 580 metros del Puente Aioi y sobre la Clínica Shima, una diminuta luz roja y violácea se expandió en milésimas de segundos en un cegador haz de colores que dejó ciegos a cientos de personas, momentos antes de que se produjese un estallido equivalente a 12.500 toneladas de TNT que rompió los tímpanos de los ciudadanos y provocó hemorragias en sus narices. Fruto de aquella gigantesca explosión se formó una inmensa esfera de fuego azul de 100 metros de diámetro que alcanzó una temperatura de 300.000 grados centígrados y emitió luces multicolores durante poco menos que un segundo. Acto seguido, todo ser humano alrededor de un kilómetro quedó completamente volatilizado, siendo muchas de las víctimas plasmadas con su silueta en forma de fotogramas sobre las paredes y superficies opacas.

Cuando la bola de fuego se extinguió sobre Hiroshima la temperatura alcanzó la insoportable cifra de 3.000 grados centígrados, desintegrando sobre la «zona cero» a la Clínica Shima y matando a todos sus pacientes. A continuación el calor generado carbonizó las casas de madera, pulverizó los postes telefónicos y fundió las tejas de las viviendas, antes de que el infierno destruyera el Castillo de la Carpa, en cuyas instalaciones militares perdieron la vida miles de soldados japoneses y doce prisioneros estadounidenses (tripulantes de un bombardero B-24 Liberator derribado). Posteriormente los efectos de la explosión destrozaron el Centro de Comunicaciones donde perecieron chamuscadas cientos de colegialas adolescentes, además de barrer el transporte público con la consiguiente muerte de todos aquellos pasajeros sentados dentro de los tranvías urbanos. Incluso la residencia del alcalde Senkechi Awaya fue absorbida por la esfera desintegradora, falleciendo en el acto él mismo con su hijo de 14 años y su nieta de 3 años, así como más tarde su esposa y su otra hija por culpa de las heridas.

A la bola de fuego sobre Hiroshima siguió una onda expansiva de 800 kilómetros por hora que desde el epicentro se extendió más de 5 kilómetros por toda la ciudad. Sorprendentemente solo resistieron las construcciones en hormigón, pues las viviendas de madera salieron despedidas por los aires y las tuberías de agua se rompieron mientras las personas atrapadas en el interior rebotaban como si fuesen pelotas, salvo por la excepción de aquellas que se encontraban en la calle que volaron a decenas de metros del suelo y murieron del impacto en cuanto chocaron con algún obstáculo. Precisamente el Monte Futaba fue sacudido violentamente por la onda de choque, pereciendo a causa de los golpes cientos de sus oficiales y guardias, aunque por suerte entre los supervivientes estuvo su jefe al mando, el comandante Kakuzo Oya.

Momento de la explosión atómica en Hiroshima con el «Enola Gay» escapando del radio de acción.

La onda expansiva fue la responsable de la mayor destrucción de Hiroshima porque quebró edificios y viviendas, arrasó los cimientos de diversas construcciones y echó abajo numerosas infraestructuras, sepultando a miles de personas entre los escombros. Por ejemplo en la escuela de la Orden Jesuita la totalidad de las 200 niñas perdieron la vida cuando se encaminaban a estudiar, resultando herido en el colegio el sacerdote Pedro Arrupe, quién siendo originario España y residente desde hacía un tiempo en Japón, se convirtió en uno de los pocos occidentales supervivientes que fueron testigos del acontecimiento nuclear. Tal fue la potencia de la onda, que el propio bombardero B-29 «Enola Gay» que se encontraba a miles de metros de altitud, sufrió una fuerte sacudida que agitó todo el avión hasta que el aparato salió de la zona de peligro para dirigirse hacia la Isla de Tinian, instante en el cual el ametrallador de cola George Caron pudo contemplar el apocalíptico panorama, algo que le llevó a decir a sus compañeros la siguiente frase: «¡Dios mío ¿Qué hemos hecho?!».

Después de que la onda expansiva destrozara más de la mitad de Hiroshima, el cielo se oscureció para dejar caer gotas negras del tamaño de canicas. Aquel efecto meteorológico artificial, fruto de la evaporación de la bola de fuego con la humedad típica de la ciudad, generó una densa lluvia de radioactividad sobre un área comprendida entre los 11 y los 19 kilómetros de diámetro desde el epicentro. Los ciudadanos que por aquel entonces estaban sedientos y se agolpaban en torno a los ríos por culpa del calor, a veces pisoteándose y pasando por encima los unos de los otros, empezaron a beber del agua venenosa de color negra como medida desesperada para aliviar la sed, descubriendo para su desgracia que al cabo de pocos minutos comenzaban a morir intoxicados, sufriendo vómitos e insoportables dolores estomacales.

Mientras los gotas de lluvia negra radiactiva caían sobre Hiroshima, de repente se levantó un fuerte vendaval que alcanzó nada menos que 1.500 kilómetros por hora. Aquel potente huracán surgido a causa de la energía que ejercía presión desde el epicentro, arrancó árboles de raíz, lanzó despedidos a los postes telefónicos y provocó inmensas olas en los ríos que ahogaron a decenas personas e incluso levantaron los barcos por los aires que en algunos casos aterrizaron en medio de las calles de la ciudad. Los fuertes vientos que descuajaron las viviendas y los edificios más alejados de la «zona cero», al final arrasaron otros 2 kilómetros de la metrópoli y mataron a algo más de 1.000 habitantes.

A tan sólo 3 kilómetros de los límites de la ciudad se hallaba el Aeródromo de Hiroshima, donde el subteniente Matsuo Yasuzawa de la Fuerza Aérea Imperial Japonesa acababa de ser testigo de como todos los aviones sobre la pista bien habían explosionado a causa de la onda expansiva o habían volcado en el asfalto por culpa de los fuertes vientos. Sorprendentemente y contra lo imaginado, el piloto se armó de valor y subió a bordo del único avión intacto, arrancando el motor y despegando para vengar a sus ciudadanos en busca del B-29 «Enola Gay». Lamentablemente y después de efectuar varias pasadas sobre la Bahía de Hiroshima sin encontrar al cuatrimotor, decidió regresar a la base y atravesar con el aparato la espesa nube radiactiva de punta a punta que estaba adoptando forma de hongo, salvando milagrosamente la vida en la hazaña y registrando un récord en la Historia de la Aviación (por ser el primer piloto en introducirse dentro del humo de una bomba nuclear recién lanzada), antes de modificar el rumbo y dirigirse a la Isla de Kyûshû en busca de ayuda.

Hongo atómico sobre Hiroshima que se elevó  a una altura de 6′ 5 kilómetros.

Justo después de los primeros efectos dejados por la bomba «Little Boy», una gigantesca columna de polvo y humo de color rojo anaranjado ascendió sobre Hiroshima. Se trataba de una nube radioactiva que adquirió la estructura de un hongo perfecto hasta alcanzar los 6’5 kilómetros de altura. Precisamente a las 10:00 horas de la mañana, un oficial de una base militar en la ciudad de Kure pudo observar algo parecido a una seta en el horizonte, por lo que no tardaron en saltar las alarmas en todo Japón, ya que nadie pudo ponerse en contacto con Hiroshima ni por teléfono ni por radio. De hecho en otras parte del país e incluso en algunos puntos de China hubo testigos que distinguieron en el cielo una serie de auroras boreales y haces de luces de colores que se habían emitido justo después de la detonación de la «Little Boy».

Durante dos horas, casi hasta media mañana del 6 de Agosto, la nube del hongo atómico permaneció en el cielo mientras bajo el humo la situación en la superficie era desesperada entre los restos Hiroshima. Con dificultad la gente andaba por las calles con los cuerpos negros y quemados con múltiples ampollas, las gorras de los soldados japoneses se habían adherido al cuero cabelludo de la cabeza y las mujeres tenían el kimono fundido dentro de la piel. A esta tétrica imagen había que añadir los miles de muertos esparcidos o abrasados sobre el pavimento urbano, más la total y absoulta devastación de una de las ciudades que hasta la fecha había estado considerada una de las más bonitas de Japón.

Al mediodía el piloto Matsuo Yasuzawa que se había marchado de Hiroshima a bordo de un avión en busca de ayuda, regresó procedente de la Isla de Kyûshû con un aparato de transporte que apenas tardó en aterrizar sobre una pista improvisada y em evacuar a los heridos más graves. Al cabo de unos minutos apareció un segundo avión al mando del capitán Mitsuo Fuchida, uno de los mejores pilotos de Japón y artífice del ataque a Pearl Harbor en 1941, quién tras vagar por la ciudad sin dar crédito a lo que contemplaban sus ojos, en seguida organizó a los miembros de las fuerzas armadas que habían salido ilesos del ataque y en trazar un plan de emergencia nacional. A estas medidas pronto se sumaron voluntarios civiles que milagrosamente no habían sufrido heridas, los cuales pese a haber perdido a un familiar o un ser querido, mostraron una férrea voluntad propia de la cultura japonesa a la hora de buscar supervivientes sepultados bajo los escombros o el subsuelo.

Hasta pasadas veinticuatro horas de la explosión atómica sobre Hiroshima, el 7 de Agosto de 1945, nadie en otras partes de Japón se enteró de lo que realmente había sucedido. De hecho el único comunicado por radio fue el siguiente: «Una pequeña formación de B-29 sobrevoló Hiroshima ayer por la mañana, y poco después de las 8:00, lanzaron un pequeño número de bombas. Después de este bombardeo, un considerable número de edificios quedaron reducidos a cenizas y se desarrollaron incendios en varios barrios de la ciudad…». Sin embargo las explicaciones no convencieron al Gobierno de Tokyo ni al Estado Mayor Imperial porque en seguida se envió a un experto en defensa antiaérea, el general Seizo Arisue, así como al físico nuclear Yoshio Nishina. Una vez ambos especialistas se presentaron en la ciudad y observaron el triste panorama, comprendieron sin albergar dudas que se trataba claramente de los efectos una bomba atómica.

Conclusión

El resultado de la bomba atómica de Hiroshima fue de 180.000 muertos (140.379 personas fallecidas en los primeros instantes de la explosión y 40.000 por culpa de la radiación posterior en los días, semanas y años próximos), así como 39.385 heridos entre los que había 9.428 graves y 29.957 leves. A esta tragedia hubo que añadir la destrucción total de la ciudad con 70.000 edificios o viviendas arrasadas, de las cuales 20.000 quedaron pulverizadas hasta los cimientos y otras 50.000 derretidas por la onda calorífica, salvándose únicamente intacta la Exposición Comercial y su Cúpula Genbaku, rebautizada desde ese instante como «Cúpula de la Paz».

La victoria obtenida por los Estados Unidos durante el bombardeo nuclear de Hiroshima fue el más decisivo de toda la contienda porque propiciaría la derrota de Japón. A pesar de todo el coste humano fue muy elevado porque durante la operación un total de 892 militares estadounidenses perdieron la vida, entre estos los 880 hombres que murieron durante el hundimiento del crucero USS Indianapolis y los 12 prisioneros de guerra encerrados en el Castillo de la Carpa de Hiroshima que perecieron abrasados por la «Little Boy».

Ciudad de Hiroshima días después de la bomba atómica «Little Boy».

Al regreso del B-29 «Enola Gay» a su base en la Isla de Tinian, tanto el coronel Paul Tibbets como su tripulación fueron felicitados y convertidos en héroes nacionales por la propaganda, antes de que la jornada del 7 de Agosto la noticia acerca del lanzamiento de una bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima fuese anunciada al mundo entero, no solo entre los los países del bando de los Aliados, sino también entre los neutrales. Contrariamente en Japón, pese a las continuas alocuciones de la radio y los titulares de la prensa extranjera, así como a los 16 millones de octavillas arrojadas por la aviación norteamericana sobre 47 ciudades distintas del país que informaban del suceso, de poco sirvió porque nadie quiso reconocer la cruda realidad ni en el Gobierno de Tokyo ni en el Estado Mayor Imperial.

Tres días después del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima, el 9 de Agosto de 1945, la Unión Soviética declaró la guerra a Japón y más de un millón de tropas del Ejército Rojo invadieron sus dominios en Manchuria, Mongolia Interior, el norte de Corea, la Isla de Sajalín y las Islas Kuriles mediante una ofensiva conocida como la «Operación Tormenta de Agosto» que aniquiló a los restos del Ejército Imperial Japonés sobre China y provocó a los nipones cientos de miles de bajas entre las que se contabilizarían 83.000 muertos y medio millón de prisioneros. Simultáneamente aquel mismo día, el B-29 «Bockscar» de la Fuerza Aérea Estadounidense arrojó una segunda bomba atómica bautizada como «Fat Man» en la ciudad japonesa de Nagasaki que también arrasó la metrópoli al completo y acabó con la vida de otras 70.000 personas.

Con las bombas atómicas habiendo destruido las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, más la Unión Soviética expandiéndose sobre Manchuria, finalmente Japón tuvo que aceptar la dura realidad y durante la Conferencia Imperial celebrada el 9 de Agosto se acordó aceptar los términos de la Declaración de Postdam. Así fue como el 15 de Agosto, el Emperador Hiro-Hito se dirigió con un mensaje de radio a la nación en el que agradecía el servicio prestado a sus súbditos y anunciaba la rendición incondicional de su país a los Aliados. Dos semanas más tarde, el 2 de Septiembre de 1945, el Japón capituló oficialmente durante una ceremonia a bordo del acorazado USS Missouri en la Bahía de Tokyo que puso fin de una vez por todas a la Segunda Guerra Mundial.

 

Bibliografía:

-Gordon Thomas, Enola Gay, Ediciones B (2005), p.19-467
-David Solar, Soy la muerte, Hiroshima y Nagasaki bajo las bombas atómicas, Revista La Aventura de la Historia Nº82 (2005), p.28-39
-Dionisio García, 509th Composite Group. B-29 sobre Hiroshima y Nagasaki, Revista Serga Nº36 (2005), p.46-64
-Editores de S.A.R.P.E., Crónica Política y Militar de la Segunda Guerra Mundial, «La bomba atómica desintegra la resistencia del Japón», S.A.R.P.E. (1978), p.2.279-2.286
-José Ángel Martos, La Bomba A: el arma definitiva, Revista Muy Historia Nº45 (2013), p.38-39
-Jacques Pirenne, Historia Universal, «Las bombas atómicas provocan la capitulación de Japón», Exito (1961) p.433-434