La Marcha sobre Roma

La Marcha sobre Roma fue uno de los acontecimientos más importantes del siglo XX no solamente en Italia, sino también a nivel global porque sentó las bases del fascismo en Europa que a la postre acabaría derivando en la Segunda Guerra Mundial. Aquel episodio que condujo a la instauración sobre la Península Italiana de un régimen que se presentó como alternativa al capitalismo liberal y al comunismo revolucionario, dio paso a una nueva etapa para que sería conocida como la Era Fascista.

A mediados de 1922 el Reino de Italia se hallaba al borde del colapso como consecuencia de la crisis sufrida al término de la Primera Guerra Mundial, del hundimiento de la economía y de las constantes huelgas, ocupaciones de tierras e incidentes armados por parte de los comunistas dentro del conocido como «Bienio Rojo» o «Bienio Rosso». Hasta la fecha el Gobierno de Roma había sido incapaz de subsanar los problemas y mucho menos de atajar la violencia, siendo las escuadras o «squadristi» de los Camisas Negras adscritas al Partido Nacional Fascista (Partido Nazionale Fascista) de Benito Mussolini las únicas que se habían mostrado competentes a la hora de restaurar el orden en algunos puntos de la Península Italiana, como por ejemplo en la huelga general convocada por la Alianza del Trabajo que disolvieron en Roma, Milán y Parma.

Milicias fascistas de los Camisas Negras aproximándose a las puertas de Roma.

Como Italia estaba al borde de la guerra civil entre los marxistas apoyados por el Partido Comunista Italiano y los liberal-conservadores del Gobierno de Roma, sólo los fascistas se erigían como una alternativa real ante la tradicional dicotomía entre comunismo y capitalismo, pues ellos rechazaban a ambos espectros a sabiendas de que era los verdaderos responsables de todas las desgracias que padecía la nación. A esto había que añadir el Partido Nacional Fascista tenía capacidad para salvar las diferencias entre la derecha y la izquierda porque al mismo tiempo que en que sus líderes eran conscientes de las malas condiciones de obreros y campesinos por parte de los dueños amparados por el sistema capitalista, atacaban al marxismo y sus recetas como la abolición de la propiedad privada, ya que en su lugar preferían una política nacionalista que aunara a propietarios y trabajadores en un especie de «estado corporativista».

El caos y el desorden en Italia alcanzaron un nivel tan extremo en el otoño de 1922 que Benito Mussolini optó por pasar a la acción y llevar a cabo un golpe de mano después de la caída de varios gabinetes en Roma, algunos con escasos meses de existencia antes de su disolución por parte del Rey Víctor Manuel III. Fue en ese momento cuando modificó el programa del Partido Nacional Fascista, abandonando el republicanismo y adoptando como medida pragmática la lealtad hacia la monarquía, básicamente con la esperanza de ganarse el favor del Jefe del Estado y la Dinastía Saboya. Aunque obviamente era un riesgo porque el monarca era el mayor escollo con el que se podían topar los fascistas y existía un elevado porcentaje de posibilidades de que mandase contra ellos a los Carabineros o al Ejército, Mussolini siguió adelante con su plan reuniendo en Bordighera a su más leal «cuadriunviro» o «quadrumvirs» que dirigían el anarcosindicalista Michele Vianchi y los militares revolucionarios Italo Balbo, Emilio De Bono y Cesare De Vecchi, a quienes anunció: «Es ahora o nunca jamás».

Como ensayo general a la Revolución Fascista, el 24 de Octubre de 1922 tuvo lugar la llamada «Gran Concentración» o «Adunata» de Nápoles, en donde 60.000 escuadristas desfilaron por la ciudad en una multitudinaria manifestación que desembocó en la Plaza Fernando, no sin antes producirse algún pequeño enfrentamiento contra las fuerzas de izquierdas y un tiroteo en el que murió una anciana de 80 años. La masa de Camisas Negras se apoderó del control total de la ciudad hasta la llegada del «Cuadriunviro» y Benito Mussolini, quién desde el balcón del Teatro San Carlo lanzó un pulso al Gobierno de Roma para que le entregasen los Ministerios de Asuntos Exteriores, Marina, Guerra y Trabajos Públicos, más el Comisariado de Aviación, un discurso que concluyó con la siguiente amenaza: «O nos dan el Gobierno o lo tomaremos bajando a Roma.

La reacción del Gobierno de Roma al frente del Primer Ministro Luigi Facta al principio fue de tibieza, pues el día 25 amaneció tranquilo en Nápoles debido a que los manifestantes se disolvieron para acudir pacíficamente al Congreso Fascista Napolitano. Sin embargo al día siguiente, el 26, Mussolini celebró una última reunión a puerta cerrada en el Hotel Vesuvio en la que ordenó a sus seguidores que se preparasen para tomar el poder en Roma movilizando a todas sus fuerzas paramilitares que debían lanzarse contra la capital como máximo el día 28. Mientras eso ocurría en Nápoles, en la «Ciudad Eterna» se desató una crisis en el Parlamento, pues incapaces los diputados de buscar una solución, se dividieron en dos facciones, una liderada por Paolino Taddei, Marcello Soleri, Giulio Alessio, Giovanni Amendola, Giovanni Bertini y Giovanni Bertone partidaria de no ceder ante Mussolini, y otra más nacionalista encabezada por Vicenzo Riccio, Arnaldo Dello Sbarba y Carlo Schanzer proclives a pactar con el Partido Nacional Fascista.

El 27 de Octubre de 1922, cayó una lluvia torrencial sobre Italia que comprometió el levantamiento debido a que muchos de los caminos que conectaban con Roma quedaron inundados, obligando con ello a muchos de los escuadristas a desplazarse en tren, algo bastante complicado cuando precisamente Benito Mussolini tenía su sede central instalada en Peruggia, una ciudad que no poseía ningún nudo ferroviario importante. La climatología también interrumpió en algunos puntos del país las comunicaciones, por lo que se generó cierta confusión entre algunas formaciones que no recibieron órdenes, las cuales decidieron adelantarse a los acontecimientos y lanzarse a la insurrección.

Al mediodía del 27 de Octubre, un pequeño grupo de diez escuadristas de Pisa entraron en el ayuntamiento y lo tomaron sin problemas gracias a que el coronel Ignazio Liotta ordenó a los guardias dejarles pasar y poner la ciudad a las órdenes del Partido Nacional Fascista. Esa misma tarde, a las 18:30 horas, un destacamento de 150 Camisas Negras al frente de Roberto Farinacci se levantaron en Cremona y tomaron la comisaría de policía, la estación de tren y las oficinas de correos y telégrafos, pero fracasaron a la hora de convencer a una unidad del Ejército Italiano porque los soldados abrieron fuego y causaron 21 bajas a los fascistas entre 8 muertos y 13 heridos. Más sorprendente fue lo sucedido en Florencia, pues tras echarse a la calle los milicianos y ser retenidos a tiros por los Carabineros, la Guardia Real y dos coches blindados al mando del mariscal Armando Díaz, héroe de la victoria de la Batalla de Vittorio Véneto durante la Gran Guerra, acto seguido Italo Balbo se desplazó a la zona para pedir disculpas e incluso organizar un desfile con sus escuadristas antes el venerado héroe de la Primera Guerra Mundial.

Camisas Negras entrando en Roma.

Oficialmente el 28 de Octubre de 1922, comenzó la Marcha sobre Roma cuando más de 30.000 milicianos de los Camisas Negras salieron desde diversos puntos de la Península Italiana en dirección a la «Ciudad Eterna». La primera fase fue hacerse con tres regiones clave, en concreto Ancano que fue tomada por los escuadristas del general Gustavo Fara, Civitavecchia por los hombres del general Sante Caccherini y Orte por los legionarios del general Emilio de Bono. Una vez ocupados todos los objetivos en cuestión de horas, emprendieron el avance hacia la capital un total de tres contingentes repartidos en 4.000 efectivos de la Columna «Civitavecchia» del general Dino Perrone Compagni, 8.000 voluntarios de la Columna «Tívoli» del general Giuseppe Bottai y 2.000 combatientes de la Columna «Monterotondo» del general Igliori Ulisse.

La popularidad de los fascistas entre la población era tan grande en Italia, que a medida que los Camisas Negras se aproximaban a la capital se les fueron uniendo de forma entusiasta trabajadores y campesinos, así como también empresarios y comerciantes, e incluso veteranos de la Primera Guerra Mundial y militantes de la Asociación Nacionalista Italiana (Associaziones Nazionalista Italiana) que lideraba el político Enrico Corradini. Gracias a este masivo apoyo popular en cuestión de horas ya había más de 70.000 personas marchando hacia Roma y proclamando la «Revolución Fascista», por lo que las fuerzas del orden al contemplar a aquellos aventureros que en apariencia no suponían ningún peligro, en muchos casos se negaron a disparar, como hicieron la mayor parte de las guarniciones de la Policía Italiana, los Carabineros o las diferentes unidades del Ejército Real Italiano (Regio Esercito).

Simultáneamente en el resto de Italia, la «Revolución Fascista» se extendió con éxito a otros puntos del país que cayeron en manos de los Camisas Negras como en Emilia-Romaña, Pavía, Brescia, Venecia, Padua, Belluno, Rovigo, Como, Alessandria y Piacenza, así como a las «zonas irredentas» del Trentino, Alto Adigio, Trieste, Gorizia e Istria. También en Toscana los escuadristas se hicieron con todo el control de la región, salvo la ciudad de Alcoli Piceno que resistió después de atrincherarse 250 Carabineros en un cuartel (se rindirían cuando Benito Mussolini fuese proclamado más tarde Jefe de Gobierno); mientras que en el Piemonte los insurrectos ocuparon Biella, Vercelli y Casale Monferrato.

Curiosamente la «Revolución Fascista» fracasó en bastantes puntos de Italia como en Génova, Parma, Bérgamo o en Verona, de donde los escuadristas se retiraron por orden de su comandante Achille Starace, pero también en Novara al disparar los soldados contra los insurrectos y matar a tres de ellos, o en Milán al ser frenados por un batallón de tropas de élite «Bersaglieri» sobre la Vía Ancona. De hecho en Bolonia, se libró un enfrentamiento a tiros y granadas de mano ante el Cuartel de los Carabineros que dejó un saldo de cinco muertos sumando a cuatro escuadristas y un Guardia Real.

Al atardecer del 28 de Octubre un total de 14.000 Camisas Negras, quién en seguida ascenderían a 24.400, fueron concentrándose en un área de 80 kilómetros en torno a Roma y apoderándose de oficinas de correos y telégrafos, prefacturas, puestos de radio y nudos ferroviarios, incluso se hicieron con algunos trenes. Ni tan siquiera encontraron oposición del Ejército Italiano porque los soldados abrieron las puertas de sus cuarteles e instalaciones militares para recibir con los brazos abiertos a los revolucionarios, lo mismo que el sector de la Confindustria que se posicionó del lado de los fascista. Respecto a las fuerzas políticas de izquierda y los sindicatos, simplemente se dedicaron a ocultarse en sus sedes y delegaciones que por suerte fueron respetadas durante las escasas horas que se prolongó la Revolución Fascista.

Frente a los Camisas Negras se acantonaba en Roma una guarnición compuesta por 28.300 efectivos al mando del general Emanuele Pugliese que se distribuían en 17.300 soldados de la 16ª División de Infantería contando a 9.500 fusileros o tropas de montaña, 7.500 reclutas y 300 jinetes a caballo, más 11.000 agentes de los Carabineros y Guardias Reales. Los defensores en seguida tendieron alambradas, emplazaron artillería y interrumpieron las vías férreas, algo que dificultó las cosas a los fascistas que tan sólo podrían enfrentarse a los militares equipados con algún que otro cañón o ametralladora, ya que el resto de los escuadristas únicamente se dotaban con porras, látigos, armas blancas, escopetas de caza y algún mosquetón del año 1891.

La presencia de los Camisas Negras fuera de Roma hizo entrar al Gobierno en pánico que convocó un reunión de urgencia en el Palacio del Viminal al que acudió el propio Rey Víctor Manuel III que por presiones del Primer Ministro Luigi Facta, del Ministro de Colonias Giovanni Amendola, del general Emanuele Pugliese y de su ayudante de campo Arturo Cittadini, declaró finalmente «Estado de Sitio». Aquella orden complicó mucho más la situación a Mussolini porque se cortó a los escuadristas su único depósito de agua potable en Santa Marinella, además de bloquearse las líneas férreas hacia la capital, lo que dejó a 7.000 de los insurrectos inmovilizados en en Monterrotondo, 4.500 en Segni, 400 en Azezzano y 2.000 en otros puntos adyacentes. Sin embargo aquella estratagema de poco sirvió porque 1.500 fascistas que acaban de hacerse con un tren se abrieron paso a lo largo de una vía férrea sin vigilar sobre la ruta de Orte, mientras que el resto de millares de legionarios continuaron a pie marchando sobre la Vía Aurelia.

Al saber que los Camisas Negras estaban en los arrabales de Roma, el Primer Ministro Luigi Facta presentó su dimisión, como también la de todo el Gobierno que terminó por disolverse en el Parlamento. Aunque se tanteó la posibilidad de articular un gabinete de coalición liderado por el antiguo Primer Ministro Giovanii Giolitti, e incluso por Antonio Salandra que había sido responsable de meter a Italia en la Primera Guerra Mundial, al final se descartó tal idea cuando sobrepasado por los acontecimientos y temiéndose una guerra civil entre italianos, el Rey Víctor Manuel III, en un giro sorprendente, revocó el «Estado de Sitio».

Nada más anularse el «Estado de Sitio», el Rey Víctor Manuel III se reunió en el Palacio Real con el mariscal Armando Díaz, al general Luigi Federzoni y el Presidente de la Cámara de los Diputados de Enrico de Nicola, quienes le sugirieron que lo más sensato sería negociar con los fascistas e incluso pactar un gabinete con Benito Mussolini para evitar una conflagración civil y por tanto una eventual caída de la Dinastía Saboya. Así fue como después de tantear la situación, el monarca aceptó entablar diálogo con una delegación fascista compuesta por Cesare De Vecchi, Dino Grandi y Constanzo Ciano, a los que comunicó que estaba dispuesto a recibir a Mussolini para formar gobierno, al mismo tiempo en que ordenaba a las fuerzas del orden que no opusieran resistencia y dejaran entrar en la capital a los Camisas Negras.

Benito Mussolini rodeado de su «Cuadriunviro» compuesto por Italo Balbo, Emilio de Bono, Maria de Vecchi y Michelle Biachi, así cimo por una multitud de Camisas Negras, pasea triunfal por la capital tras su exitosa Marcha sobre Roma.

La jornada del 29 de Octubre de 1922, miles de Camisas Negras entraron en Roma bajo la mirada atenta de los Carabineros y soldados del Ejército Italiano que habían colgado carteles con el mensaje de «conservar la calma». A pesar de que hubo algunos tiroteos contra las fuerzas de izquierda, como los registrados en la Puerta de San Lorenzo y la VíaTiburtina que dejaron 13 muertos, los escuadristas desfilaron victoriosos por las principales calles de la «Ciudad Eterna» y ante el los muros del Altar de la Patria. Al día siguiente, a las 10:50 horas del 30, finalmente Benito Mussolini se presentó en la capital como si fuese Julio César bajo la ovación de decenas de miles de personas y pronunció un discurso a las masas desde el balcón del Hotel Savoy anunciando el triunfo de la «Revolución Fascista».

A las 11:15 horas de aquel 30 de Octubre de 1922, una legión de Camisas Negras acompañó a Benito Mussolini hasta el Palacio Quirinal, en donde se inclinó ante el Rey Víctor Manuel III y expresó: «Pido perdón a vuestra Majestad por tener que presentarme con la Camisa Negra puesta, de vuelta de la batalla, afortunadamente incruenta, que se ha tenido que librar. Traigo a vuestra Majestad la Italia de Vittorio Véneto, de nuevo consagrada por la victoria, y soy fiel siervo de vuestra Majestad.» La buena voluntad de Mussolini a colaborar y su inesperada cortesía, condujeron a que un complacido monarca le encargase formar cuanto antes gobierno y tomar las riendas del país para sacar de la crisis a Italia.

Al concluir definitivamente la Marcha de Roma el 30 de Octubre de 1922, Benito Mussolini fue proclamado Jefe del Gobierno y proclamado «Duce» o «Guía». A partir de entonces el Partido Nacional Fascista y los Camisas Negras se alzaron en el poder sobre toda la Península Italiana, dando un giro radical a las políticas nacionales que fueron sacando al país de la crisis, pero inaugurando una ideología que pronto se copiaría en el extranjero y se extendería a un ritmo vertiginoso por todos los continentes hasta desembocar dos décadas más tarde en al Segunda Guerra Mundial.

 

Bibliografía:

-Francesca Tacchi, Atlas Ilustrado del Fascismo, «La Marcha sobre Roma», Susaeta, (2003), p.32-42
-Óscar González, Pablo Sagarra y Lucas Molina, ¡O Roma o Muerte! La Marcha sobre Roma y el triunfo de Mussolini y el Fascismo 1922, «La Marcha sobre Roma», Galland Books (2022), p.58-67
-David Solar, La II Guerra Mundial como nunca se la habían contado, Volumen 4, «La Marcha sobre Roma», Revista La Aventura de la Historia (2009), p.10
-David Solar, La II Guerra Mundial como nunca se la habían contado, Volumen 4, «Didáctica Fascista», Revista La Aventura de la Historia (2009), p.10-11