La Italia Fascista

El 3 de Enero de 1925 nació oficialmente la Italia Fascista cuando Benito Mussolini concentró todo el poder nacional y asumió plenos poderes en la Cámara del Parlamento de Roma. A partir de entonces el fascismo se acomodaría definitivamente como el único régimen de la Península Italiana, instaurándose una «tercera vía» alternativa al capitalismo y al comunismo que fusionó elementos sociales y económicos de ambos, la cual daría lugar a una época de bonanza y desarrollo durante casi dos décadas que serían recordadas con el nombre de la «Era Fascista».

Régimen Fascista

La Italia Fascista se constituyó como un modelo de «Partido Único» al frente del Partido Nacional Fascista con Benito Mussolini como Jefe de Gobierno, también autoproclamado como Duce o «Guía», además de con el Rey Víctor Manuel III actuando a modo simbólico como Jefe del Estado. Básicamente el fascismo italiano se erigió como un sistema totalitario en el que la Jefatura de Gobierno no tenía necesidad de pasar por la Cámara del Parlamento porque podía nombrar y cesar ministros o aprobar leyes sin ningún tipo control ni revisión por parte de los filtros burocráticos, resumiéndose su funcionamiento del siguiente modo: «Todo para el Estado, nada fuera del Estado y nada contra el Estado».

El entramado estatal de Italia quedó al cargo del Partido Nacional Fascista en todos los ámbitos de la administración, viéndose obligado el movimiento a cerrar las filas de afiliados por primera vez cuando ya contaba con 2 millones de miembros con carné, un número excesivo que encima tenía que encuadrar en sus escalafones a los militantes desempleados o en paro, por lo cual los cuatros dirigentes no tuvieron más remedio que limitar la militancia y abrir sus puertas únicamente a universitarios o intelectuales vanguardistas. Respecto a nivel regional o local, se suprimieron los ayuntamientos y alcaldías para ser sustituidos por una serie de gobiernos civiles dirigidos por un «prefecto fascista», cuya misión era escuchar los problemas de sus ciudadanos o vecinos para posteriormente ser discutidos los problemas en instancias superiores de Roma.

Discurso ante las masas de Benito Mussolini.

La democracia en el Reino de Italia quedó oficialmente disuelta en 1926 con la aprobación en la Cámara del Parlamento de las Leyes Factísimas que consistían en un manifiesto legal de seguridad pública a través de las cuales se prohibió cualquier tipo de disidencia fuera de la llamada «Revolución Fascista». Así fue como se ilegalizaron todos los partidos políticos independientemente de que fuesen de derechas o izquierdas, las asociaciones antifascistas y los sindicatos fuera del régimen, además de clausurarse periódicos y publicaciones, así como sancionarse todas aquellas opiniones o conductas contrarias al Partido Nacional Fascista o a la Jefatura del Gobierno.

Conjuntamente con las Leyes Factísimas también se aprobó la Ley para la Defensa del Estado para impartir castigos a todo aquel que protestase o se manifestase en contra de las primeras, instituyéndose para la ocasión el Tribunal Especial para la Defensa del Estado. Esta organismo judicial que revisaba los delitos ostentaba poder para desterrar del país a los opositores políticos, confinarles policialmente en su casa, enviarles a prisión o en caso muy extremo aplicarles la pena de muerte, aunque éste último método apenas se llevó a cabo porque en toda la existencia del régimen sólo se ejecutó a veintiséis personas, la mayoría delincuentes de la Mafia Siciliana o miembros del Partido Comunista Italiano como Antonio Gramsci, Giovanni Amendola o Piero Gobetti. Obviamente la persecución invitó a la oposición a exiliarse al extranjero como hicieron numerosas personalidades de izquierda o católicos porque se marcharon a Estados Unidos, Latinoamérica o Francia, fundando en esta última el periódico clandestino Non Mollare! (¡No Ceder!).

Benito Mussolini en tiempos de la Italia Fascista.

Con la democracia eliminada en la Italia Fascista rápidamente Benito Mussolini se aprestó a sustituir a la Cámara del Parlamento en Roma por el denominado Gran Consejo Fascista en 1928. Este órgano se trataba de una especie de cámara de representación donde los ciudadanos elegían a sus representantes, normalmente sobre una lista de 400 candidatos propuestos por las confederaciones regionales de trabajadores y empresarios, quienes una vez seleccionados por votación popular, ejercían una función consultiva sobre cuestiones de interés nacional o constitucional, incluyendo temas como posibles guerras en el exterior o asuntos concernientes a la Casa Real.

Sociedad y el «Hombre Nuevo»

El Partido Nacional Fascista se asoció desde el principio a la misión de dirigir un segundo «Resurgimiento» o «Resorgimento» como en la Unificación Italiana de siglo XIX, e incluso como heredero de la grandeza y la gloria del Imperio Romano. Así fue como la propaganda, el arte, la arquitectura y en general toda la cultura se inspiraron tanto en la Antigua Roma como en la búsqueda de un «Hombre Nuevo» y vanguardista, tal y como lo definió el secretario Achille Starace, que debía ser amante del deporte, la tecnología y la velocidad propias del futurismo de Gabrielle D’Annuzio o Filippo Tommaso Marinetti, prestando especial atención a la juventud como precisamente rezaba el himno fascista de Giovinezza.

El Imperio Romano fue el modelo en el que se inspiró la Italia Fascista, desde los modelos de construcción que recordaban a los edificios de la Era Clásica, hasta la escultura, la pintura, etcétera, sin obviar con el símbolo oficial fue el Líctor y que los desfiles de las milicias fascistas solían hacerse ante el Coliseo, arcos de triunfo, acueductos o estatuas del general Julio César y el Emperador Octavio Augusto. Hubo hasta una Escuela de Mística Fascista para equiparar el espíritu del italiano contemporáneo al del pasado romano, además de celebrarse cada 23 de Marzo como día de fiesta nacional en honor al nacimiento de la Roma Imperial e instaurarse un nuevo calendario revolucionario en el que el Año I empezaba el 28 de Octubre de 1922 por ser el aniversario de la Marcha sobre Roma y por tanto el inicio de la Era Fascista.

La figura de Benito Mussolini fue clave en la Italia Fascista, como también la simbología del régimen que al ser totalitario tuvo que adoptar una serie de formas como los saludos romanos a su líder al grito de «¡Duce, Duce, Duce…!». Precisamente era habitual que la propaganda presentase a su Jefe de Gobierno como un ser superior que conduciría al país a la gloria, apareciendo su rostro de perfil en los carteles callejeros y difundiendo los medios el mensaje de ser un hombre deportista, moderno en el manejo de las máquinas y vehículos, y hasta viril porque se ensalzaban sus artes amatorias y sus capacidad por hacer el amor con más de una mujer a diario. Entre los lemas principales del Partido Nacional Fascista era «Mussolini ha sempre ragione» o «Mussolini siempre tiene razón».

Niños de la Obra Nacional Balilla desfilando ante el Duce en el Foro Romano.

El ideal del «guerrero» o «combatiente» de la Italia Fascista condujeron a una militarización de toda la sociedad, desde la Jefatura de Gobierno en el que Benito Mussolini y sus ministros se veían obligados a hacer deporte, hasta otros sectores de la sociedad y trabajos, donde todo el mundo recibía instrucción deportiva y paramilitar, incluyendo los adolescentes de la enseñanza media cuando fue aprobado un entrenamiento específico para los jóvenes por parte del oficial Cesare Maria de Vecchi. De hecho pronto también las escuelas de niños se volvieron centros de admiración por la raza y el físico de los latinos después de que el Ministro de Educación Giuseppe Bottai introdujera un adiestramiento pre-militar en los pequeños de más de tres años tras la redacción de su proyecto Carta a la Escuela.

Las fascistización de Italia alcanzó también a la universidad con el surgimiento de los Grupos Fascistas Universitarias (Gruppi Universitari Fascisti) y a los menores de edad que fueron agrupados en cuadros militarizados dentro de la Obra Nacional Balilla (Opera Nazionale Balilla) para los niños de entre los 8 y 14 años, y dentro de los Vanguardistas (Avanguardisti) entre los adolescentes de 15 y 18 años. Respecto al sexo femenino las organizaciones más importantes según la edad fueron las Pequeñas Italianas, las Jóvenes Italianas, las Jóvenes Fascistas y las Mujeres Fascistas que recibían instrucción física y deportiva, al tiempo en que se ensalzaba sus ocupaciones domésticas o caritativas en diversas subramas orientadas al deporte, economía, primeros auxilios, gimnasia rítmica, puericultura, decoración y floricultura como fue el caso de las Amas de Casa Rurales o la Obra Nacional de la Maternidad que premiaba a las madres con ayudas y ventajas en concursos públicos.

Los Camisas Negras

Los Camisas Negras (Camicie Nere) que ya existían desde la fundación de los Fasces de Combate en 1919 y habían sido esenciales en la Marcha sobre Roma del año 1922, se convirtieron en la fuerza seguridad principal de la Italia Fascista. Lo hicieron agrupados en la Milicia Voluntaria para la Seguridad Nacional (Milizia Volontaria per la Sicurezza Nazionale o MVSN), cuyos milicianos vestían camisas y corbatas oscuras, lucían feces en la cabeza y organizaban paradas y desfiles agrupados en escuadras, siendo considerados por muchos como la vanguardia más característica de la Revolución Fascista que también recibió el nombre de Guardia Armada de la Revolución (Guardia Armata della Rivoluzione).

Aproximadamente la Milicia Voluntaria para la Seguridad Nacional dispuso de un total de 351.000 escuadristas de los Camisas Negras, casi todos entre los 18 y 50 años, que se distribuyeron según en tiempos del Ejército Romano con la denominación de Escuadra, Manípulo, Centuria, Cohorte, Legión y División. Precisamente estás últimas estuvieron distribuidas en quince zonas geográficas de Italia que en orden fueron Piemonte, Lombardía, Liguria, Venezia Tridentina, Véneto, Venezia Julia, Emilia Romaña, Toscana, Umbría, Lazio, Abruzzo, Campania, Apulia, Sicilia y Cerdeña, aunque igualmente se organizaron otras integradas por indígenas en Libia y el África Oriental Italiana, más la Isla de Ponza y las Islas del Dodecaneso.

Escuadra de Camisas Negras.

Fuera de la Milicia Voluntaria para la Seguridad Nacional surgieron otras formaciones paramilitares integradas por miembros de los Camisas Negras. La más famosa de todas fueron los 200 hombres de la Guardia de Mussolini, también conocidos como los Mosqueteros del Duce (Moschettieri del Duce), encargados de la seguridad personal de Benito Mussolini, del Palacio Venezia de Roma y del Gran Consejo Fascista. También se creó la Organización de Vigilancia y Represión Antifascista (OVRA) al mando del comisario Arturo Bocchini, cuya misión era la de infiltrar espías y confidentes en los círculos políticos enemigos, además de efectuar labores de espionaje para el Estado.

La labor de la Milicia Voluntaria para la Seguridad Nacional fue esencial para mantener el orden y la paz en la Italia Fascista porque con sus acciones intimidaron a toda la oposición política, aunque cuando causaban reyertas innecesarias o se excedían a la hora de aplicar la violencia eran forzados a presentar su dimisión o expulsados directamente por el régimen como por ejemplo les sucedió a Alessandro Casati, Gino Sarrochi, Alberto De Stefani, Alfredo Rocco, Aldo Oviglio o Pietro Fedele. No obstante y si por algo destacaron los Camisas Negras fue porque con sus métodos de acoso y hostigamiento consiguieron desmantelar y derrotar a la Mafia en Sicilia y a la Camorra en Nápoles, ya que castigaron cualquier colaboración con los mafiosos y humillaron a éstos últimos nada más ser capturados, siendo el autor de este triunfo histórico el prefecto Cesare Primo Mori, también apodado el «Prefecto de Hierro».

Estado Corporativista

Salvar las diferencias entre empresarios y trabajadores fue para Benito Mussolini su objetivo prioritario desde el nacimiento del fascismo que al fin y al cabo era un movimiento nuevo y revolucionario contrario a la tradicional dicotomía entre capitalismo y marxismo. Así fue como nació el Pacto del Palazzo Vidoni, fruto del cual surgió un acuerdo entre propietarios y sindicalistas tutelados por la Confederación Fascista mediante el que se creó el Consejo Nacional de las Corporaciones, cuya función sería la de ejercer de árbitro cada vez que apareciesen conflictos laborales hasta que se encontrara una solución factible para ambas partes, algo de lo que se encargaría en el última instancia la Magistratura del Trabajo.

El Duce con miembros del Gobierno Fascista siendo homenajeados en Roma.

Con el establecimiento del Consejo Nacional de las Corporaciones la Italia Fascista se convirtió en el primer Estado Corporativista del mundo, un proyecto que sin duda sería el principal pilar del régimen y una carta de presentación por haber logrado el país conciliar los intereses de la clase obrera y los propietarios, tal y como recogían los derechos y deberes de ambos en la Carta del Trabajo. De hecho Benito Mussolini consideró tan importante este aspecto de lo que él denominaba «Revolución Fascista», que para tal fin fundó el Ministerio de las Corporaciones dirigido personalmente por el propio Duce, el cual ejercía una labor consultiva dentro del ámbito arancelario y fronterizo para los productos de las empresas italianas y garantizaba la representación sindical de los empleados a través de prefectos fascistas.

A medida que evolucionó la Italia Fascista la estructura del Consejo Nacional de las Corporaciones se dividió en un total de veintidós corporaciones de diferente tipología, cada uno con sus respectivos representantes de trabajadores y empresarios, que quedaron clasificadas según el sector productivo de la siguiente manera:
-Proceso Productivo Agrícola: Cereales / Horticultura / Floricultura y Fruticultura / Viticultura y Vinicultura / Aceite / Ganadería y Pesca / Madera / Téxtil / Azúcar y Remolacha.
-Proceso Productivo Industrial y Comercial: Metalurgia y Mecánica / Agua / Gas y Electricidad / Construcción / Industrias Químicas / Papel y Edición / Confección / Vidrio y Cerámica / Industrias Extractivas.
-Proceso Productivo de Actividades Productivas y de Servicios: Profesiones / Arte / Mar y Aire / Comunicaciones Internas / Espectáculo / Hostelería.

Otra de las iniciativas de Benito Mussolini para el Estado Corporativista fue inaugurar más adelante la Cámara de los Fascios y las Corporaciones (Camera dei Fasci e delle Corporazioni) que actuó como una especie de cámara baja orientada casi en exclusiva a la economía en lo que antiguamente fue el Parlamento. La única diferencia de este órgano ubicado en el Palacio Montecitorio de Roma y presidido por el oficial naval Constanzo Ciano, era la de reunir a 681 consejeros, la mayoría elegidos entre las diversas ramas del comercio y la industria o como representantes del Consejo Nacional de las Corporaciones o del Partido Nacional Fascista, para consultar, debatir y tomar decisiones legislativas respecto a cuestiones económicas y de gobernanza.

Economía y Asistencia Social

La economía de la Italia Fascista en sus inicios desarrolló un fuerte proteccionismo con Europa y otros espacios del mundo como Asia y Norteamérica, apostando en su lugar por elevados aranceles y el consumo interno de productos patrios o procedentes de las colonias de Libia o el África Oriental Italiana. Aunque esta política tuvo algunos aspectos negativos como por ejemplo que hubo de afrontarse un préstamo industrial de Estados Unidos y que el cambio de la lira se fijó durante un tiempo en 90 liras con la libra esterlina de Gran Bretaña, al final la moneda italiana se revaluó positivamente con el consiguiente aumento de la demanda interna. También la aprobación de la denominada «Cuota 90» fue importante, pues pese a que causó algunas pérdidas a las grandes industrias, por la contra mejoró considerablemente la situación de las pequeñas y medianas empresas, las cuales pudieron llevar a cabo su actividad de manera mucho menos ahogada al contar con cierto volumen de ingresos en sus cuentas de ahorro.

La agricultura en la Península Italiana experimentó una modernización sin precedentes en lo que se conoció como «Batalla del Trigo», ya que precisamente este sector llevaba siendo desde hacía años un lastre para la economía de Italia. El acierto en esta ocasión fue fijar aranceles para desincentivar la importación del trigo a lugares donde no fuese tan necesario, algo permitió invertir en mecanización de tractores y maquinaria, en un nuevo abonado con químicos que duplicaba las cosechas y en la experimentación científica con cultivos. Gracias a estas iniciativas en las que participó el propio Benito Mussolini labrando la tierra con el torso desnudo junto a los demás jornaleros, se pudieron entregar parcelas a muchos campesinos desempleados, liberalizar la circulación de productos agrarios locales sin apenas restricciones, entregar subvenciones para el desarrollo de las pequeñas propiedades agrícolas y establecer pactos de copropiedad que compartieron los más desfavorecidos y ex-veteranos de la Obra Nacional de Combatientes.

Benito Mussolini en la «Batalla del Trigo».

Curiosamente cuando se produjo el derrumbe de la Bolsa de Nueva York y la caída de Wall Street que derivaron en la Gran Depresión Económica de 1929, los países menos afectados fueron la Unión Soviética por el aislamiento de su régimen comunista surgido de la Revolución Bolchevique e Italia por los programas autárquicos y de proteccionismo que había impulsado la Revolución Fascista. De hecho y aunque durante un tiempo se notó la crisis mundial por el aumento de precios y algunos parados, en seguida el hermético Estado de las Corporaciones subsanó los problemas gracias a un amplísimo programa de obras públicas que dieron decenas de miles de puestos de trabajo, así como la creación del Instituto Mobiliario Italiano (IMI) que evitó la pérdida de los seguros sociales y del Instituto para la Reconstrucción Industrial (IRI) dirigido por Alberto Beneduce que liquidó los títulos más nocivos e inútiles de las industrias vendiéndolos al 50% de su precio original.

Las obras públicas fueron el fuerte de la economía de la Italia Fascista porque reducían el paro, proporcionaban empleo e incrementaban tanto la riqueza de las familias como de las armas de la nación. Aunque en un principio estos trabajos se centraron en la limpieza de aguas y en la lucha contra el paludismo, más tarde se construyeron importantes infraestructuras, acueductos, caminos rurales, casas rústicas o túneles en los Alpes y los Apeninos, siendo la obra más importante la red de carreteras que atravesaba de punta a punta la Italia Septentrional, facilitando las comunicaciones internas y un comercio mucho más fluido a nivel local y también con países vecinos como Austria, Francia o Yugoslavia.

El trabajo en la Italia Fascista comprendió otro de los factores clave en el ideario de la «Revolución Fascista» porque si los trabajadores estaban contentos y motivados su rendimiento mejoraba y por tanto también la producción. Así fue como creó Instituto Nacional Fascista contra Accidentes en el Trabajo (IFAIL) para prevenir el riesgo laboral y otorgar atención médica profesional en caso de producirse accidentes en el trabajo; el Ente Nacional de Previsión y Asistencia a los Funcionarios (ENPAS) para asistir las enfermedades de los funcionarios del Estado; y el Instituto Nacional Fascista de Seguridad Social (INFPS) que ejercía como Caja Nacional de Previsión para asegurar la invalidez y la vejez donando pensiones y aportando ayudas a la maternidad o enfermedades como la tuberculosis, además de encargarse de equilibrar un justo reparto entre las rentas familiares.

También los movimientos poblacionales fueron otro de los proyectos del Partido Nacional Fascista porque siempre pretendió reducir el censo en las ciudades para promover movimientos migratorios hacia el campo al norte y sur del país, una iniciativa que tuvo escasa acogida pese a las ayudas y facilidades prometidas en la llamada Ley contra el Urbanismo. De igual manera se pretendió establecer un total de 80.000 colonos latinos en la colonia de Libia, algo en lo que el gobernador Italo Balbo fracasó porque sólo logró traer a 1.700 familias, las cuales al menos contribuyeron al desarrollo de aquel territorio africano porque erigieron modernas infraestructuras, tendieron canales de irrigación, plantaron hectáreas de parcelas de cultivos y construyeron una carretera paralela a la costa bautizada como la «Vía Balbia».

Gracias a los triunfos económicos del Partido Nacional Fascista comenzaron a proliferar las clases medias por toda Italia y por tanto una serie de instituciones que debían alinear todavía más a los trabajadores con el Partido Nacional Fascista. A eso se dedicó la Obra Nacional del Descanso (Opera Nazionale Dopolavoro u ODN) al frente del ingeniero Mario Giani que se encargaba de la organización del tiempo libre para el trabajador después de sus jornadas laborales, además de supervisar otros círculos de instrucción y recreo, ofrecer descuentos en las entradas de cine y teatro, reducir las tarifas para billetes de tren u ocupaciones asistenciales, e incluso cuidar de los niños durante colonias de verano en el campo y la montaña. También se introdujo el «Sábado Fascista» para involucrar a las masas trabajadoras en reuniones, desfiles y todo tipo de ejercicios deportivos, así como planes e iniciativas a cargo de la Obra Nacional del Descanso entre las que había actividades como excursiones al mar, la playa, zonas rurales o a los Alpes y los Apeninos, incluso pusieron a disposición de los obreros instalaciones deportivas, bibliotecas, proyectores de cine, salones de actos y salas de billar. Tal fue el poder adquisitivo de los italianos que la mayor parte de las familias por primera pudieron optar a comprar un coche poco después de que saliera al mercado el «Balilla», un automóvil de la Compañía Fiat con cuatro plazas por un módico precio de 10.800 liras.

Homenaje a Benito Mussolini en la época dorada de la Italia Fascista.

 

 

Bibliografía:

-Francesca Tacchi, Atlas Ilustrado del Fascismo, «El Estado Autoritario / Corporativismo y cultura», Susaeta, (2003), p.64-78/80-88
-David Solar, La II Guerra Mundial como nunca se la habían contado, Volumen 4, «Didáctica Fascista», Revista La Aventura de la Historia (2009), p.10-11
-José Díez Zubieta, La II Guerra Mundial como nunca se la habían contado Volumen 4, «Relación Amor-Odio», la Aventura de la Historia (2009) p.24-29
-Xavier Valls Torner, El culto al Duce, Revista Historia y Vida Nº528 (2012), p.72-79