Masacre de Nankíng

La Segunda Guerra Sino-Japonesa que libraron China y Japón durante la «Era de Entreguerras» y la Segunda Guerra Mundial fue uno de los conflictos bélicos más feroces y sangrientos del siglo XX. De entre todos los crímenes cometidos a lo largo de esta confrontación militar en el Lejano Oriente, la Masacre de Nankíng acaecida en 1937 estuvo considerada uno de los episodios más salvajes y violentos de la Historia.

Asedio de Nanking

Nankíng, también conocida como Nanjing, era una ciudad situada en el curso bajo del Río Yang-Tsé que desde tiempos del Imperio Chino había sido una de las metrópolis más desarrolladas durante la Dinastía Qing desde el siglo XVI. También conocida como «Capital del Sur», la urbe se convirtió en la capital de la República de China desde 1912 y en el centro de poder del Kuomintang cuando estalló la Segunda Guerra Sino-Japonesa en el verano de 1937.

La ciudad de Nankíng no fue consciente de la guerra contra Japón hasta que el 21 de Septiembre de 1937, la aviación japonesa bombardeó el centro histórico y mató a numerosos civiles. A partir de entonces y a lo largo del otoño, las incursiones aéreas serían frecuentes, lo mismo que los ataques a ras de suelo sobre los caminos y carreteras atestados de refugiados. Como consecuencia de estos raids y a sabiendas del avance del Ejército Imperial Japonés hacia Nankíng, el 27 de Noviembre se decretó la evacuación de un gran número de ciudadanos, así como de todo el Estado Mayor del Ejército Chino, del Gobierno del Kuomintang y del Presidente Chiang Kai-Shek que trasladó la capital a Wuhan; mientras las tropas chinas que iban quedando atrás se dedicaban a la práctica de «tierra quemada» mediante la quema de campos y arrozales o la desmantelación de las industrias y arsenales.

El 7 de Diciembre de 1937 comenzó el asedio en torno a Nankíng con un Ejército Imperial Japonés que poseía 240.000 soldados, frente a tan sólo 80.000 defensores del Ejército Chino. Se trataba del X Ejército del general Heisuke Yanagawa y del Cuerpo Expedicionario de Shangai del general Hisao Tani, ambos bajo el mando del Príncipe Yasuhiko Asaka que casualmente era tío abuelo del Emperador Hiro-Hito, quién por mera casualidad del destino acababa de tomar el liderazgo tras la baja por enfermedad del general Iwane Matsui (él mismo que había transmitido a sus tropas respetar la vida de los civiles, pero que no había tenido tiempo de comunicarlo a su predecesor, lo que traería fatales consecuencias como posteriormente se demostró).

Tropas del Ejército Imperial Japonés entran victoriosas en Nankíng a finales de 1937.

Queriendo evitar una batalla innecesaria en Nankíng, el 8 de Diciembre el Príncipe Yasuhiko Asaka promovió una tregua de veinticuatro horas con el Kuomintang. Según la propuesta de los japoneses que estuvo mediada por el embajador John Rabe en representación de la Alemania Nacionalsocialista y que por aquel entonces era el responsable del Comité Internacional en la Zona de Seguridad, el Ejército Imperial Japonés ofrecía a los soldados chinos un trato aceptable y justo a cambio de su rendición. No obstante y pese a las buenas intenciones iniciales de los invasores, el Presidente Chiang Kai-Shek se negó en rotundo llamando a la resistencia ultranza y por tanto condenando a Nankíng sufrir las consecuencias en caso de producirse una victoria nipona.

La Batalla de Nankíng se caracterizó por un feroz asedio en que las piezas de la artillería y la aviación fueron arrasando los edificios y viviendas de la ciudad, mientras las tropas japonesas irrumpían en las calles repletas de escombros e iban desalojando a los chinos, a veces combatiendo cuerpo a cuerpo y a la bayoneta (de nada sirvieron las protestas internacionales de varios países y sobretodo de Estados Unidos, ni siquiera tras el hundimiento por error del cañonero USS Panay en el que perdieron la vida tres marineros norteamericanos). Así pues y después de una cruenta lucha urbana, finalmente el 13 de Diciembre de 1937 los soldados del Ejército Imperial Japonés consolidaron una cabeza de puente en el Río Yang-Tsé y superaron la muralla a través del Fuerte de la Puerta de Guanghua, accediendo de manera inmediata al interior de la metrópoli para lanzarse descontroladamente al saqueo y al asesinato masivo de seres humanos.

Masacre de Nankíng

El 13 de Diciembre de 1937, comenzó la Masacre de Nankíng cuando las tropas del Ejército Imperial Japonés irrumpieron en la ciudad e hicieron prisioneros a más de 60.000 soldados del Ejército Chino que en ningún instante quedaron amparados por la Convención de Ginebra debido a que Japón no era firmante y por tanto no se les aplicaría el Derecho Internacional. Ante este oscuro panorama, los japoneses empezaron la matanza después de atar a varios miles de cautivos con las manos a la espalda y conducirles al Río Yang-Tsé, donde fueron disparados hasta caer al agua sin vida. A esta barbarie, siguió el fusilamiento de otros 12.000 chinos en el llamado «Reguero de los Diez Cadáveres», una fosa de 300 metros de largo por cinco metros de ancho en cuyo interior arrojaron los cuerpos de millares de asesinados; así como ametrallamientos colectivos (morían 200 prisioneros por ráfagas cada diez minutos) o la ejecución de 1.300 militares ante los muros de la Puerta de Taiping.

Lamentablemente el comportamiento del Ejército Imperial Japonés con los soldados del Ejército Chino no tuvo compasión alguna porque se llevaron a cabo todo tipo de prácticas inhumanas como clavar las bayonetas a los prisioneros mientras permanecían atados a los árboles, adosarles minas al cuerpo y explosionar su carne desde lejos, enterrarles vivos bajo tierra, prenderles fuego con gasolina o decapitarles la cabeza con katanas para exhibirlas como trofeos. Así fue como en sólo veinticuatro horas, un total de 57.000 soldados chinos fueron asesinados sin aplicarse en ningún instante la Convención de Ginebra.

Soldados chinos siendo asesinados mediante la práctica con la bayoneta de las tropas japonesas a las afueras de Nankíng.

Justo un día después de producirse la eliminación de los militares cautivos del Ejército Chino, el 14 de Diciembre de 1937 los soldados japoneses comenzaron a aplicar el mismo martirio contra la población civil. Lo primero que hicieron fue ametrallar a todos los inquilinos que salían del edificio del Ministerio de la Guerra; antes de que las tropas del X Ejército se dedicaran a disparar gratuitamente contra cualquier civil que pasease por la calle, dejando en cuestión de pocas horas la ciudad atestada de cadáveres a lo largo del pavimento urbano.

Lo peor de la jornada del 14 de Diciembre, fue la irrupción de las tropas japonesas en el Colegio Ginling, por aquel entonces repleto de refugiados, donde apenas sin miramientos, los nipones violaron y asesinaron a más de 1.000 mujeres y niñas (además de ejecutar a todos aquellos varones que intentaron intervenir para ayudar a sus familiares). A la caída de la noche, el horror continuó después de que los soldados saltaran los muros y se colaran por las ventanas de la Universidad Media (University Middle School), en cuyo interior saquearon los alimentos y objetos de valor, antes de violar a todas las chicas y matarlas una vez concluido el abuso sexual.

El 15 de Diciembre de 1937 la Masacre de Nankíng alcanzó su pleno apogeo porque las tropas del Ejército Imperial Japonés fueron incendiando casa por cara para obligar a sus inquilinos a salir y asesinarlos en las calles (lo que permanecieron en sus hogares murieron calcinados). Solamente en el Academia de Idiomas los invasores secuestraron a treinta niñas de doce años que subieron a los camiones al grito de «¡salven nuestra vida!» para ser abusadas y después matadas. De hecho los niños fueron un objetivo habitual de los nipones porque los disparaban y mutilaban; incluso en ocasiones arrojaban al aire a los bebés para ensartarlos posteriormente al vuelo con la bayoneta (también en una ocasión introdujeron a un recién nacido en una olla de agua hirviendo). Ni siquiera los campos de refugiados fueron respetados en esta orgía de sangre porque los japoneses entraban en los recintos y masacraban a todos los presentes, además de violar a las mujeres o secuestrar a los varones para torturarlos con distintos tipos de tormentos como amputarles el pene, sodomizarles el ano con objetos punzantes, arrancarles la lengua o pasar por encima de sus cuerpos con las cadenas de los tanques.

El sexo utilizado como arma fue una de las singularidades de la Masacre de Nankíng porque el sadismo alcanzado en la ciudad jamás se vio en ningún otro momento de la Segunda Guerra Sino-Japonesa. Las violaciones fueron atroces porque los japoneses, a veces por decenas, entraban en las casas y abusaban una y otra vez de las mujeres sin importar que fueran chicas jóvenes, ancianas, niñas o bebés de corta edad, para a continuación asesinarlas o torturarlas hasta la muerte con cortes en los senos o introduciendo por la vagina bayonetas, cañas de bambú y a veces hasta granadas que detonaban desde la distancia. Incluso las mujeres embarazadas fueron violadas, antes de que rajasen su vientre con cuchillos y extrajesen a los fetos en vivo. A todas estas vejaciones, también se sumaron las humillaciones a las víctimas porque los soldados japoneses, queriendo regocijarse de los chinos, en muchas ocasiones obligaban a los miembros de una misma familia a mantener sexo entre ellos (madres con hijos, padres hijas…) o practicándolo con cadáveres de soldados o civiles fallecidos. De hecho los monjes budistas que cumplían celibato en los templos, fueron forzados a tener relaciones con mujeres baja amenaza de muerte y después de haber sufrido fuertes palizas.

Cadáveres de familias chinas yacen amontonadas en una fosa común de Nankíng bajo la indiferente mirada de oficiales japoneses.

Otra de las barbaries de la Masacre de Nankíng fueron los millares de civiles conducidos a un sector delimitado con alambradas del Río Yang-Tsé, a los que se metió medio cuerpo sobre la orilla, para a continuación ser ametrallados por cientos (posteriormente hubo problemas en la canalización de la ciudad porque el alcantarillado y algunos muelles se taponaron de cadáveres arrastrados por la corriente). También se celebraron concursos de cortar cabezas con katanas en los que participaron más de 200 tenientes y que ganaron Toshiaki Mukai y Tsuyoshi Noda con cien decapitaciones cada uno (y cuya supuesta «hazaña» fue publicada en el periódico Nichinichi Sinbun de Tokyo como si hubiese sido una herocidad).

La Zona de Seguridad fue el único lugar tranquilo de Nankíng porque el Comité Internacional impidió que las tropas del Ejército Imperial Japonés irrumpiesen en un espacio reservado para los refugiados. Básicamente se trató de un área hexagonal que delimitaba al norte con la Calle Chungshan, al sur con la Calle Hanchung, al este con la Calle Chung Yang y al oeste con la Calle Haikang, cuyo liderazgo recaía en el diplomático alemán John Rabe, un representante de la Compañía Siemens que era miembro del Partido Nacionalsocialista (NSDAP), junto a un equipo conformado por veintisiete occidentales entre los que había diecisiete estadounidenses, seis alemanes, dos rusos, un británico y un austríaco, quienes no dudaron en arriesgar su integridad física y conceder visados a decenas de miles de chinos con la finalidad de evitar que fueran masacrados por los japoneses.

John Rabe, pese a su pertenencia al Partido Nacionalsocialista, fue el rostro más humano de toda la Masacre de Nankíng porque gracias a que desde el principio engañó a las autoridades del Ejército Imperial Japonés y a que izó una gigantesca bandera de la cruz gamada para identificar la Zona de Seguridad como un área aliada de Japón, el Comité Internacional pudo sextuplicar la capacidad de refugiados, pensada en 50.000 personas, y salvar la vida a más de 300.0000 ciudadanos chinos. De hecho en una ocasión, el propio Rabe disuadió a seis soldados japoneses que habían entrado en el jardín de su casa para matar a sus trabajadores, mostrando un brazalete con la esvástica y ahuyentándoles tras afirmar que cualquier acción dentro de su propiedad sería considerada una agresión contra el Tercer Reich. Lamentablemente para él, en cuanto concluyó la matanza y regresó a Alemania, en lugar de ser considerado un héroe por su labor humanitaria, fue arrestado por la Gestapo acusado de haber puesto en peligro la alianza con el Imperio Japonés. Ni siquiera al terminar la Segunda Guerra Mundial en 1945, los Aliados Occidentales se acordaron de su papel en Nankíng porque también lo encarcelaron por su pasado nacionalsocialista, hasta que una vez puesto en libertad debido a su delicado estado de salud, falleció de apoplegía en Berlín en 1950. A partir de entonces, su figura sería rehabilitada e incluso venerada con agradecimiento en China, siendo recordado como uno de los hombres más justos del siglo XX (y el que más personas salvó en el período 1937-1945).

Después…

Al amanecer del 17 de Diciembre de 1937, se dio por concluida la Masacre de Nankíng (aunque algunos incidentes de violencia aislada se reproducirían hasta Enero de 1938). Aquel mismo día, el general Iwane Matsui que había estado de baja por enfermedad, se presentó en la capital para relevar del mando al Príncipe Yasuhiko Asaka y poner orden ante lo que según la prensa, ya empezaba a vislumbrarse como un escándalo internacional. Lo que descubrió a continuación, una vez entró en las ruinas de la metrópoli, le causó tal espanto y horror, que no tuvo reparo en despotricar contra 300 de los oficiales que habían participado en las matanzas. De hecho comenzó a abrir una causa judicial por lo ocurrido que jamás se llevaría a término porque en un intento de tapar el crimen, sus superiores inmediatamente le trasladaron a otro teatro de operaciones siguiendo las directrices del Estado Mayor de Tokyo.

La ciudad de Nankíng tardó meses en recuperar la normalidad porque millares de cadáveres quedaron abandonados por las calles y la mayor parte de los edificios no fueron más que ruinas humeantes. Curiosamente los japoneses prohibieron a la prensa extranjera entrar en la ciudad sin los permisos correspondientes, por lo menos hasta que a mitad de 1938 retiraron todas las pruebas de lo sucedido o eliminaron a testigos molestos. Una vez reabierta la capital, la administración fue puesta al mando de un gobierno títere liderado por el alcalde Zihi Weiyuanhui, el cual durante la Segunda Guerra Mundial pasó a formar parte de la China Nacional Reorganizada del Presidente Wang Jingwei.

Terminada la Segunda Guerra Mundial en 1945, el Tribunal Internacional para el Lejano Oriente que celebró los Procesos de Tokyo, juzgó a cinco de los responsables de la Masacre de Nankíng. Básicamente se trató del general Hisao Tani que lideraba el Cuerpo Expedicionario de Shangai, el capitán Gunkichi Tanaka, el teniente Toshiaki Mukai y el teniente Tsuyoshi Noda, además del general Iwane Matsui que injustamente fue acusado en lugar del Príncipe Yasuhiko Asaka, quién pese a ser el verdadero responsable de lo ocurrido, no fue sentado en el banquillo porque el general Douglas MacArthur del Ejército Estadounidense llegó a un pacto con el Emperador Hiro-Hito de no encausar a miembros de la Casa Real de los Yamato. Así pues, los cinco fueron condenados a muerte y ejecutados como hicieron con el general Iwane Matsui en la horca de la Prisión de Sugamo en Tokyo, así como como el capitán Gunkichi Tanaka y los tenientes Toshiaki Mukai y Tsuyoshi Noda que fueron fusilados ante un pelotón del Kuomintang en China. Menos suerte tuvo el general Hisao Tani que el 26 de Abril de 1947 fue paseado como un trofeo por la ciudad de Nankíng mientras el pueblo le insultaba al grito de «¡Venganza!» hasta que a la altura de la Terraza de las Flores Lluviosas, el soldado Tang Zequi le voló la cabeza con un disparo de su pistola.

La Masacre de Nankíng de 1937, también conocida como «Violación de Nankíng», dejó un total de 260.000 personas asesinadas, entre estas 57.000 soldados capturados al Ejército Chino, más una cifra de 80.000 mujeres salvajemente violadas. El episodio que sería recordado como uno de los mayores traumas de China en el siglo XX, también fue considerado como uno de los más horribles Crímenes de Guerra cometidos en la Historia.

 

Bibliografía:

-Daniel Gomà, La vergüenza de Hirohito, Revista Historia y Vida Nº520 (2011), p.70-78
-Lawrence Rees, El Holocausto Asiático, Crítica (2009), p.41-49
-Charles River, The Japanese Invasion of Manchuria and the Rape of Nanking, Charles River Editors (2016), p.67-89