Chicas de «consuelo»

Muchos fueron los crímenes cometidos por Japón durante la Segunda Guerra Mundial y muy en especial sus víctimas mujeres. Precisamente, de entre todos los abusos hacia el género femenino que perpetraron los japoneses, uno de los capítulos más polémicos fueron las «chicas de consuelo».

A raíz del Incidente de Shangai en 1932 que llevó a la intervención militar de Japón contra las tropas del Kuomintang que defendían la ciudad, un grupo de soldados nipones de forma aislada capturaron y violaron a varias mujeres chinas. Ante el escándalo que tal acción supuso para el Ejército Imperial Japonés, el general Okamura Yausji tuvo la iniciativa de abrir un burdel con prostitutas tanto japonesas como chinas que de manera voluntaria se ofrecieron a ejercer la prostitución para evitar la violación de mujeres inocentes en la ciudad; una idea que sin duda funcionó porque las agresiones sexuales en Shangai se redujeron drásticamente.

Nuevamente el problema de los abusos hacia mujeres chinas volvió a plantearse tras el salvajismo de los soldados japoneses demostrado en la Masacre de Nankíng de 1937, donde miles de chicas de todas las edades fueron violadas masivamente. Por dicha razón y para evitar más agresiones sexuales, los mandos nipones decidieron establecer una serie de prostíbulos con profesionales japonesas traídas desde el archipiélago para que la tropas pudiesen desahogarse. No obstante y a pesar de la iniciativa, las voluntarias no fueron suficientes para el gran número de soldados solicitantes y por si fuera poco, al ser las prostitutas de nacionalidad japonesa, los militares tenían prohibido excederse en sus fantasías con ellas. Así fue como muchos soldados, descontentos por la situación, decidieron no acudir a los burdeles y salir por la ciudad en busca de chinas a las que violar, a las cuales podían obligar a realizar los actos sexuales más execrables a cambio de perdonarlas la vida.

Incapaces los mandos del Ejército Imperial Japonés de soportar el gran número de casos de violaciones que mermaban su prestigio, desde Tokyo se autorizó una de las decisiones más controvertidas en torno a los derechos de la mujer durante la Segunda Guerra Mundial consistente en convertir a millares de chicas asiáticas en esclavas sexuales forzosas. De ahí nació el término «mujeres de consuelo» o «asueto», conocido en japonés como «ianfu»; aunque por las víctimas coreanas como «Eianbu», inglesas como «comfort women» o indonesias “wanita penghibur”; además de calificarlas despectivamente como «retretes públicos».

Prostitutas coreanas forzosas «Einbau» son rodeadas por oficiales japoneses para hacer la selección.

China fue el país que más sufrió la política de «damas de consuelo» porque mediante secuestros, amenazas de muerte a familiares o selección entre las supervivientes tras la masacre de alguna de aldea, miles de chicas fueron obligadas a ejercer la prostitución. No sólo el número de esclavas sexuales fue mayor en China que en otras zonas de Asia, sino que además las condiciones fueron peores porque ni siquiera se las pagaba sueldo, ya que únicamente tenían derecho a una pésima ración de comida para guardar fuerzas. Por si fuera poco el trato hacia las prostitutas por parte de los japoneses se convertía en un infierno porque no todo era simple sexo. De forma muy usual las fantasías de muchos oficiales implicaban actos violentos y propinar dolor a las chicas elegidas. Precisamente en infinidad de ocasiones, las prostitutas tenían que satisfacer las necesidades de los clientes con las posturas más extrañas y juegos sexuales más perversos, incluso padeciendo humillaciones porque numerosos soldados se excitaban orinando o defecando sobre ellas. Incluso a veces las chicas eran desnudadas y fotografiadas involuntariamente para que los militares pudiesen masturbarse con sus fotos en el frente.

El perfil de los clientes que buscaban «damas de asueto» eran muy diversos porque había desde los típicos que consumían sexo de manera natural, a borrachos malolientes y un amplio porcentaje de individuos violentos. A veces, las prostitutas podían tener hasta más de veinte clientes diarios y trabajaban a destajo desde las siete de la mañana hasta media noche. Apenas había descanso entre hombre y hombre, por lo que muchas veces ni siquiera se desnudaban antes de que llegara el siguiente varón a la cama (curiosamente en los exteriores de las habitaciones solían formarse grandes colas porque el tiempo que las esclavas perdían con cada cliente variaba de unos veinte a treinta minutos). De hecho tan grande era la cantidad de consumidores y la carga de trabajo que tenían que soportar las vaginas, que los cuidadores de las prostitutas las introducían borras de algodón cubierto de permanganato potásico para aliviar y evitar infecciones.

Intentar evitar el infierno que suponía ser «dama de asueto» normalmente significaba la muerte porque miles de mujeres que cansadas de la prostitución intentaron escapar, fueron primero apalizadas y luego asesinadas. Por ejemplo uno de los casos más crueles sucedió cuando una mujer china se negó a ser defecada por un oficial japonés, lo que implicó su ejecución por parte de los guardias y a continuación se cocinaron sus restos en una sopa que se obligó a beber al resto de prostitutas como advertencia.

Corea que a pesar de formar parte del Imperio Japonés como provincia también sufrió las consecuencias de las «damas de asueto». No obstante y a diferencia de China se tentó a las coreanas con la oferta de un trabajo de auxiliar en el frente como lavanderas de la ropa de los militares a cambio de una alta suma de dinero. Por desgracia la realidad era muy distinta cuando llegaban a los campamentos, ya que nada más entrar se las encerraba en habitaciones y se las tumbaba en las camas, para a continuación ser forzadas a tener sexo con los soldados bajo amenaza de muerte si no lo hacían.

Cuando el Ejército Imperial Japonés ocupó las Indias Orientales Holandesas (Indonesia) en 1942, un total de 22.000 de indonesias fueron forzadas en algún momento a convertirse en prostitutas, aunque en este caso segregadas según la raza o etnia indígena del archipiélago. Los burdeles más famosos fueron clubs nocturnos como el Gran Hotel de Bakmistraat, el Bar Carolina de Semarang, el Hotel Orange de Solo; así como las lujosas instalaciones de Magelang, Malang y Surabaya; e incluso el prostíbulo de Kalijati disimulado entre cañas de bambú por encontrarse en un aeródromo; siendo el de mayor tamaño el centro Sulasewi con 281 trabajadoras. Curiosamente un alto porcentaje de estos burdeles no solamente estuvieron dirigidos por empresarios japoneses, sino que también por residentes occidentales procedentes de países ajenos a la Guerra del Pacífico (sobretodo de Suiza o Checoslovaquia) que intentaron lucrarse ofreciendo servicios de esclavas sexuales a los nipones. Precisamente de los 4 a 6 florines de dinero que cobraban las indonesias por hombre, los japoneses se quedaban con el 80% de la ganancia. Por si fuera poco las posibilidades de morir por enfermedad al encontrarse en un clima tropical eran más elevadas que en otros países, por lo que se repartía a los soldados japoneses un manual para saber cómo elegir a las prostitutas que se titulaba Libro de Bolsillo de Higiene de Áreas Tropicales (para la gente que viene a Java).

Tampoco las europeas y chicas occidentales capturadas por el Imperio Japonés en Indonesia se salvaron de la prostitución forzosa porque más de 300 ejercieron como tal. De hecho los japoneses quedaron impresionados con la belleza de las mujeres blancas holandesas, muchas rubias, altas y de ojos azules, que eran inexistentes en Asia y que despertaron infinidad de fantasías entre los conquistadores. Por esa razón y debido a que su número respecto al total de la población era menor, los nipones otorgaron a las occidentales un estatus especial de «prostitutas de lujo» con el que se beneficiaban teniendo clientes más selectos, usualmente oficiales educados y con estudios, así como un trato muy favorable porque tenían derecho a abundante comida, baños calientes y todo tipo de facilidades. Pero por desgracia también se dieron casos en los cuales las mujeres holandesas fueron seleccionadas en campos de concentración y deportadas a burdeles por obligación como sucedió en los centros de Ambarawa y Semarang, donde al llegar a los alojamientos y comprender cuál iba a ser su trabajo, se resistieron hasta que fueron separadas violentamente, encerradas en habitaciones y posteriormente violadas por varios hombres (solamente se salvaron 4 niñas del cruel porque cuatro trabajadoras neerlandesas del sexo que ya tenían experiencia de antes de la guerra se cambiaron por ellas). Por ejemplo en el prostíbulo de Semarang hubo 35 chicas holandesas y en el de la Isla de Flores otras 17. De todas ellas muchas fueron vírgenes cuando comenzaron a trabajar acostándose con diez hombres diarios, lo que implicaba que un ginecólogo las examinase cada semana para evitar que contrajeran enfermedades. Curiosamente durante uno de estos reconocimientos, una chica llamada Jan Ruff, quién al pensar que el doctor (como hombre culto) comprendería su sufrimiento, le pidió ayuda para que la dejase libre; generó una contestación desproporcionada al ser abordada por el médico y posteriormente violada (desde entonces la joven holandesa sería la elegida para acostarse con este ginecólogo todas las semanas). Afortunadamente Jan Ruff sobrevivió al conflicto y en 1992 se convirtió en la primera mujer occidental en denunciar ante los Derechos Humanos los abusos sexuales cometidas contra las holandesas por el Ejército Imperial Japonés.

A nivel estadístico durante la Segunda Guerra Mundial hubo un total de 200.000 esclavas sexuales del Ejército Imperial Japonés, de las cuales murieron 80.000 (mayoritariamente por enfermedades contraídas de los soldados y en menor medida por palizas de sus propietarios). Aproximadamente hubo 400 burdeles en Asia y Oceanía, de los cuales 300 se ubicaron en China y 100 en los países del Sudeste Asiático.

Terminada la Segunda Guerra Mundial en 1945, el episodio de las «chicas de consuelo» fue uno de los casos más polémicos juzgados primeramente por los Tribunales de Tokyo y décadas después por las organizaciones de Derechos Humanos. De hecho entre finales del siglo XX y principios del siglo XXI se consiguió que Japón formulase oficialmente disculpas por lo sucedido, aunque no proporcionó ninguna compensación económica para las supervivientes. Injustamente, miles de mujeres, la mayoría procedentes de China y Corea, seguidas por víctimas de Indonesia, Birmania, Vietnam, Malasia, Singapur, así como el mismo Japón, y contando con algunas occidentales de Holanda y Reino Unido; fueron obligadas a ejercer la prostitución forzosa, lo que sin duda constituyó uno de los casos más controvertidos de la Guerra del Pacífico.

 

Bibliografía:

-Lawrence Rees, El Holocausto Asiático, Crítica (2009), p.133-187
-Xavier Casals, Las mujeres de «consuelo», Revista Clio Historia Nº101 (2009), p.39
-Emilio Calderón, El Judío de Shangai, Círculo de Lectores (2008), p.91-92
-David Van Reybrocuk, Revolución, Indonesia y el Nacimiento del Mundo Moderno, «El País del Control Naciente», Taurus (2022), p.219-222
-http://rojoasia.blogspot.com/2008/07/mujeres-de-consuelo.html