Atentado de Vía Rasella y Masacre de las Fosas Ardeatinas

Al producirse la ocupación del Tercer Reich a Roma en 1943, las acciones de la Resistencia Italiana fueron en principio muy escasas en la capital y por tanto las represalias casi inexistentes por parte de las fuerzas militares del Eje. Solamente el Atentado de Vía Rassella contra una columna del Ejército Alemán modificaría esta tendencia porque las SS llevarían a cabo una terrible venganza que sería conocida con el nombre de Masacre de las Fosas Ardeatinas.

Como hasta inicios de 1944 las acciones de la Junta Militar del Comité de Liberación de Roma, principal órgano de la Resistencia Italiana, habían sido casi nulas en la «Ciudad Eterna», el Grupo de Acción Partisana (GAP) dirigido por Carlo Salineri decidó de una vez por todas dar un escarmiento al Ejército Alemán. Así fue como se formó un equipo compuesto por el artificiero Giulio Cortini y las expertas en explosivos Rosario Bentivegna y Carla Capponi, más una serie de ayudantes entre los que se encontraban Franco Calamandrei, Fraco Ferri, Mario Fiorinenti, Raul Falcioni, Francesco Curreli, Silvio Serra, Fernando Vitaliano, Pasquale Balsamo y Guiglielmo Blasi, quienes tras varios días de observación descubrieron que un contingente de tropas alemanas hacía a diario la misma ruta sobre la Vía Rasella.

A las 15:30 horas del 23 de Marzo de 1944, justo cuando una columna de soldados alemanes «volksdeutsches» del Alto Adigio pertenecientes al Batallón Auxiliar «Bozen», circulaban por la Vía Rasella, concretamente en la esquina de la Vía Tritone y la Vía Quattro Fontane con los Jardines del Quirinal, un artefacto con 18 kilogramos de trilita que estaba escondido en un carrito de limpieza municipal, explosionó inesperadamente desgarrando carne humana y fragmentando los cristales de las viviendas adyacentes. Una vez se disipó el humo tras la potente detonación y se descubrieron decenas de cadáveres mutilados y heridos gritando de dolor, las víctimas mortales que se contabilizaron fueron de 33 militares alemanes muertos.

Mientras tanto en el Hotel Excelsior, situado a escasa distancia del Atentado de Vía Rasella, el general Kurt Mältzer que era el responsable de las fuerzas ocupantes en Roma, se dirigió al lugar del siniestro para comprobar horrorizado las incontables bajas del Batallón Auxiliar «Bozen». Fue entonces cuando en un arrebato de ira, ordenó a los guardias alemanes de las SS y a los soldados fascistas italianos de la Guardia Nacional Republicana, irrumpir en todas las viviendas de la manzana y sacar a sus habitantes al exterior, incluido a un niño de 15 años que hacía los deberes en casa de un amigo, a quienes obligaron a alinearse junto a una pared del Palacio Barberini. A pesar de que el propio general Kurt Mältzer estuvo a punto de ejecutar a aquellos rehenes, en el último instante apareció el coronel Eugen Dollmann de las SS que anuló el castigo y avisó al mariscal Albrecht Kesselring, responsable alemán del norte de Italia, que también impidió llevar a cabo ningún tipo de represalias contra la población hasta que no se esclareciese lo sucedido.

Soldados alemanes de las SS y guardias italianos de la República de Saló detienen a civiles en Vía Rasella que posteriormente serán ejecutados en las Fosas Ardeatinas.

Hacia media tarde de aquel 23 de Marzo, Adolf Hitler se enteró de la noticia acerca del Atentado en Vía Rasella mientras dirigía las operaciones bélicas en la «Guarida del Lobo» de Rastenburg en Prusia Oriental. La rabia que sintió por lo ocurrido fue de tal magnitud, que ordenó que se ejecutasen a 50 civiles italianos por cada alemán muerto, lo que equivalía a un total de 1.650 personas. Al conocer la directriz del Führer, el mariscal Albrecht Kesselring protestó por parecerle un castigo desmedido, igual que Benito Mussolini que intentó por todos los medios que no se matase a ningún inocente y se reservaran las represalias para los verdaderos culpables que al fin y al cabo eran los miembros de la Resistencia Italiana. Incluso el Vaticano intentó interceder cuando el Papa Pío XII propuso celebrar una misa para los 33 alemanes muertos y evitar que otros pagaran con su sangre lo sucedido en el ataque. Lamentablemente y aunque Hitler entró en razón, las advertencias sólo sirvieron para reducir el número de 1.650 ciudadanos a asesinar a sólo 330.

Según el perfil de los candidatos a ser ejecutados por las SS, los primeros fueron doce transeúntes que pasaban por la zona de la explosión junto a la Vía Rasella, así como el chico de 15 años que hacía los deberes en su casa, dos jóvenes de 17 años y un viejo de 74 años llamado Mosé di Consiglio. También se detuvo a 57 judíos italianos elegidos al azar aprovechando el antisemitismo de los alemanes, además de algunos presos políticos de la Cárcel de la Vía Tasso y 50 personas detenidas por las escuadras fascistas en el Cuartel de la Guardia Nacional Republicana de Roma. De hecho en el caso de estas últimas, el comisario Angelo Caruso intentó evitar su fusilamiento telefoneando al Ministro del Interior de la República de Saló, Buffarini Guidi, quién temiendo represalias de las SS le contestó: «Tú dáselos, dáselos… Si no, cualquiera sabe lo que harán». Hubo incluso cinco individuos más que se añadieron por error a la lista, lo que elevó el número de condenados a muerte a 335 en lugar de los 330 indicados por el Führer.

A las 14:00 horas del 24 de Marzo de 1944, los presos políticos de la Cárcel de Vía Tasso partieron a bordo de camiones de transporte para productos cárnicos, a los que muy pronto se unieron otros vehículos procedentes de diversas partes de Roma, estando en cabeza del convoy el coche del comandante Herbert Kappler que conducía el colaboracionista italiano Massimo Parris. El destino de esta triste comitiva que salió de la ciudad fueron las Fosas Ardeatinas, unas cuevas en las que según la tradición cristiana Jesucristo se había aparecido al apóstol San Pedro.

Alrededor de las 14:30 horas, las 335 personas condenadas a muerte por las SS bajaron de los camiones en frente de la entrada de las Fosas Ardeatinas. Una vez en el exterior, a las 15:30 horas se organizó el primer grupo de cinco prisioneros que con las manos atadas a la espalda fueron conducidos al fondo de la cueva, se les arrodilló y finalmente se les propinó un tiro en la nuca que efectuaba un piquete de ejecución conformado por varios soldados alemanes y un colaboracionista polaco. Mediante este método se asesinó también al resto que fueron penetrando en el interior de la oscuridad por turnos mientras los demás esperaban nerviosos a fuera, salvo por la excepción de un individuo que salvó la vida porque el sacerdote católico Pietro Pappagallo se ofreció morir en su lugar (algo a lo que los verdugos accedieron). No obstante y pese a este hecho, todos los presos acabaron liquidados, incluso cuando una de las cuevas quedó atestada de cadáveres, por lo que hubo de emplearse una segunda. Ni siquiera se tuvo piedad con los miembros del último grupo después de que el comandante Herbert Kappler se hubiese percatado de que había 335 reos en lugar de los 300 estipulados por el Führer (lo que convirtió a este último episodio en un claro ejemplo de crueldad gratuita).

Terminada la Segunda Guerra Mundial en 1945, se juzgó al mariscal Albrecht Kesselring en 1946, al general Kurt Mältzer en 1947 y al comandante Herbert Kappler en 1948, aunque sólo este último fue condenado porque como la Convención de Ginebra preveía el fusilamiento de civiles en caso de sabotaje, no se consideró un crimen la matanza de 330 personas, pero sí del último grupo de 5 individuos debido a que las órdenes de Berlín eran la ejecución de la cifra anterior (a pesar de todo, Kappler se fugaría de la cárcel el 15 de Agosto de 1977). Respecto al lugar de la masacre, fue erigido el Memorial de las Fosas Ardeatinas; mientras que el sacerdote Pietro Pappagallo fue nombrado a título póstumo «Justo de las Naciones».

 

Bibliografía:

-Editores de S.A.R.P.E., Crónica Política y Militar de la Segunda Guerra Mundial, «Represalia en Roma», S.A.R.P.E. (1978), p.1421-1428
-http://en.wikipedia.org/wiki/Ardeatine_massacre